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Notas del verano

Las esquinas del pueblo están llenas de basura. Los perros callejeros trepan las montañitas de plástico negro, rompen las bolsas, hurgan.

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Notas del verano | marta toledo

1. Ayer a la mañana salí a caminar. Antes calculé en el Google Maps hasta dónde tenía que ir para caminar ida y vuelta cuatro kilómetros. Me mandé por la avenida de las casuarinas. Como todavía era temprano, el aire seguía cargado del olor de los pinos. Me acordé de que así olían los hombres grandes cuando yo era chica.

Los costados de la calle están cubiertos de pinocha seca, un colchón grueso. De a ratos dejaba el asfalto y caminaba por ahí. Parecía que flotaba.

En un momento la calle deja de ser asfaltada para ser de tierra, se angosta, tiene marcadas huellas de vehículos porque estuvo lloviendo bastante. Entre los cañaverales que también crecen en los bordes, cada tanto aparece una capillita de cemento. A veces son altares al Gauchito Gil; a veces tienen un manojo de flores de plástico y marcan, seguramente, el sitio donde alguien murió. Más camino, menos casas hay, menos perros. El silencio de la mañana, la calle desierta, los cañaverales espesos se vuelven ominosos. Pienso, si tuviera que empezar a correr, ¿hasta dónde aguantaría? Hay un poco de viento. Nunca había reparado en el sonido que hace entre las agujas de los pinos: como algo que se me viene encima, que me obliga a mirar por sobre el hombro más de una vez.

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2. En el fondo, donde está la pileta, crece menta salvaje. Lo descubrimos el verano pasado con unas amigas cuando nos tiramos a tomar sol en el pasto. Este año la menta creció contra la malla metálica que separa este terreno del vecino. Tiene unas flores liliáceas que parecen una pelusa.

3. Mi perra se atravesó una pata con una espina de la encina negra que crece, también, en el fondo. Cuando compramos el lote pensamos en cortarla por sus espinas largas, filosas y gruesas como astillas, pero nos hizo cambiar de idea la belleza del árbol, que debe tener más de cincuenta años. Trato de arrancarle la espina con una tenaza. Termino en la veterinaria del pueblo. Llueve y se cortó la luz. La veterinaria se pone una vincha con una linterna y la atiende. Le venda la pata y apenas volvemos, la malherida se pone a jugar en el barro con el resto de los perros. Estas mascotas citadinas siempre tienen accidentes aquí. Una vez, a la gata la mordió algún animal que nunca supimos qué era. Otra vez, la misma gata apareció con la panza abierta por la zarpa de tal vez el mismo misterioso animal, o por un alambre de púas. Espero que la encina haya cubierto nuestra cuota de accidentes estivales.

4. Lo que más me gusta es que caiga la tarde y prender espirales afuera. Sentarme mientras me envuelve el humo y esperar a que anochezca completamente para que vengan unas lechuzas chiquitas que se posan en las ramas de los árboles y chistan. Les chisto y me responden. Hace poco mi suegro me contó una anécdota con un quitilipi, una lechuza grande que vive en el norte. Un amigo fue a cazar con un pariente que había venido de España. El forastero se topó con un quitilipi y se quedó pasmado: “Primo, en un árbol hay un gato que no es un gato y que me mira, ¿le tiro?”.

5. Busco en el teléfono tutoriales para hacer compost. Las esquinas del pueblo están llenas de basura. Los perros callejeros trepan las montañitas de plástico negro, rompen las bolsas, hurgan. Sobre todo los fines de semana, el olor es inmundo.

6. Hoy tuve la primera clase de yoga de mi vida. Me gustó, y la profesora dice que lo hice bastante bien. Solo me disgustó que a una de las posturas le diga “osito”. Tal vez se llame así, pero el diminutivo le quita importancia al esfuerzo que estoy haciendo.