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Me piden, me piden, me piden nuevas primicias, más información confidencial, más adelantos exclusivos… ¡Pero no soy un periodista de investigación! Sólo tuve la suerte de haber dado a conocer, hace tres semanas, algunas de las contrataciones más interesantes de la Feria de Frankfurt (que por cierto terminó ayer) pero eso es todo. Nada más. De hecho, mis informantes ya partieron de vacaciones y mis topos volvieron a sus oscuras actividades inconfesables. Pero la presión existe: no sé en qué momento el mercado editorial se volvió glamoroso, y las informaciones de allí provenientes interesantes para el común de los mortales. No lo sé. Sé, en cambio –para ir cumpliendo con la obligación de dar alguna primicia– que acaba de publicarse en Francia (país que se anuncia como invitado de honor en Frankfurt en 2017) L’Homme Traqué, primera traducción de una novela de Daniel Guebel en esa lengua (en castellano se llama El perseguido, sin dudas, uno de sus mejores libros) en la pequeña y muy interesante Editions de L’Arbre Vengeur, en la colección Forêt Invisible, que dirige Robert Amutio, gran traductor del castellano al francés, al igual que editor, y erudito en literatura hispanoamericana. En su catálogo, entre otros, se encuentran libros de Mario Levrero, Diego Vecchio, José de la Cuadra, Rafael Pinedo, y Carlos Calderón Fajardo, uno de los más agudos –y secretos– escritores peruanos contemporáneos, muerto en abril de este año, lamentablemente casi desconocido entre nosotros (más allá de que mis topos me indican que hacia 2008 estuvo a punto de ser publicado en la editorial Interzona: finalmente los avatares del cierre y venta de esa editorial lo impidieron). De Calderón Fajardo leí recientemente El fantasma nostálgico, publicado en la buena editorial peruana Animal de invierno (en la que también se editó una edición local de Boca de lobo, de Sergio Chejfec), que incluye frases como “En la cocina gané yo, pero la guerra continuó en otros escenarios de la casa”. Antes había leído Playa, conjunto de cuentos tal vez algo desparejo, y sobre todo La conciencia del límite último, su obra maestra. Novela en clave de falso policial, narra la historia de un periodista fracasado –o a punto de serlo– que inventa un crimen inexistente y escribe una nota en la sección Policiales del diario en el que trabaja, acompañado de fotos igualmente falsas. La nota gusta al jefe de redacción que le pide que investigue el tema, y entonces se suceden uno a uno los artículos inventados, hasta que la novela –que toma cierto toque gótico– desemboca en un cruce entre metaliteratura, policial negro puro y duro, y reflexión crítica sobre el estado de la lengua, literaria y periodística.

Alguna vez Calderón Fajardo declaró que su relación con la literatura fue “un partido de cincuenta años jugado en un estadio vacío”. Atento lector de las diversas posiciones en el mercado, en una entrevista con Gabriel Ruiz Ortega traza un mapa preciso de esas tensiones peruanas, ubicándose en un punto al que llama “marginal”, conformado por narradores “a los que no les interesa escribir una literatura de preocupación social, testimonial”, y que también “rechazan el escribir literatura comercial. Pienso en Loayza, Adolph, Gastón Fernández, en Enrique Prochazka, y de alguna manera en Julio Ramón Ribeyro, mi maestro de vida”.

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