Las quimeras representan un problema ético sobre lo viviente. Quimera propiamente dicha era un monstruo híbrido, un animal fabuloso con partes de diferentes especies: cuerpo de cabra, cola de serpiente y cabeza de león. De su unión con Ortos, el perro de dos cabezas hermano de Cerbero, nació otra quimera, la Esfinge (cara de mujer, cuerpo de leona, alas de pájaro).
Las quimeras actuales son igualmente inquietantes: embriones desarrollados experimentalmente a partir de la mezcla de material genético animal y humano. Las normas éticas no permiten desarrollar esos embriones más allá de los 28 días.
Por ejemplo, los científicos partieron de blastocitos de macaco a los que, seis días después de su creación, les inyectaron 25 células humanas. Los que trabajaron a partir de un embrión de cerdo, crearon una “interespecie” de humano y cerdo, para verificar si era posible editar el ADN para que generara, digamos, un páncreas humano apto para trasplante.
En estos días de intensidad política impar, hemos asistido a un nuevo experimento, así reconocido tanto por Federico Sturzenegger (“el plan macrista de Alberto”) y Horacio Verbitsky (“los nuevos préstamos, por el mismo monto que comprometió Macri, pero a partir de este año ratificados por Alberto”): la quimera que reúne partes de kirchnerismo con partes de macrismo. Como se ve, ya no hay ADN político en estado de pureza.
Habrá que ver si este monstruo político sobrevive más allá de los 28 días o si todo nos sale, una vez más, como el padre de la Esfinge.