El Gobierno está intentando dar, al menos desde los anuncios, los primeros pasos para recuperar la capacidad del Estado de acceder al mercado de crédito voluntario a tasas de interés aceptables. Todo mecanismo de “normalización” de la Argentina, sea en sus aspectos institucionales, de funcionamiento de los mercados de bienes y servicios o de aspectos meramente financieros debe ser bienvenido. Y todo mecanismo para evitar sacrificios inútiles de los sectores más vulnerables, en medio de una situación de emergencia excepcional, también.
Sin embargo, tiene que resultar claro, a estas alturas, que durante muchas décadas el problema central de la Argentina económica ha sido la incapacidad de definir un marco fiscal, ingreso-gasto-deuda, sustentable en el tiempo. Y que, precisamente, la crisis de 2001-2002, default de la deuda pública incluido, fue la expresión máxima de la manifestación de ese problema.
Lamentablemente, el período 2003-2009 no se caracterizó por un intento serio de superar ese escollo estructural. En ese sentido, y no sólo en ese, la mencionada “crisis terminal” de comienzo de siglo, sirvió para muy poco.
La maxidevaluación y el default inicial licuaron el gasto público, en especial salarios y jubilaciones, en medio de un desempleo explosivo.
Luego, el excepcional escenario de precios internacionales de nuestros principales productos de exportación, y la gran performance del “barrio”, en especial Brasil, permitieron allegar recursos extraordinarios al sector público, que financiaron un nuevo ciclo de expansión del empleo público, los salarios y, parcialmente, las jubilaciones.
Digo parcialmente las jubilaciones, porque el Gobierno siguió liquidando mal los haberes más altos, recargando al sistema judicial. Mientras tanto, la renegociación de la deuda, aliviaba, en los primeros años, los montos a pagar. Pero ya hacia mediados de 2006 las cosas empezaron a complicarse porque la expansión del gasto aceleró la inflación.
Esta aceleración resultaba beneficiosa por el lado de los ingresos –ya que la recaudación impositiva aumenta en función del crecimiento de la economía y de la evolución de los precios– pero perjudicial por el lado del gasto, dado que se multiplicaron los reclamos salariales y previsionales y, a su vez, parte de la deuda pública se ajusta por precios.
La “solución” la conocemos: mentir en el índice de precios y estafar a asalariados y jubilados y defaultear, parcialmente, la deuda en poder de los futuros jubilados. Es decir, un default encubierto sobre la nueva deuda emitida para salir del default anterior.
No es de extrañar, entonces, que se nos haya “expulsado” del mercado voluntario de capitales y que los bonos argentinos rindan tasas exuberantes.
Bastó que la crisis global desplomara los precios de nuestras exportaciones y devaluara inicialmente el real brasileño, para dejar al desnudo, nuevamente, el problema fiscal congénito argentino, en la Nación y las provincias. La nueva “solución”, también la conocemos: expropiación de los ahorros previsionales y uso del crédito de la banca oficial y de la emisión monetaria del Banco Central para cumplir con los pagos.
Es decir, endeudamiento y más impuesto inflacionario (que pagan los que menos tienen), para hacer frente a pagos de la deuda que vence, los gastos corrientes, el fútbol televisado, los subsidios a los ricos, etc.
Se mantienen, además, los impuestos a la exportación en alícuotas que eran tolerables en otro escenario de precios internacionales, costos y condiciones climáticas, incrementando la tendencia a producir sólo soja, por ser el cultivo de menor riesgo en materia de inversión y de menor riesgo en materia de restricciones a la exportación –dado que casi no se consume en el país, salvo para el sushi–. Se mantiene el impuesto al cheque. Se mantienen impuestos provinciales y locales altamente regresivos.
El anuncio de “canjes de deuda” (que no es desendeudamiento, como se anuncia, porque no se paga deuda, se cambia por otra con otro tipo de ajuste y plazos de vencimiento) y, eventualmente, créditos externos del FMI o de inversores internacionales es una manera de “salir del paso” y no abusar con el impuesto inflacionario o los créditos de la banca oficial que podrían destinarse al sector privado.
Pero, esta nueva “solución”, como usted se da cuenta, es otra “trampa en el solitario” del gobierno de Kirchner.
Tiene sentido, en el corto plazo, y pensando que la alternativa sería más inflación y, por lo tanto, más pobreza e indigencia. Tiene sentido, en el corto plazo, esperando una mejora de la situación internacional y regional.
Pero, en algún momento, y cuanto antes mejor, deberemos debatir, y resolver, en serio, el problema fiscal central de la Argentina y definir qué impuestos estamos dispuestos a pagar y qué gastos estamos dispuestos a financiar con ellos.