COLUMNISTAS
MESSI, LOS TERRenales DE SABELLA Y LA MAQUINA ALEMANA

Once terraqueos contra la Bestia Rubia de Nietzsche

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“Podríamos decir, y creo que no sería una exageración, que los sueños son la forma estética más antigua de todas; parece que los hombres siempre han soñado y, sin duda, en el caso de los salvajes, no se distinguen los sueños de la vigilia”
Jorge Luis Borges (1899-1986); de su charla “Los sueños y la poesía” en la Escuela Freudiana de Buenos Aires, 19/9/1980.

Es difícil escapar de la tonelada de lugares comunes que consagran la gesta heroica, las lágrimas de emoción, la conmovedora entrega de Mascherano; las manos de Romero, el nuevo Goycochea, de las sombras del ninguneo a nuestro Olimpo de los salvadores de la patria; el planteo de Sabella, antes mezquino y miedoso, ahora sabio o genial; la omnipresencia de Messi, es decir nosotros mismos, cantores del Himno, o no, mejor así, ohóhhh, ohóhhh, invasores de Brasil a cualquier precio, decime que se siente, capos, creatividad argentina, de nada Creedence, mirá cómo nos odian, cómo nos envidian, qué grandes somos.

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La vida es sueño, decía Calderón, y el mundo del fútbol se alimenta de ellos. Tanto que, cada cuatro años, los señores de la FIFA pasean esos sueños por el planeta y facturan. Mucho facturan, en blanco, en negro y otros colores, y si alguno cae en la reventa first class no caerá ninguno de ellos.

Porque los proveedores de sueños no hacen esas cosas, claro. Gracias por el oro. Todo por el oro. Esa copa.

Nadie pierde un segundo en observar el barco que lo salva de un naufragio. Por eso, hablar hoy de la Selección sin anteponer la palabra “gracias” suena a sacrilegio, a provocación para los anónimos furiosos de internet; qué le pasa a este tipo, amargo, antiargentino, ahora qué vas a decir, resentido, mediocre, soberbio, patético pseudoperiodista, intelectualoide, la tenés adentro, a quién le ganaste, bobo.

Lo haré igual, muchachos. Escribiré lo que pienso más allá de la ceguera del   éxito o el fracaso, ese hilo tan delgado; lo que va de un penal que entra a uno que se ataja.

Es curioso. Luego de la eufórica clasificación frente a Holanda uno se siente en condiciones de afirmar, categórico, que en este país lo único que importa es el resultado. Pero sucede que el resultado fue apenas un empate en cero y eso no le importó a nadie. Lo que ciertamente resulta paradójico y circular. Muy nuestro.

El duelo táctico, la batalla por neutralizar al rival, ese espejo; la tensa partida de ajedrez resultó un plomazo insufrible. Messi y Robben, los Paganini de cada orquesta fueron, sartreanamente, lo que pudieron hacer con lo que el partido hizo de ellos.

Muy poco. Sabella y Van Gaal diseñaron dos equipos que esperaron bien cubiertos atrás para salir de contragolpe. Fue, claro, un éxito y un fracaso. Nada por aquí, nada por allá y a los penales; pato o gallareta, la gloria o Devoto.

Sabella se había expuesto fatalmente el día del debut contra Bosnia. Su idea de jugar con tres centrales y dos laterales volantes no anduvo durante su único tiempo de vida pese al 1-0 parcial. Y encima Messi, candoroso, ensimismado con el poder simbólico de su capitanía, fundiendo teoría y praxis, cometió el pecado de hablar a partir de su propia realidad –la de un genio capaz de romper con toda lógica– y no la del equipo, esa estructura. Y soltó aquella frase celebrada por su grey de fieles con pluma, micrófono o tablón: “Somos Argentina, no tenemos por qué fijarnos en el rival”. Oh, no.

De la mano del 4-3-3 y el rito pagano a los Cuatro Fantásticos –más Gago el escribano, única firma autorizada para dar el primer pase al monarca–, el equipo naufragó, igual o peor, bailando la música que le proponía el rival. Con Irán, desprotegido, chocó como una mosca contra el vidrio; y con Nigeria fue un golpe a golpe casi suicida: 1-0, 1-1, 2-1, 2-2, 3-2.
 
Después de 118 minutos ásperos contra Suiza sepultados por el agónico gol de Di María, Sabella, harto, se animó a ser él mismo. Cambió. Con Bélgica puso a Demichelis, Biglia, Basanta, Enzo Pérez. Todos terráqueos. Compacto, más corto, solidario, el equipo mejoró ya sin el vacío que por derecha dejaban las elegantes espaldas de Gago. Zabaleta hizo pie, Garay se sintió protegido y Mascherano, mártir consagrado, creció hasta el infinito, por fin menos solo en su sagrada misión de correr a todos. Messi, más sudor que luces, quizá haya experimentado por primera vez la agridulce sensación de ser uno más, parte de un todo. Le servirá más al chico que es y no conocemos que al inalcanzable genio del fútbol.
  
Argentina, bien o mal, logró tocar su propia partitura. Y con el viejo y querido 4-4-2 –que con Mascherano entre los centrales funcionó, de hecho, como su amado en 5-3-2– surgió la nueva frase estrella, aclamada por unanimidad con la pasión de los conversos: “hay ocupar los espacios”. Contra Holanda fueron bien cubiertos, aunque sin animarse a atacar. No alcanzó, claro. Y llegó la hora del héroe: Romero.

Veremos si pueden mejorarlo en la final, con un Messi más inspirado, otra vez contra Alemania, la bestia rubia de Nietzsche; potente como siempre, lujosa como nunca, con una brillante generación de jóvenes futbolistas en su mejor momento.

Para ellos parece un trámite y quizá por eso se haya filtrado la foto del nuevo escudo alemán con la previsible cuarta estrella. Tan favoritos son, tan obvio se intuye el resultado… que allí radica la única chance argentina. Aferrarse a lo imposible, lo que para nosotros no es un límite sino un estilo. Jugar de igual a igual; excesivos, osados, impulsados por una fe insensata; ganadores hasta lo ridículo.

Voluntad. Puro deseo. Desesperación por demostrarle al mundo que el Papa, Borges, el Che, Maradona, Messi-el-mejor-del-mundo somos todos; aprendan, qué Alemania ni Alemania, vos te comiste siete Brasil, van a ver lo que es un argentino con hambre, once argentinos, cuarenta millones de argentinos, ahora vamos por la gloria, la gloria, nuestra eterna persecución del horizonte.