¿Para qué existen los diarios? ¿Cuál es nuestra misión? Sea por el vértigo de nuestro trabajo, por la rutina o por el ego desmedido, los periodistas solemos hacernos escasas preguntas acerca de la tarea que ejercemos. Mucho menos las respondemos. Y aun peor, las contestamos con frases hechas.
En la Argentina de los últimos años, como nunca antes desde el regreso democrático, los medios en general y los diarios en particular atraviesan un estado de emoción violenta. Ello poco tiene que ver con la libre expresión o la rigurosidad profesional, y más con la defensa de intereses corporativos y políticos. Se trata aquí de describir, no de juzgar.
Esa dinámica agitada desde el kirchnerismo reveló hipocresías y enjuagues de nuestra industria, aunque también creó nuevos. Y todo parece limitarse a hegemónicos versus militantes (y viceversa). Entonces, nos volvimos obvios, previsibles, aburridos, cómodos. Lo que sea funcional al Gobierno sólo tendrá espacios destacados en Página/12 y Tiempo Argentino, casi nunca en Clarín y La Nación. Lo que perjudique al Gobierno será gritado por Clarín y La Nación e invisible en Página/12 y Tiempo. Partidizados.
Pero dejemos de ver la paja en el ojo ajeno.
¿Para qué existe PERFIL? En los ocho años que cumplimos hoy en el mercado, intentamos seguir fieles a nuestro lema: “Periodismo puro”. Todo lo que publicamos es pensando en el lector, no para conseguir algún negocio o quedar bien con algún funcionario o sector político. Esa carta de intención no está exenta de errores o pasos en falso (que hemos dado en cantidad, por qué no asumirlo), que tratamos y trataremos de corregir para ser cada vez mejores.
Construimos así un espacio de incómoda libertad, donde se ejerce un periodismo crítico y antidemagógico hacia todas las direcciones posibles. Incomodamos a dirigentes oficialistas y opositores, empresarios, jueces, sindicalistas, militares y hasta otros medios de comunicación afines. Breve repaso político: Cristina Kirchner nos detesta, Macri y Scioli creen que los subestimamos, Massa piensa que le hacemos campaña en contra, Carrió ni nos atiende. Ese fenómeno habla de la poca tolerancia a las críticas, pero también de la pluralidad de nuestros dardos.
La incomodidad la trasladamos puertas adentro. En nuestras páginas, Leuco destroza a Verbitsky y Magdalena lo rescata. Raffo es durísimo hasta con Fontevecchia. Petrarca, nuestro ombudsman, no salva a nadie si tiene que hacer alguna objeción, incluido Nelson Castro. No hay vacas sagradas, intocables, ni tampoco todos pensamos igual, en casa o con otros medios de la editorial.
Y esta actitud se extiende a lectores y anunciantes, necesarios para sostenernos económicamente. No bajamos notas si afectan a algún patrocinante ni las subimos cuando dejan de serlo. No necesariamente le damos al lector lo que quiere leer, sino que tratamos de aportarle información y análisis que le permitan formar su propio pensamiento crítico. No siempre lo logramos, pero es un camino que transitamos convencidos.
No debemos estar tan errados. Este ejemplar de PERFIL es leído por decenas de miles de personas sólo en papel (en la web se multiplica esa cifra), y en esta edición han dicho presente más de un centenar de anunciantes (si sumamos nuestra revista Luz, son unos 150). Al final, la incómoda libertad parece que nos satisface a muchos.