¡Es así como los adoctrinan, de esa forma les van metiendo las ideas en la mente! Primero les hacen cantar aquello de con gloria morir, después lo del sordo ruido de corceles y de acero, después lo de la bandera que en la batalla tremoló triunfal, después lo de la espada, la pluma y la palabra. Aceros, batallas, espadas, morir: así los adoctrinan. Y les dan a ver, con insistencia, en láminas multicolores o en figuritas para recortar y pegar o en sitios específicos de internet, las estampas solemnes de los rudos matadores de hombres. Subidos por lo general a un caballo para mejor embestir y atacar, y munidos de un filoso sable para clavar, degollar o destripar a todos los que pensaban distinto (los que pensaban, por ejemplo, que era preferible sostener la dominación colonial en América, el poder del rey, la esclavitud, el vasallaje). ¡Así los adoctrinan! Porque les van inculcando los nombres de esos matadores de gente, nombres que luego fatalmente detectarán en ciudades, avenidas, equipos de fútbol, empresas de micros, líneas de ferrocarril. Puede que hasta los lleven, en excursiones manipuladoras, a visitar tumbas en la Catedral o en la Iglesia de Santo Domingo, si es que no, tanto peor, a contemplar venerativamente, en una vitrina del Museo Histórico Nacional, el glorioso (sic) sable corvo, la espada del santo de la espada, su instrumento de matar.
Quién sabe si, con todos estos ardides, no se les irá formando la idea de que las grandes gestas de liberación de la historia (aquí y allá y en todas partes) se hicieron empuñando las armas, toda vez que los opresores, obstinados en conservar su poder, se valieron de las armas a su vez con la intención de aplastar insurgencias. Y que enfrentarlos a mano limpia o con propuestas de charlar un poco las diferencias habría sido insensato, si es que no directamente idiota. Ni la república ni la independencia ni la libertad, por poner apenas tres ejemplos, se habrían alcanzado de esa manera. Y quién sabe si luego no empezarán a maliciar que algunas declaraciones de consternación en contra de las luchas con armas (aunque no son todas las declaraciones ni son tampoco en contra de todas las luchas) puedan ser apenas engañosas maniobras destinadas a desalentar cualquier impulso de transformación social, la idea misma de que el estado de cosas pueda llegar a modificarse de veras.
¡Los adoctrinan, los adoctrinan! Tanto mejor sería enseñarles, ya de chiquitos, a callarse y a joderse. Que se aguanten o ya verán: ¡les bajarán el presupuesto educativo!