Me extraña lo del señor Temer, la verdad. Usted lo ubica, ¿no? Es ese señor importante que ha llegado a los altos mandos (civiles y democráticos, no se asuste) de su país que viene a ser Brasil, nuestro vecino y hermano latinoamericano. En fin, creo que debería cuidarse un poco más o en todo caso, cambiar a alguno de sus asesores por algún otro sobre la base de que el nuevo No tiene que ser machista, ¿estamos? Estamos. Casi le diría que no sólo no tiene que ser machista sino que tiene que inclinarse hacia el otro lado. Y otro pasito hacia adelante: preferible que se le dé y que se le dé fuerte, por ser feminista aunque sea varoncito y sobre todo si lo es, varoncito, digo, que debe ser educado en la disciplina de la que hablamos. Sí, porque eso de aullar a los cuatro vientos que el papel preponderante y bendecido de nosotras se desarrolla en la casa y en el supermercado, francamente, merece una revisión porque es un verdadero papelón, le aseguro. Este señor tendría que recordar que sus dichos suelen ser comentados en diversos medios que llegan hasta los más recónditos lugarcitos de nuestro continente y quizás a los de algún otro. Claro que el señor Temer no me va a invitar a mí a tomar el té con él en la versión brasileña de la Casa Rosada, y eso es una verdadera lástima: me hubiera gustado el convite. Pero desde acá desde este modesta zona sur de esta preciosa ciudad, puedo susurrarle cariñosamente y sin que su señora esposa (de él) se inquiete, que en estos tiempos y en estos lugares quienes son levemente o severamente machistas tienen por lo menos que disimular sobre todo cuando desempeñan señeras funciones elevadas y ejemplares. Además de la casa y del súper, nos desempeñamos en otras funciones y en otros lugares y en algunos o algunas, bastante mejor que nuestros hermanos queridos. Tranquilos, en algunas otras igual y en algunas (pocas) otras, bastante peor. Amén.
Viene bien también ventilar un poco más las lecturas sobre el tema, especialmente las de los últimos tiempos, escritas por ellos o por nosotras, y ponerse al día acerca de ciertas actitudes que no solo perjudican a nuestras almas y a nuestros cerebros sino también a nuestros nombres y apellidos. Nuevamente amén.