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Obama y su “smart power”

El politólogo estadounidense Joseph Nye de la Universidad de Harvard, en un artículo publicado en noviembre de 2005 titulado “La cultura vence a los misiles”, explicaba la diferencia entre lo que llama el poder suave o blando (soft power) y el poder duro (hard power). En su concepción, el primero es la derivación de los valores de la cultura y en cambio, el segundo es el originado en la capacidad militar.

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El politólogo estadounidense Joseph Nye de la Universidad de Harvard, en un artículo publicado en noviembre de 2005 titulado “La cultura vence a los misiles”, explicaba la diferencia entre lo que llama el poder suave o blando (soft power) y el poder duro (hard power). En su concepción, el primero es la derivación de los valores de la cultura y en cambio, el segundo es el originado en la capacidad militar. Este pensamiento surge después de la invasión a Irak, como una reacción a la ideología neoconservadora de Bush en relaciones internacionales. Es así una alternativa liberal a dicha política, proponiendo dar prioridad a las instituciones y el estilo de vida de los EE.UU. en la proyección y manifestación externa del poder. A través del análisis de la Guerra Fría, explicaba Nye la diferencia entre ambos poderes. Ella fue ganada por los EE.UU. y sus aliados, por una combinación de fuerza militar (poder duro), que disuadió a la agresión soviética, y del poder atractivo de la cultura y las ideas occidentales (poder blando).


En su opinión, la música de los Beatles jugó un rol importante entre los instrumentos del poder suave de Occidente frente al comunismo, recordando que en 1980 los opositores en la República Checa erigieron un monumento de homenaje a John Lennon en Praga, en cada aniversario de su muerte había una procesión anual por la paz y la democracia, y que en 1988 los organizadores de las protestas contra el régimen comunista en este país fundaron un Club de la Paz de Lennon, que exigía la salida de las tropas soviéticas.
Cuatro años atrás, Nye decía que en la guerra que libraba la Administración Bush contra el terrorismo no se estaba utilizando con eficacia el poder blando, optándose por utilizar sólo el instrumento del poder duro o militar.
Agregaba que pese al desgaste que ya entonces para los EE.UU. había generado la Guerra de Irak, los sondeos mostraban que la cultura estadounidense seguía siendo atractiva para la mayoría moderada del mundo musulmán, aunque sus políticas fueran impopulares. Agregaba que en Irán, donde las autoridades religiosas describían a los EE.UU. como el Gran Satán, los jóvenes querían ver videos estadounidenses en sus casas. Tres años y medio más tarde, las protestas registradas en Teherán contra las irregularidades electorales confirmaron esta afirmación.
En un artículo publicado en marzo de 2007 cuyo título es “Entender el juego del poder”, Nye define la distribución del poder en el ámbito internacional como un juego de ajedrez tridimensional. En el tablero superior –las relaciones militares entre Estados– el mundo es unipolar, siendo probable que lo siga siendo por décadas, dado que los EE.UU. tienen la mitad del gasto en defensa total. En el tablero del medio, el de las relaciones económicas, el mundo es multipolar y ya la Casa Blanca no podía obtener los resultados que pretendía en las relaciones con Europa, Japón, China y otros países. En el tablero inferior, de las cuestiones transnacionales que están más allá del poder de los gobiernos nacionales –cambio climático, terrorismo global, pandemias y crisis económica mundial–, el poder está distribuido en forma caótica y no hay hegemonía estadounidense. Es en este tercer nivel donde la única forma de enfrentar los problemas mencionados con eficacia requiere de la cooperación con otros Estados, lo que requiere usar al mismo tiempo tanto el poder blando de la cultura como el poder duro de la coerción.

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Siete meses antes, en pleno cuestionamiento a la guerra en Irak, en un artículo cuyo titulo es “Política de seducción, no de garrote”, propone que una política exterior realista de los EE.UU. requiere enfatizar la importancia de desarrollar una estrategia global que combine el poder duro con el blando y su capacidad de atracción, y crear así un poder inteligente que los combine.
En el párrafo final del artículo “Los bienes públicos globales”, insiste en que, tras la pérdida de imagen en la opinión pública mundial que EE.UU. ha tenido por la forma cómo ha sido encarada la lucha contra el terrorismo, el país tendría que aprender a trabajar con otras naciones para compartir el liderazgo y ello exigiría combinar el poder blando y su atracción con el poder duro del poderío militar, para producir una estrategia de poder inteligente que garantice los bienes públicos globales.
El mismo Nye comienza a utilizar otro término, que es el de smart power, para explicitar lo que inicialmente había planteado como soft power.
En castellano, smart suele traducirse como elegante o atrayente. Es claro que no es lo mismo débil que elegante o atrayente.
Joseph Nye –un académico acostumbrado al uso de los medios de comunicación– lo define como la habilidad para combinar poder duro y blando en una estrategia ganadora. En un artículo puramente académico, y por ende más complejo para el público promedio, Chester A. Crocker, Fer Osler Hampson y Pamela R. Aall lo definen como el involucramiento estratégico de la diplomacia, persuasión, capacidad de construcción y la proyección de poder e influencia encaminadas a lograr en relación costo-efectividad teniendo legitimidad política y social.
El cambio de smart por soft tuvo por objetivo evitar que a los demócratas norteamericanos, tradicionalmente percibidos como más débiles en política exterior que los republicanos, el uso del segundo término diera a sus adversarios un argumento de crítica en la comunicación masiva, cuando el tema del antiterrorismo era relevante para la opinión pública.
En el mundo académico hay una discusión sobre quién fue el primero en introducir el término de smart power. De acuerdo a la revista norteamericana Foreing Policy –quizás la de mayor prestigio mundial en el estudio y análisis de las relaciones internacionales–, hay un debate sobre quién introdujo el término smart, ya que en 2004 Suzanne Nossel escribió un artículo titulado “Smart power” en otra revista prestigiosa en este campo, como es la Foreing Affairs.
Al mismo tiempo, aparece el libro de Joseph Nye, Soft power: El pensamiento y el éxito en la política mundial. Quién lo escribió antes es un tema que probablemente nunca se resuelva.
Queda planteada la cuestión de si smart power es un mejor sinónimo de soft power o del término que combina éste con el hard power, definido inicialmente como el intelligent power.
Pero mientras esta discusión puede prolongarse en el mundo académico, el uso de este término y su concepto en la Administración Obama es un ejemplo interesante de cómo en los EE.UU. los académicos pueden influir en el diseño de las políticas públicas.


El 13 de enero de este año, a nueve días de la asunción de Barak Obama, la entonces senadora por Nueva York, Hillary Clinton, durante la audiencia de confirmación en el Senado dijo: “Nosotros debemos usar lo que ha sido llamado el smart power –el uso pleno de todas las herramientas a nuestra disposición–, eligiendo la herramienta correcta o combinándolas para cada situación. Con smart power, la diplomacia estará a la vanguardia en política exterior”. El término fue percibido entonces como una alternativa a la Transformacional Diplomacy –diplomacia transformadora– de su predecesora en el cargo, Condoleezza Rice, quien tenía la formación académica que su sucesora no tiene, aunque no necesariamente su realismo político.
También la actual secretaria de Estado prometió vincular la diplomacia con el poder militar y económico, en matrimonio con los principios y el pragmatismo, agregando: “Hoy las amenazas de seguridad no pueden ser enfrentadas en aislamiento. El smart power requiere de ambos, amigos y adversarios, para reforzar las alianzas y forjar nuevas. Ello implica fortalecer las alianzas actuales, especialmente con nuestros socios de la OTAN”.
La Administración Obama lleva más de medio año en el poder y es claro que ha asumido plenamente en relaciones internacionales el concepto del soft o smart power.
La imagen de Obama permanece intacta, aunque en su país ha comenzado a descender en julio, pese a lo cual tiene un nivel de aprobación cercano al 60%. Ello ha sido fundamentalmente por el aumento del desempleo.
A nivel mundial no ha perdido consenso y para ello ha usado en plenitud el soft power, siendo una manifestación acabada de ello su conciliador mensaje hacia los musulmanes. Pero es en las cuestiones concretas donde surgen los problemas.
Por ejemplo, frente a las protestas en Irán por la manipulación electoral, aplicar el soft power frente al actual gobierno, no cuestionando rápidamente la represión para no deteriorar la relación con el régimen actual y en consecuencia no cerrar la puerta a un acuerdo sobre el tema nuclear, implica dar una manifestación de hard power frente a la opinión pública occidental y los liberales del mundo musulmán.


Es que ser simpático con Putin, Hu Hintao y Ahmadinejad puede ser por un lado una manifestación de soft power para mejorar las relaciones bilaterales con estos países claves, pero a la vez implica traicionar en función de los objetivos del hard power –la seguridad– los principios y valores de la democracia que hacen a la esencia del primero.
La política latinoamericana de Obama da en las últimas semanas algunos ejemplos de ello. Mejorar el diálogo con Chávez es una manifestación de soft power frente a él y los países del ALBA, pero lo es de hard power respecto a la oposición venezolana, a la cual hoy acompaña más de la mitad de la opinión pública del país.
Aplicar los principios del soft power en la crisis hondureña implica que Obama reclame la reposición de Zelaya como presidente. Pero en la opinión pública hondureña, en la cual el 70% apoya al gobierno de facto, la percepción es la contraria.
Es en estos casos donde en las últimas semanas se han percibido algunos matices entre el presidente y su secretaria de Estado.
Mientras Obama ha mantenido el silencio frente a los constantes ultimátums de Chávez de que deje de ser ambiguo en los hechos, al no presionar más por la reposición de Zelaya, Hillary Clinton en cambio ha criticado al presidente venezolano y ha adoptado incluso públicamente una actitud más negociadora y menos principista en la crisis hondureña.
Es aquí donde el debate que deja abierta la política académica de si el smart power es un sinónimo del soft power, o lo es del poder inteligente que combina a ambos, adquiere significado práctico. Pareciera así que mientras el presidente usa el smart power más como sinónimo del soft power, su secretaria de Estado lo percibe como una combinación del duro y el blando.

*Director del Centro de Estudios Unión para la Nueva Mayoría.