“Si yo no solo fuera yo sino nosotros, sería yo, tú, él, ella. Como yo soy yo y no nosotros, yo soy yo y solo puedo hablar de mí. Si yo fuera nosotros,
yo hablaría de nosotros cuando hablo de mí. Como yo soy yo y solo puedo hablar de mí, no hablo de nosotros. Pero pienso hablando de mí
(como si nosotros). Hablo como si fuera nosotros”
Helmut Heissenbüttel (1921-1996), de ‘Reducción gramatical’, incluido en ‘Das Textbuch’ (1970).
Es gracioso. Todavía mareados por la dulce borrachera de la final que nos volvió a meter en el mundo, el viscoso ambiente futbolero clama por la continuidad del gran conductor que a centímetros estuvo de ser lapidado por no darle el gusto a Messi y jugar como a él le gusta, con sus amigos y todos arriba. El inmerecido segundo puesto –jugamos mejor, juran, merecimos ganar, pusimos más, la copa era nuestra, la perdimos nosotros, no la ganaron ellos– situó a Sabella en el Olimpo-de-los-Indiscutidos-por-un-Ratito; nuestro cielo.
A veces don Alejandro, discurso monocorde, gesto sufrido de blues singer, patina y lo cita a Arjona. Ay. Pero la mayoría de las veces se revela como un hombre sensible, progresista –ese extraño estadio de las ideas nativas donde muchos adhieren sin tocar ni ser tocado, vibrando por simpatía nomás, como las cuerdas de la guitarra de Yepes–, preocupado por las necesidades de propios y extraños. Me cae bien Sabella, un técnico inteligente, detallista, paternal. Me gusta que le vaya bien porque me gusta que le vaya bien a tipos como él.
Oportunista, conmovido, ensimismado por las luces que ahora lo apuntan, el universo del fútbol se babea de su lado –¡oh, santa unanimidad!–, y convierte en frase-fetiche esta sensata definición que deslizó el día que fue homenajeado en el Senado: “La Selección es un sueño, un conjunto de ideas; conjugar el plural antes que el singular: nosotros, antes que yo. Hay que pensar construcciones colectivas. El equipo es el otro. Eso es lo que se hizo carne en cada uno de nosotros”.
Bien. Nosotros, antes que yo. ¿Y dónde está la gracia?
Lo gracioso, digamos, es que acá el que decide todo es un yo grande como un mundo. Uno solo. Que conjuga yo antes que nosotros y que si se le da la gana lo pone a su hijo Humberto a dirigir los juveniles y listo, chito la boca. Julio Grondona, el Ferretero Inoxidable, el Papa de Viamonte, The Godfather, el vicepresidente del mundo que ni siquiera necesita hablar inglés, 35 años en el poder, capo, más que Rosas, más que Perón; más que nadie.
Grondona ocupa ese sillón porque es una síntesis perfecta de cómo un país caudillista como éste maneja las cuestiones de poder, compatriotas.
Sabella está allí porque él lo eligió y lo sostuvo contra viento y marea; y si Sabella no dijo gracias por todo y adiós cuando volvió del Mundial fue por lo que simpáticamente llamamos su “poder de seducción”.
Nosotros, antes que yo. Suena bárbaro, ¿no? Y bueh.
Sabella zafó, llegó a la final después de 24 años y lo tuvo contento al nene mientras pudo. Dudó al principio, falló y no tuvo otra opción que acomodarse al capricho del genio metido con fórceps a líder grupal. En aquellos partidos horribles toleró la burla y el desprecio a su sistema favorito, un 5-3-2 flexible que, oh paradoja, repitió –sin anunciarlo y sin que nadie lo reconociera–, en la mismísima final, con Mascherano bien metido entre Demichelis y Garay. Y hasta soportó con una sonrisa, pobre, el humor de jardín de infantes del Pocho Lavezzi.
Después sí, fue el turno de Messi, abrumado por la obligación de hacer dos de las pocas cosas que no le salen tan bien en un mundo donde es rey indiscutido. a) Hablar. b) Jugar en un equipo que no gira a su alrededor.
La cosa salió mal, pero terminó muy bien. Exótica argentinidad, tan cómoda en el papel del injustamente postergado, eterna víctima de la necedad de un mundo que se confabula para no reconocer nuestra virtud.
¿Guarda la AFA, bajo siete llaves, un Plan B? Bueno, todo lo que no se llame Grondona es, de hecho, un Plan B. Por ahí, dicen, anda Pekerman, cuya salida de la Selección lejos estuvo de ser idílica, postergando su firma, a la espera de una llamada. Como espera, desde hace años, Miguel Russo. O Tata Martino, que antes no pero ahora tal vez sí, quién sabe. Pellegrino... ¿Pellegrino? Y no hay mucho más. Simeone, demasiado joven y exitoso, apuesta al futuro. Y Ramón Díaz, sutil como un mamut en una cristalería, usó a Castellano, su representante, para postularse sin pudores, como alguna vez lo hiciera en River: “Quiere agarrar algo que lo seduzca y la Selección podría interesarle”. Ahá, mirá vos qué bien.
Maradona no tiene chances en esta carrera, pero tampoco iba a quedarse con la boca cerrada. Así que, dejando de lado por un instante la Guerra Santa que le declaró a las novias ladronzuelas de aritos y electrónicos varios, clamó por un imposible regreso de Menotti solo para provocarle una úlcera a Bilardo y, feroz, muy a su estilo, destrozó en una frase la paciente construcción de Sabella. Se ve que se moría de ganas.
“Esta Selección no jugó a nada… ¡Si hacemos un combinado nosotros les ganábamos a los primeros rivales! Conmigo Messi jugó cinco veces mejor que con Sabella y no me vengan con que se sacrificó por el equipo, eh”, jibarizó con sutileza maradoniana al 10 del siglo XXI, limitándolo al mecánico papel de mejor jugador de la Play, lejos del genio indomable que él, ya fuera de toda discusión, sí supo ser.
En fin, así somos, muchachos; más allá de las palabras y del bueno de Sabella. Mucho más yo + yo + yo, que nosotros.
Lo dice el alemán Helmut Heissenbüttel en el final de su poema, allá arriba en el acápite: “Nosotros seríamos nosotros si pudiéramos hablar de nosotros. Nosotros no tiene habla. Nosotros es un fantasma hecho de yo más yo más yo. Este fantasma yo más yo más yo es un fantasma porque nosotros no podemos hablar de nosotros”.
Y es un final muy bueno.