COLUMNISTAS
Asamblea de la onu

Ocasos y amaneceres

De las reiteradas exigencias para reformar el Consejo de Seguridad de los países emergentes, al sorpresivo mensaje de paz del iraní Rohani. La cumbre de las Naciones Unidas y una semana que anuncia una nueva etapa.

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(A la memoria de Oscar Raúl Cardoso)

Mientras que el Salón de la Asamblea General –lámina del modernismo de posguerra– es reparado según los criterios del arquitecto Michael Adlerstein, en un anexo transcurre la 68ª Asamblea General de la ONU. Abierta por  Dilma Rousseff y Barack Obama –tras las palabras del secretario general Ban Ki-moon– el martes 24 de septiembre, cuenta con la presencia de más de 130 líderes mundiales.

La transitoria sede que alberga a los mandatarios es un símbolo efímero de los cambios –algo más que arquitectónicos– que viene reclamando la industria del multilateralismo global, aunque éstas son voces para otros ámbitos. Sólo un indicio: de entre las diversas vedetes de la gala (contando personas de existencia visible y tendencias), destacó en el rubro “tendencias” la inclinación por reclamar la modificación del Consejo de Seguridad “de manera que refleje las realidades del siglo XXI” (Argentina, Brasil, Chile, Nueva Zelanda, Perú, Sudáfrica). En el apartado “personas de existencia visible”, una de las figuras sobre la que abundaron flashes como flechas fue Hassan Rohani, presidente de la República Islámica de Irán. Si en el caso anterior lo que destaca es el perfil que debe desaparecer, en el de Rohani magnetiza a algunos analistas occidentales el que vendrá.

El religioso duodecimano e islamista moderado, que hizo campaña bajo el lema “un gobierno de prudencia y esperanza”, enternece a los analistas anhelantes desde la tapa del Tehran Times (miércoles 25 de septiembre), que reproduce su mensaje en inglés al pueblo de los Estados Unidos: “Les traigo paz y amistad”. No es poco para el mandatario de un  país que tiene en su programa nuclear y su proximidad con el presidente de Siria Bashar Al Assad (entre otras cuestiones) motivos de enfrentamiento con los Estados Unidos (entre otros países).

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El premier israelí Benjamin Netanyahu no tardó en calificar el curvilíneo proceder de Rohani como “cínico lleno de hipocresía”. “Uno de los países más ricos en petróleo del mundo no invierte en instalaciones atómicas subterráneas para producir electricidad”, aclaró, por si hiciera falta. Pero éstas son sólo las tribulaciones externas de Persia. En el plano interno, el mandatario cree que ha llegado la hora de dar aire a la ahogada economía de su país, lo que supone moderar las sanciones occidentales espoleadas por Estados Unidos, equilibrando una tecnocracia creíble (como el ministro de Petróleo, Bijan Namdar Zangeneh; el de Economía y Asuntos Financieros, Ali Tayebnia; el de Energía, Hamid Chitchian –que supo ser jefe de inteligencia en los cuerpos de la Guardia Islámica Revolucionaria, IRGC–), con actores mercantiles menos visibles pero contundentes, como precisamente los IRGC.

No hubo foto con Obama pero acaso la haya, aunque Irán ya tuvo un presidente reformista (Mohammed Khatami), llamado prestamente a sosiego por sus opositores conservadores.

El presidente norteamericano, eso sí, no las tiene todas consigo. Tras sus arranques con retrocesos respecto de Siria, tuvo que soportar en el plano interno las 21 horas y 19 minutos de perorata del senador republicano Ted Cruz (toda una ídem), empeñado en retrasar el inicio del proceso de votación en la Cámara alta de la ley que prevé nutrir de fondos al Estado para que pueda afrontar sus gastos hasta el 15 de diciembre. Una performance digna de la laureada serie House of Cards, donde el legislador Frank Underwood (Kevin Spacey) parecía haberlo superado todo. Un viejo dicho inglés sostiene que las grandes conmociones proceden de las pequeñas causas, aunque nada tienen que ver con éstas. Una clave, entonces, es advertir lo menudo mientras no se les saca el ojo a las grandes líneas de dirección.

Precisamente, entre lo exiguo y lo dirimente discurren las peripecias suratlánticas de los anglosajones. Si hoy pusiéramos la vista en la línea anglo-norteamericana de fortines atlánticos, enhebraríamos las islas de Ascensión, Tristán da Cunha, Santa Elena, Malvinas, Georgias y Sándwich del Sur.

El ex embajador de Brasil ante la Corona Británica Celso Amorim era ya entonces aliado solidario del reclamo argentino sobre Malvinas. Luego de desempeñar el puesto de canciller de Lula, ahora es ministro de Defensa de Dilma.

Recientemente, nuestra primera mandataria conversó con él en Olivos, a modo de prefacio al encuentro entre ambas dignatarias en Nueva York. En el pasado, las diferencias reales o inducidas desde afuera de los dos países, las duras urgencias de las políticas interiores y la ausencia de una conciencia política sobre la importancia de defender juntos nuestros iguales intereses, habían paralizado los primeros intentos de anudar fuerzas. Es del caso evocar los intentos –discontinuados– de los presidentes Perón y Vargas, y luego los de Frondizi y Quadros.

No es osado presumir que en las reuniones citadas más arriba algunos de los temas de la agenda fueron:

1. ¿Qué hacer ante el sistema de espionaje de la NSA (Agencia de Seguridad Nacional) conocido como “Prisma”, con el que Estados Unidos rompió los códigos cifrados de protección de expedientes de compañías petroleras brasileñas así como conoció los contenidos de las conversaciones privadas de la presidenta Rousseff?

2. Los avances anglo-norteamericanos sobre los recursos y el control del Atlántico Sur.

Sobre el primer tema, ya es sabido que Brasilia reaccionó con firmeza y ha pedido explicaciones y seguridades a Washington, lo que no se materializó en respuesta satisfactoria alguna.

Si bien en nuestro país existe una tendencia a soslayar el accionar del espionaje británico y norteamericano, lo cierto es que el señor Eduardo Snowden probablemente tenga guardada alguna información que desnude el grado de penetración de los sistemas de inteligencia entre nosotros. La Cancillería argentina seguramente toma en consideración el accionar de agencias como el CGHQ de Londres (Cuartel General de Comunicaciones del Gobierno) y el MI6 (inteligencia exterior).

Pero lo esencial es la cuestión de la estratégica línea de fortines que Gran Bretaña y Estados Unidos están instalando sin prisa ni pausa en el Atlántico Sur. En esa línea, la isla de Ascensión es el ejemplo más reciente de cómo se desarrolla la estrategia.

Con una superficie de 94 kilómetros cuadrados y menos de ochocientos habitantes, tiene cada vez más antenas y menos habitantes. El plan consiste en reemplazar por contratistas por tiempo determinado a los menguados pobladores con una, dos o hasta cuatro generaciones en la isla. O sea, una expulsión de la población “por goteo”.

Además de haber sido cordón umbilical insustituible para la aviación y la marina de guerra inglesas durante la Guerra de Malvinas, la isla es hoy el lugar en el que la BBC tiene una poderosa antena de transmisión para todo el hemisferio sur; la Agencia Espacial Europea una base de telemetría para seguir los lanzamientos de vehículos espaciales desde Korou, en Guyana Francesa; una instalación de escucha de la agencia de espionaje electrónico norteamericana NSA, juntamente con la ya mencionada británica CGHQ; una base de la fuerza aérea yanqui y una estación de comunicaciones con la Antártida, además de una base aérea inglesa en la que aterrizan dos veces por semana los Airbus que ligan a la base de Brize Norton –al oeste de Londres– con el aeropuerto del ocupante de Malvinas en Mount Pleasant.

A los isleños se les ha retirado el derecho a establecerse en la isla, lo que hace que una vez terminados sus contratos, llegados a la edad jubilatoria o alcanzados los 18 años de edad sin tener un compromiso de trabajo, deban mandarse a mudar. Isla que por otra parte, no es nada fácil visitar, aun como turista, ya que la entrada a ese territorio sólo es permitida a quienes tienen un permiso firmado por el administrador colonial. Todo muy “siglo XXI”.

Y aquí soltamos anclas. Como dijo “La mujer que canta”, la “Prisionera Nº 72” de esa incomparable indagación sobre el comportamiento humano que es la obra Incendios, del libanés Wajdi Mouawad, “hay verdades que no se pueden decir. Se tienen que descubrir”.