Los De Vido son una familia feliz.
Celebraron dos grandes logros en los últimos diez días:
Primero fue la consagración de Celina Rucci en “Bailando por un sueño”.
Después, la ratificación de Julio Miguel De Vido (concuñado de la vedette) como integrante del futuro gabinete de Cristina Kirchner.
En Puerto Panal, un barrio de chacras muy cool ubicado en Zárate, Celina y su pariente político cultivan sus pasiones más íntimas:
La imponente bailarina afirma ser una diestra pescadora de sábalos y surubíes. Y si aparece algún dorado, mejor aún.
El polémico superministro cría pajaritos en grandes jaulones.
Digamos de entrada que De Vido se ha mostrado más ducho en la planificación federal que en la ornitología: la insólita nevada de julio pasado resultó fatal para sus plumíferas mascotas.
Queda claro, entonces, que, de las aves, de Vido no admira básicamente su durabilidad.
Sí, en cambio, sus privilegiados sentidos de la vista y el oído.
Y esa capacidad para marcar territorio del modo más fino posible: cantando.
Otra condición que caracteriza la fragilidad de los pájaros es que pueden ser fácilmente hipnotizados.
Lo descubrió allá por 1646 un jesuita alemán de apellido Kircher, mientras despuntaba el vicio científico con unos pollos.
Athanasius Kircher se llamaba el talentoso sacerdote que, entre las cuarenta y cuatro obras que integran su bibliografía, escribió Tariffa Kircheriana sive mensa Pathagorica expansa.
Para ser breves: nada que ver con las tarifas públicas, ni con Néstor Carlos Kirchner ni con la Patagonia. Ni con nada relacionado directamente con esta historia.
Salvo porque Julio Miguel De Vido es un pingüino (¿Pájaro bobo? Pájaro vivísimo).
Es un pingüino por adopción.
¿O lo será por la sugestión hipnótica de alguien que, con paciencia jesuítica, viene construyendo un grandísimo poder que lo incluye como pieza clave del actual gabinete y del que vendrá?
Ser o no ser. El arquitecto Julio Miguel De Vido dejó de ser quien quería ser para dedicarse a ser lo que le mandaban en abril de 1991.
Para entonces, ya había trabajado codo a codo con Cristina K (por orden de Néstor K) en el Consejo de Planeamiento, Asesoramiento y Consulta de la Intendencia de Río Gallegos; y había estado al frente de la Dirección Provincial de Vialidad. Y creyó que tanta efectividad le sobraba para ser intendente; es decir, heredero del jefe en su propia ciudad, mientras el Pingüino Mayor peleaba por la gobernación.
Se quedó con las ganas. Kirchner puso de candidato a su tío, Manolo López Lestón.
Las crónicas de la época aseguran que, en un rapto de ira entre sus pocos adeptos, el joven De Vido dijo: “Kirchner es autoritario, es un absolutista”.
Pero hicieron pronto las paces. Apenas asumió como gobernador, Kirchner (acaso sensibilizado porque su tío acababa de perder y porque no se hubiera perdonado quedarse sin alguien “tan ducho para los números”) lo nombró ministro de Economía y Obras Públicas.
Julio De Vido jamás volvió a dedicarse a otra cosa.
La Gran Idea K se llama Obra Pública, hecha o apenas anunciada.
La Gran Caja K se llama Obra Pública, se sospecha en Tribunales.
De Vido no hace. Obedece.
Obediencio De Vido.
Quién es quien. Nadie debería haberse sorprendido, el miércoles pasado a eso de las 10:50, cuando Alberto Fernández anunció, con la parquedad con que se anuncia un trámite oficial cualquiera, que De Vido y él mismo formarán parte de la gestión K 2.
Tampoco cuando el mismo re-jefe de Gabinete señaló: “Mi rivalidad con el ministro De Vido es parte de la imaginación periodística. No es la primera vez que me escuchan hablar bien de su gestión. Ojalá quien escribe esa novela deje de escribirla”.
Alberto Fernández jamás se confesaría públicamente coguionista de la pretendida “novela”, por la sencilla razón de que atacar a De Vido es atacar a Kirchner, el máximo ratificado al armar el gabinete de la Señora.
Sin embargo, lo fue.
“Equipo que gana no se toca”, suele decirse en el fútbol.
De Vido no se toca.
Fernández no se toca.
La tensión De Vido-Fernández tampoco se toca.
De Vido, Fernández y sus peleas de entrecasa le han dado excelentes dividendos al esquema de poder oficial.
Cuando De Vido y Fernández chocan, Kirchner crece. Goza.
Porque De Vido acota a Fernández.
Porque Fernández acota a De Vido.
Porque Kirchner los acota a los dos, como amenazando al uno con el otro.
De Vido y Alberto F son Kirchner en acción.
Una pregunta: ¿qué nuevo ingrediente le sumará Cristina a la ecuación?
Dicen que Alberto se parece más a Cristina y Obediencio, a Néstor.
Tal vez De Vido, como nunca antes desde el próximo 10 de diciembre, deba hacer hasta lo imposible por evitar que se le vuelen los pájaros.
Ya se verá.
Polluelos. La inmensa mayoría de las aves aprende a cantar, a comer y a volar por imitación.
No hacen. Copian a papá y a mamá. A los jefes de bandada, digamos.
El pingüino es un ave. No vuela, pero se mueve como pez en el agua. O mejor. Se alimenta en el mar. Procrea y anida en tierra firme. O en hielo firme.
El pingüino emperador (Aptenodytes forsteri), el más grande de todos, tiene una particularidad: es el macho quien empolla los huevos entre sus patas y cría a los polluelos; la hembra manda y provee el sustento.
¿Cómo evaluar si un pingüino de los grandes ha sido bien criado?
Miren a De Vido:
Fue empleado de la vieja telefónica estatal, ENTEL.
Es funcionario público desde hace veinte años.
Gana 8.000 pesos por mes. Pero paga 3.000 dólares mensuales por el alquiler de un piso en Libertador al 2200, donde vive. La chacra de Puerto Panal, donde atiende a sus pajaritos durante los fines de semana, está valuada en 750.000 dólares.
Declaró un patrimonio de 1.500.000 pesos, casi la totalidad en depósitos bancarios.
Es el 50% de lo que dice tener.
La otra mitad ganancial le pertenece a Alessandra “Lali” Minicelli, su esposa. El hermano de ella, “el Mono” Minicelli, es el marido de la vedette-pescadora Celina Rucci.
“Lali” es funcionaria pública desde 1990. Hoy es síndica de la SIGEN, el organismo dedicado al controlar la transparencia de quienes, como su amado Julio Miguel, integran el Gobierno.
Sólo este año, De Vido controló una caja presupuestaria de 23.000 millones de pesos.
En síntesis: una cosa es ser obediente. Y otra muy distinta es ser un pajarón.