En diciembre de 2015, cuando todavía muchos no podían creer que Mauricio Macri hubiese ganado el balotaje, un viejo grupo de amigos contaba el siguiente chiste. Mauricio iba a ver a su padre Franco y le decía: "¿Viste, papá? Soy presidente". Acto seguido, el fundador de Socma respondía con desprecio: "Pse... de un país sudamericano". Como plantea Freud y recuerda Žižek, el humor funciona no tanto por el absurdo que pone en primer plano, sino por la realidad que el ridículo disimula. El chiste de Mauricio y Franco recobra relevancia este domingo, luego de que el jefe de Estado vinculó a su padre con los Cuadernos de las Coimas y, en el mismo acto, lo declaró culpable. "Lo que hizo mi padre era un delito, él formaba parte de un sistema extorsivo del kirchnerismo", dijo el líder de Cambiemos en La Cornisa, ante Luis Majul, en la primera entrevista que dio tras la muerte Franco.
En rigor, la relación entre Macri y Macri, que Mauricio definió como "intensa", merece más un novelista que un historiador. Fue para desprenderse del nido empresarial de su padre que el hijo, luego de su secuestro, decidió dedicarse a la política. Ser presidente de Boca, jefe de Gobierno porteño y, finalmente, presidente a secas. Casi como una continuidad de las partidas de bridge que compartían, que motivaron a Mauricio a contratar a un profesor particular para ganarle.
Necesitado de construirse un enemigo (que terminó venciéndolo), el kirchnerismo siempre supo apuntar a ese vínculo problemático. "Mauricio es Macri", decían los afiches de la campaña porteña de 2007, que Mauricio ganó. La profecía se cumplió y el hijo terminó siendo el primer nombre del apellido "Macri". Así relegó de la nominalidad patriarcal a su padre, que denunciaba que Mauricio le "sacó la empresa". El inmigrante italiano que vino a sudamérica para hacerse a sí mismo, se acercaba a Néstor, viajaba con Cristina. En 2014 pedía "un presidente de La Cámpora" para el año siguiente y pedía que su hijo no por miedo a "que sufra".
Cuando Mauricio conquistó la presidencia de un país sudamericano, Franco quiso reconciliarse. Ya estaba más cerca del jardín de naranjos de Mario Puzo que del hombre que construyó un imperio vinculado a la llamada "patria contratista". El patriarca pasó en silencio los primeros tres años del Gobierno de su hijo, y luego no pudo volver a hablar. Su estado de salud le evitó tener que subir las escaleras de Comodoro Py 2002 para declarar sobre los cuadernos, como sí le pasó a otro integrante del clan, Ángelo Calcaterra, primo de Mauricio. "Mi padre está acá y no está acá, ya hace más de un año que esta postrado y si tiene algún momento de lucidez la debe pasar muy mal", contaba Mauricio en una entrevista, meses antes de que muriera Franco. La paradoja: el hijo casi no llegó a mostrarle lo que había construído sin (o a pesar de, o en contra de) su ayuda.
Para Freud, matar al padre, simbólicamente, era paso previo y necesario para alcanzar la madurez. Acaso el acto de culpar a Franco por el pasado familiar sea una necesidad de Mauricio en medio de su año más difícil, mientras busca una reelección que cada vez parece más esquiva. Curioso: después del envejecimiento visible que le generó el estrés de los últimos tres años, Macri se parece cada vez más físicamente a Macri. Tal vez el presidente de un país sudamericano termine descubriéndose en el espejo, idéntico a sí mismo.