Sólo he tenido con la Feria del Libro de Buenos Aires una relación laboral. Al principio, iba a la Feria porque trabajaba para una editorial y dentro de mis tareas se contaba la organización de actos. Después, empecé a ir como periodista. Cuando uno y otro horizonte laboral desaparecieron de mi vida cotidiana, sin embargo, comencé a recibir ofertas de la misma Feria o de las embajadas para que coordinara alguna mesa o participara de alguna de las actividades que se desarrollan durante su duración. Este año nadie me convocó, por lo que podré prescindir de ese paseo que siempre me atormentó un poco.
Los editores que conozco siempre se quejan de la Feria; los dueños de las editoriales, porque los costos son altísimos; los empleados, porque supone horas extras de trabajo que no siempre son recompensadas.
Se podría agregar que la Feria no paga bien a quienes participan de las actividades que organiza, pero al menos paga algo. Las embajadas, por el contrario, suelen considerar que la comida después de la mesa redonda es suficiente honorario. En todo caso, la Feria funciona y, de acuerdo con sus propios estándares, funciona bien. Es todo lo que se puede decir al respecto.
Pero, ¿por qué existe la Feria del Libro? Supongo que es una celebración tan establecida entre nosotros como la Navidad o la Pascua. ¿Qué se celebra? Muchos podrían decir que la Feria es la epifanía del libro y del autor como mercancías. Pero a lo mejor no es eso: la Feria es una fiesta que, como el Carnaval, subvierte los órdenes habituales (y que, por eso mismo, se agota en sí misma sin mayores consecuencias): quienes no leen nunca, acuden como público. Y los que leen, trabajan para ellos.