La presidenta Cristina Kirchner no deja de sorprender por sus desaciertos cada vez que se expresa, ya sea a través de las cadenas nacionales como en sus escritos en las redes sociales. A la falta de condolencias a la familia del fiscal Alberto Nisman y a sus burlas a los chinos mientras realiza una visita de Estado a su país se les suma una de las mayores gaffes de los últimos tiempos: el haber considerado a los judíos argentinos como extranjeros.
En su discurso del 26 de enero, en el que apareció sentada en una silla de ruedas, afirmó que el atentado del 18 de julio de 1994 había sido contra la sede de “la mutual de origen israelí”. Seguramente, habrá querido decir israelita, que es sinónimo de judío, porque sería terrible que pensara que esa institución es una dependencia extranjera.
La Asociación Mutual Israelita Argentina (AMIA) fue fundada en Buenos Aires hace 120 años, muchos más de los que tiene Israel (que nació en 1948), y brinda asistencia social, administra cementerios y una bolsa de trabajo para todos los habitantes del país.
¿Será que la Presidenta piensa como el jefe de la bancada de senadores de su partido, Miguel Angel Pichetto, quien en medio del debate por el memorándum afirmó que en el atentado de 1994 habían muerto “argentinos-argentinos y argentinos-judíos” (se olvidó de que también fallecieron bolivianos-bolivianos), ante la mirada silenciosa de su compañero del Frente para la Victoria de origen israelí, Daniel Filmus?
¿Será una coincidencia o, quizás, a ambos les entró el pánico escénico de tener que justificar lo injustificable (el acuerdo con Irán y el silencio ante la muerte de Nisman)? ¿Habrá sido una mezcla de acto fallido con verborragia de tribuna legislativa y arengadora de cadena nacional?
Quizá las relaciones carnales que mantienen con el ex presidente Carlos Menem les hayan contagiado y transmitido el mismo estilo de discriminación. Cómo olvidar cuando el mandatario llamó al primer ministro israelí Itzjak Rabin el 18 de julio de 1994 para darle sus condolencias por el atentado que acababa de producirse en Buenos Aires. “Las condolencias se las tengo que dar a usted”, le respondió desde Jerusalén.
¿En esa misma línea, habrá planteado su razonamiento Cristina Kirchner cuando en medio de la conmoción por la muerte de Nisman dijo en su cadena nacional del 30 de enero: “No permitamos que nos traigan a la República Argentina conflictos de afuera, que no son nuestros”?
Parece ser que está queriendo decir que la muerte del fiscal tuvo que ver con algo externo al país y que el atentado a la AMIA fue un evento que supera las fronteras nacionales y que nada tiene que ver con la vida diaria en estas tierras. Pero se olvida de que la política exterior forma parte de las decisiones de todo gobierno, incluido el suyo.
En su momento (1992 y 1994), se culpó a Menem de que los ataques tenían que ver con sus promesas hechas en Siria, Libia y otros Estados, durante su gira por Medio Oriente, antes de asumir la presidencia y que, luego, cuando ocupó el Sillón de Rivadavia, no las cumplió.
Lamentablemente, se olvida Cristina Kirchner de que ella también se sentó a negociar con los iraníes, acusados de ser los autores ideológicos del atentado a la AMIA (y también a la Embajada), y aún no queda demasiado claro qué fue lo que les ofreció a cambio de la firma del memorándum, al menos hasta que se compruebe si tienen fundamento las acusaciones que realizó Nisman en su contra antes de morir. ¿Habrá cumplido o teme que puedan venir a cobrarle las cuentas pendientes?
Ojalá que el fiscal no haya sido una víctima de ese acuerdo, como especulan algunos sectores en Israel, y que, como pidió la Presidenta en su discurso: “No traigamos el drama y la tragedia de otras regiones remotas del mundo, donde se mata, se tortura, se tiran bombas y misiles, se amenaza con el exterminio entre los unos y los otros… toda esa mugre que hay afuera nadie la traiga adentro”.
*Periodista.