Tres circunstancias hacen de Manifesto (2015) una obra singular: la experiencia de las vanguardias históricas y las neovanguardias del siglo XX (del dadaísmo a Fluxus y la Internacional Situacionista); la extraordinaria cualidad actoral de Cate Blanchett, que no le hace asco a nada, y los paisajes, la mayoría de las veces sobrenaturales, de Berlín y su entorno inmediato (la luz septentrional, los bosques, la arquitectura).
Manifesto será exhibida en su formato “instalación” a partir del sábado 26 de agosto en la Fundación Proa. Pero es también una película dirigida por Julian Rosefeldt (estrenada en Sundance este año). En los dos casos, Cate Blanchett desempeña trece papeles (un linyera, una coreógrafa de vanguardia, una maestra de primaria, una periodista de televisión, una marionetista, una viuda reciente, etc.) que le permiten decir, en situaciones típicas para cada uno de esos caracteres (un ensayo de ballet, una clase, un entierro, la plegaria antes del almuerzo) fragmentos de manifiestos clásicos, desde el célebre Manifiesto comunista (1848) de Marx y Engels (“todo lo sólido se desvanece en el aire”) hasta las Reglas de oro de la cinematografía (2004), de Jim Jarmusch.
El collage resultante es inquietante y desolador, porque nos devuelve palabras sobre la necesaria destrucción del arte para la construcción de una vida totalmente nueva y porque lo hace a través de los comportamientos más estereotipados (desde lo físico hasta lo verbal). Como si la protesta no alcanzara a transformarse en grito.