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Nota sobre las novelas con notas

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Muchos creen que la opción de agregar notas al pie de página a las novelas es una invención moderna. Pero no. Es cierto que muchas novelas del siglo XX las tienen, pero en realidad las notas al pie son un ingrediente importante de muchas novelas anteriores.
Una lista de las novelas que contienen notas sería no sólo aburrida, sino imposible. Las notas aparecen en Historia de un tonel, de Jonathan Swift, en La feria de las vanidades, de Thackeray, en Guerra y paz, de Tolstoi, en Las aventuras de Tom Sawyer, de Mark Twain, en Veinte años después, de Dumas y en El Señor de los Anillos, de Tolkien. Y hay al menos una en Memorias del subsuelo, de Dostoievski. Las usaron Updike y Auster, Pratchett (muchísimas) y Asimov, Michael Crichton, Michael Chabon, Nicholson Baker, Junot Diaz y Joyce Carol Oates, Vila-Matas, David Foster Wallace, Douglas Adams, Arno Schmidt, Julián Ríos, Douglas Coupland, Cortázar y, naturalmente, Umberto Eco.
El origen de estas notas no está en la literatura, sino en el derecho, y se conecta con una tradición antigua, que es interesante contar porque describe las estrategias con que a lo largo de los siglos se intentó contener la natural tendencia de un texto a irse por las ramas, hablando alegremente de otra cosa, contar historias o introducir comentarios y aclaraciones sin interrumpir el flujo del discurso. La nota es una evolución tipográfica de la glosa, con la que, desde que existen los libros, se explicaba el significado de ciertas palabras oscuras o caídas en desuso. El recurso de la glosa se desarrolló y se volvió un verdadero oficio –el de glosador– a partir del siglo VI d.C., cuando el emperador Justiniano prohibió que se hicieran comentarios a los textos jurídicos, especialmente a su Código, que se considera la base del derecho actual. La prohibición de Justiniano tuvo un efecto paradojal: fragmentar los comentarios, insertándolos a los márgenes del texto. A partir de la invención de la imprenta los glosadores fueron dejados de lado, pero el problema de aclarar información o agregar otra persistía, por el hecho de que los que comenzaban a leer libros no eran solamente los estudiosos y los eruditos.
Según Anthony Grafton, autor del libro Los orígenes trágicos de la erudición, resulta imposible establecer quién fue el primero en utilizar las notas al pie de página, pero es seguro que su práctica se desarrolló en Francia durante el siglo XVII, cuando muchos estudiosos competían por refutar el Discurso del método de Descartes. Sin embargo hay un candidato al título de inventor de la nota al pie de página: su nombre es Richard Jugge, tipógrafo e imprentero muerto en 1577, que tenía un negocio de Biblias en Londres, cerca de la Catedral de San Pablo. Si así fuera, la invención de la nota el pie se remontaría a 1568, cuando para comentar un pasaje del Libro de Job, Jugge introdujo dos notas al final de la página y no en los márgenes, que estaban ocupados por ilustraciones.