COLUMNISTAS
riquezas

Oh, Dios, mataron a Kenny

default
default | Cedoc

Hay un personaje de la serie de dibujos para adultos llamada South Park que se llama Kenny y que tiene la particularidad de que muere en todos los capítulos. Siempre se le avecina al pobre Kenny una tragedia mayor –lo pisa un tren, lo aplasta un piano que cae del cielo, alguien le dispara– y uno de los otros personajes, como único consuelo, lanza la muletilla “mataron a Kenny”. Y a otra cosa. Nuestro país, desgraciadamente, se parece bastante a esa caricatura yanqui. Acá matan a Kenny todos los días y –más allá de las marchas y contramarchas– sólo nos limitamos a decir “Oh, Dios, mataron a Kenny!”. Todavía funcionamos a tracción a sangre. Si queremos tener trenes nuevos y un buen servicio, primero tiene que morir mucha gente. Queremos que se inspeccionen los boliches, primero hay que prenderlos fuego y producir una catástrofe. Día tras día matan a una mujer nueva, como si fuera un loop. Y nadie hace nada. En el fútbol, la muerte es ya algo cotidiano. “Vendrá la muerte y tendrá tus ojos”, ha escrito Cesare Pavese; acá podríamos reformular ese verso: vendrá la muerte y se jugará igual la fecha y la otra y la otra. De alguna manera, hay algo que nadie se anima a blanquear porque estaría mal visto y es que nuestra sociedad necesita que muera gente, siempre, para poder funcionar. Hay una torta y no se la pueden repartir a todo el mundo. Modelos de inclusión, modelos de televisión, lo cierto es que vivimos como en las colonias de insectos: algunos, pocos, se enriquecen, y otros, muchos, lavan la mierda y se fagocitan sin tener tiempo en el mundo de experimentar la alegría de vivir. Hace poco, los candidatos a ser los futuros presidentes del país fueron al programa de Marcelo Tinelli para promocionar sus eslóganes. ¿No sabían que los que entran a ese estudio de Ideas del Sur deben abandonar toda esperanza? ¿Que en ese lugar que es uno de los epicentros del capitalismo salvaje sólo se va a hacer campaña para Marcelo Tinelli? Tinelli nunca se desintegra y si, de casualidad, alguien lograra pulverizarlo, las partículas del suelo insistirían en unirse, como sucede con el metabolismo del Terminator rubio en Terminator 2. Porque ¿qué haría nuestra sociedad galvanizada y dormida sin el show de Tinelli? Scioli –posiblemente el futuro presidente ya que su arco de aceptación pasa por sectores de los K, los anti K y el conservadurismo más rancio de la clase media–, Massa y Macri fueron al programa tinelesco para apoyar la candidatura del conductor al sillón de la AFA. Tinelli siempre quiere más. No se conforma con ser líder de opinión y ser vicepresidente de un club, tener diez casas, bodegas, Twitter, autos y motos, quiere más. El apetito del poder es insaciable. ¿Qué haría Marcelo en la AFA? ¿Habrá identificado que ser presidente de AFA es mejor que serlo de Argentina? Que la AFA –subsumida por la FIFA para que tenga “valor”– es como un país dentro de un país ya que no se la puede intervenir porque inmediatamente la FIFA –esa colonia extraterrestre comandada por el señor Spock– podría desafiliarla. A FIFA, y por ende a la AFA, no se la toca, nunca. Por eso pudimos organizar y ganar el Mundial 78 mientras los militares masacraban a todos. Total los puntos –como quiere el menottismo, como se dijo después del gas pimienta– se ganan en la cancha. En los juegos, el adversario ocupa un lugar importante porque es el que tenemos que vencer para poder construirnos cabalmente. El adversario debería ser alguien al que admiramos, al que cuidamos. Los jugadores de Boca y su DT no pensaron así, el adversario era alguien accesorio sólo para poder ganar. A River, en cambio, la sensación de no haber podido ganar en la cancha los puntos lo malogró, lo dejó anestesiado, ya no es la misma copa sin poder superar a nuestro adversario. Pero en nuestro país las cosas están desnaturalizadas. Nada tiene la garantía de vivirse de manera tranquila, completa. Los partidos no se terminan, las vidas se truncan antes de tiempo, el otoño no empieza nunca, como recitaba Juan Gelman, “los obispos no obispan, los funcionarios no funcionan”. Y sin embargo, como escribió Edgard Bayley, otro gran poeta, “es infinita esta riqueza abandonada”.