Mientras el Congreso de la Nación se convierte en un Concilio afanado en determinar el origen (indeterminado) de la vida, los círculos políticos y mediáticos han sido asaltados por otra preocupación existencial: ¿Kicillof es marxista?
Lo que no se sabe es si la intención es descalificar a Kicillof o all marxismo. Jorge Brito, presidente del Macro, vilipendiado con furia tanto por Moreno como por Carrió, opinó que “sabe y es trabajador”. Concluyente. Kicillof cuenta ya con una preocupación menos: le están llegando ofertas de empleo. Que se vuelva adjudicar a Kicillof una filiación marxista cuando Salta se ha convertido en “la trosca”, hace pensar que un fantasma recorre a la Argentina.
¿Pero por qué Kicillof sería marxista? Es cierto que, según algunos biógrafos, Marx habría jugado algunas libras en la City, pero nunca integró el directorio de un pulpo capitalista, como ocurre con Kicillof en Techint, donde aprobó sus balances y giros de dividendos. No hablemos de sus abrazos de compadre con Chevron. Marx denunció la formación de la deuda pública como un desarrollo parasitario (inevitable) del capitalismo; el gobierno K va por más: paga las deudas usurarias del Estado mediante el saqueo de las jubilaciones y ha llevado la deuda pública al nivel más alto de la historia. Marx defendió la Comuna de París, el oficialismo la policía comunal. El cepo cambiario no es atisbo de marxismo sino una forma (fracasada) de reunir los fondos para pagar los vencimientos de bonos y el cupón del PBI. Ahora que un fondo buitre se ha quedado con el control de Telecom y que las telecomunicaciones son objeto de un desmadrado reparto mercantil, ¿quién podría imputarle a la ley de medios un carácter ‘marxista’? Sea como fuere, Marx caracterizó al Estado como un órgano de opresión política, jamás se le ocurrió que debía tutelar la libertad de expresión.
Marx puso de manifiesto el fetichismo de la mercancía y del dinero, porque oculta el carácter social de la producción en general. Kicillof es, en cambio, un fetichista serial, que atribuye poderes mágicos a la emisión de moneda. Es el ‘teórico’ del desdoblamiento cambiario y los cedines, o sea de la devaluación. En esto, es un keynesiano de oído; Keynes también era partidario de la devaluación de la libra. Kicillof ha sido el impulsor de la ‘pesificación’, primero, y, en menos de lo que canta un gallo, de la dolarización (cedines, dollar-linked, contado con liqui). El nuevo gabinete tiene en las gateras el uso de dólares en el mercado de capitales para determinar un nuevo tipo de cambio.
El ‘marxista’ de marras se hará cargo de Economía bajo la tutela de —“ni yanquis, ni marxistas”— Capitanich, un milagrero, que asegura que se acabó el desempleo y la pobreza en Chaco. ¿A qué responde entonces todo este desatino acerca del ‘marxismo’ de Kicillof? Lo más probable que a lo siguiente: Kicillof es a Lorenzino y a Moreno, lo que Cavallo fue a López Murphy, bajo el gobierno de De la Rúa: el prólogo del derrumbe. Cavallo también quiso ‘profundizar’ el ‘modelo’ (convertibilidad). Cuando llegue el desenlace, quienes abogan por un ‘rodrigazo’ le adjudicarán las responsabilidades al ‘marxismo’. La salida de Moreno le ha dado un cariz de crisis política severa a la corrida cambiaria.
Last but not least. ¿Y si Kicillof fuera realmente ‘marxista’, como él, sin embargo, insiste en negar? Advirtiendo contra la canonización de sus ideas, Marx negó, en una ‘boutade’, que él fuera ‘marxista’, o sea que sus conclusiones teóricas no debían convertirse una ‘vulgata’. El marxismo es un método de investigación y una praxis revolucionaria —“proletarios de todos los países uníos”. Es la única potencia de ideas y trayectoria histórica que puede poner fin a un capitalismo mundial en bancarrota.
Si Marx no era ‘marxista’, Kicillof, entonces, podría ser un marxista, aunque inexistente.
(*) Fundador y máximo dirigente del Partido Obrero.