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Ocurrencias pandémicas

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| Cedoc

Una urgencia menor me obliga a abandonar el encierro, la mística del cuidado del cuerpo que es el altar de la existencia de un ente sobrevaluado, el yo. Atravieso las calles mirando los fantasmas embarbijados a través de la ventanilla del taxi. Es curioso que, en estos tiempos, las únicas caras descubiertas sean las de los conductores y participantes de los programas de televisión. Y más curioso aun resulta comprobar que muchas de estas caras descubiertas se ocupan de agitar como nunca antes nuestras almas con el espectáculo obsceno de sus narcisismos primarios, de sus odios desatados, de sus histerias de pacotilla, del precipicio sin fondo de sus derrumbes morales. Agitadores de la nada, poetas cínicos de la muerte en beneficio de la presunta recuperación económica (cuando antes esperaban el arribo de la modernidad robótica para desemplear a los humanos), el horror anima ese lodo en el que se revuelcan. Gritan, se agitan, brindan informaciones sesgadas, la falsedad y la falsificación son sus pasaportes, el cinismo como pose de inteligencia, son los grupos de tareas del presente, cuyo horizonte conceptual es la denostación de la solidaridad, la exaltación del egoísmo y la miserabilidad y las vacaciones en Miami.

Hablando de ese modelo…Hace un par de décadas, en homenaje a las sodomías carnales, el presidente con picadura de avispa y peluquín teñido desplegó en Casa de Gobierno un símil de telgopor del logo norteamericano White House. Luego, el macrismo (copyright sucesivo de Carlos y de Néstor), en esa deriva patentó a su vez “Buenos Aires Ciudad”, una imitación anglófila de “New York City”, cuando el logo debería decir “Ciudad de Buenos Aires”. Ahora, cada vez que Alberto termina de renovar la cuarentena, tenemos que leer una pantalla celeste que dice: “Argentina presidencia”. La ausencia lamentable de conectores del inglés no debería suprimirnos la posilidad de leer: “Presidencia de la Argentina”.