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pedofilia y literatura

Otra denuncia agrava la situación judicial del escritor francés Gabriel Matzneff

La primera había ocurrido a fines de 2019, con la aparición de “El consentimiento”, de Vanessa Springora. En el libro, la autora confesaba que el prestigioso escritor, que hoy tiene 87 años y vive oculto en una localidad italiana, había abusado de ella cuanto tenía 14 años. Pero ahora otra mujer señala a Matzneff y lleva a las autoridades a volver a procesarlo. Se trata de Bérénice, quien asegura que el escritor abusó de ella desde los 4 hasta los 13 años.

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Matzneff. Arriba, el escritor francés que se encuentra refugiado en alguna parte de Italia, hoy y en 1983. | cedoc

En Francia, a fines de 2019, se desató un escándalo en torno al escritor Gabriel Matzneff, quien en sus libros presumió del amor con menores, bajo la mirada permisiva de la elite intelectual: en su libro El consentimiento, Vanessa Springora lo acusaba de pedófilo a raíz del abuso sexual que sufrió a los 14 años. Oportunamente, en esta misma página señalamos cómo, un año más tarde, el politólogo y economista Guy Sorman aprovechó esta denuncia para, en un programa de televisión –sin testimonios ni documentación alguna–, señalar como pedófilo a Michael Foucault. 

La noticia de hoy es que el barro social del abuso infantil sigue ahí: apareció una nueva denuncia contra Matzneff, que ya tiene 87 años y está oculto en una localidad italiana. La investigación judicial en su contra, iniciada a raíz de la publicación de Vanessa Springora, se encuentra estancada, pero en octubre pasado la carta de una nueva denunciante agrega otro testimonio ante la fiscalía y exige que el escritor sea procesado. De manera concreta, señala que Matzneff abusó sexualmente de ella, y la violó, entre 1977 y 1987, de los 4 a los 13 años.

Entrevistada por las periodistas Marion Dubreuil y Charline Andrieux, acompañada de sus abogados, la denominada Bérénice (para respetar su anonimato), de 50 años, aportó varias pruebas anexas al escrito presentado ante la fiscalía de París. Por ejemplo, una carta de 1986 enviada por Matzneff al padre adoptivo de Bérénice, al que podemos llamar Dr. X, donde al referirse a la salud de Springora, afirma: “Amo mucho a esta joven y nuestro encuentro cambió mi vida”. 

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Médico de profesión, explica que su padre adoptivo, el Dr. X, medicaba a toda la familia, mientras recuerda que le ofrecía “bebidas como necesarias, antes de convertirme en presa de su amigo, para evitar cualquier rebelión o pánico de mi parte”. Y agrega: “Él me ofreció literalmente a Gabriel Matzneff, cuyos escritos y su gran carrera literaria veneraba”. También que los abusos ocurrían en el hogar familiar de adopción, con la complicidad de la esposa del médico, y en otros lugares, como en un apartamento de la rue de Varenne y una habitación en el hotel Pont Royal del distrito 7 de París. Y no solo eso: ella también fue testigo de abusos cometidos por el escritor contra otros tres niños, también adoptados por otras familias, al igual que ella.

Claramente, la afinidad entre el Dr. X y el escritor no solo era intelectual. El médico falleció en 2020 y durante su enfermedad e internación hospitalaria, Bérénice accedió a los materiales documentales en la casa familiar. Incluso grabó los diálogos que mantuvo con él al respecto de su abuso sexual. En una de las grabaciones, el Dr. X afirma: “Matzneff estaba prácticamente solo con niños, estaba clasificado entre los pederastas en el sentido griego del término”. Fruto de esto, infiere y confirma que su hermano mayor, adoptado al igual que ella, también fue abusado sexualmente, pero por el padre adoptivo, el mismo Dr. X.

Los hechos denunciados no se encuentran contemplados en los plazos legales, pero en febrero de 2021 el Ministerio de Justicia de Francia ordenó a los fiscales realizar investigaciones apropiadas, incluso sobre hechos que puedan estar cubiertos por el plazo de prescripción, siempre que se trate de violencia sexual contra menores. De allí que los abogados de Bérénice citen un texto de Matzneff publicado en Les Passions Schismatiques (1977) y así reactivar la investigación: “Mis amigos pedófilos pueden atestiguar que solo excepcionalmente utilizo las redes de nuestra secta, donde se comparte a los niños y donde la única seducción es la de la billetera”.

Y esto es relevante: ya no es un caso aislado, ni se puede alegar resentimiento afectivo desde Springora, como intentó el abogado del escritor aludiendo a un “amor idealizado” y su correspondiente frustración. Porque este nuevo aporte descubre una trama perversa, un método para la búsqueda de víctimas, complicidades, también la existencia de un amplio círculo de pedófilos asociados para tal fin, del que se sospecha está integrado por algunos personajes poderosos e influyentes, quienes incidieron para que la investigación no progresara.

Para Bérénice no solo se trata de confrontar judicialmente al abusador que generó su trauma, sino que incluye en la denuncia la certeza de que existe un menor, adoptado por un amigo íntimo del Matzneff, a quien accedería para su abuso desde que tenía 11 años. Por otro lado, afirma que el último impulso para su denuncia lo recibió de la versión cinematográfica de El consentimiento, estrenada también en octubre pasado y dirigida por Vanessa Filho.

A la manera de una historia circular, aparece esta película, homónima del libro, cuyos efectos en la crítica francesa van desde la aceptación como documento que retrata la metodología del abuso intrafamiliar hasta el reproche por la crudeza de escenas innecesarias, clara muestra de que la negación es el primer recurso en el barro social, al menos para los mayores. ¿Pero qué ocurre con los menores? He aquí la sorpresa cultural.

Exhibida en 216 salas desde el 11 de octubre, en la primera semana acumuló 59.266 espectadores para, una semana más tarde, llegar a los 141.848, la mayoría jóvenes. El fenómeno lo adjudican a la difusión de la película a través de la red social TikTok, donde cualquier posteo referido a esta acumula un millón de visitas y, en algunos, hasta 20 millones. Los testimonios en dicha red incluyen palabras como “cruda”, “dura”, “trauma”, mientras citan diálogos de los personajes, algo que para los productores de la película significa que se sienten verdaderos destinatarios de su mensaje.