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Noche y día

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Dicen que la humanidad se divide entre búhos y alondras. Bueno, si es por eso, también se divide entre halcones y palomas, entre canarios y loros, entre cigueñas y cuervos y así de seguido. Pero si es entre búhos y alondras, yo soy alondra. Ah claro, dirá usted, las alondras son más como diremos, más simpáticas, más románticas. No señor, tenga mano, los búhos son junto con sus primas hermanas las lechuzas, símbolo de sabiduría, con esos ojazos que lo ven todo y hasta con diosa propia en la panoplia mitológica, de modo que no es cuestión de estética ni de dotes sociales. Es cuestión de los libros de horas si nos ponemos eruditas. Y es cuestión de reloj si nos ponemos sensatas y pedestres. Las que somos alondras nos vamos a dormir temprano y nos levantamos tempranísimo y trabajamos o estudiamos mejor de día que de noche. A las que son búhos les encanta la noche y huelgan por ahí hasta que logran acostarse tardísimo o mejor aun a la madrugada, después de haber laburado en lo suyo o estudiado o haber hecho lo que cuadra según inclinación y obligación de cada una. No sé las demás, no sé usted, vea, pero yo a los búhos no los entiendo. Me gustaría saber tanto como ellos y tener una mente adecuada para la ciencia y la filosofía, pero no los entiendo. Son las siete, o las nueve, termina el día, se van apagando los ruidos y las luces en lo del vecino, desciende el manto de las estrellas (cápteme bien esta metáfora, por favor) y empiezan a aparecer los fantasmas. No me refiero a los ensabanados que arrastran cadenas por los corredores de los castillos en ruinas sino a los otros, a los que son casi enseres domésticos, a las obligaciones que una no cumplió, a lo que tiene que hacer mañana, a los problemas metafísicos y existenciales que nos esperan bajo la cama listos para salir a atormentarnos, a la inquietud de preguntarnos si cerramos bien la puerta, si enrollamos la manguera, si apagamos el calefón, a la impaciencia por dormirnos, por que vuelva a amanecer (¿volverá a amanecer?), a la angustia por la pequeña muerte. Y no le digo nada de La Otra. Punto final, rápido.