En una nota del 3/1 (“Ciencia sexy y sexismo en la ciencia”) me referí a la paradoja de la discriminación de género en un sistema presuntamente meritocrático. A contramano, en la larga entrevista realizada el 10/1 el nuevo director del Conicet Alejandro Ceccatto resta importancia a la ausencia de mujeres llamándola “una mera fluctuación estadística”. Considera que la ciencia local tiene “un balance casi ideal de géneros” aunque la proporción de mujeres disminuya drásticamente en el nivel superior, “pero es un fenómeno social que pasa en otros ámbitos del Estado y de las empresas” afirma, como si eso lo eximiera de buscar las razones de la abrupta meseta y caída entre la base y la cúspide en el ámbito igualitario del conocimiento científico, en lugar de profundizar su investigación precisamente allí.
En la foto donde Lino Barañao presenta su equipo del Ministerio de Ciencia, llama la atención y resulta hasta estéticamente chocante la conformación íntegramente masculina del gabinete (para no mencionar la postura defensiva digna de una barrera de equipo de fútbol). Supongo que eso no le resultaría inadecuado al nuevo director del Conicet, porque afirma “tampoco creo en un sistema de cupos porque en ciencia la mujer es tan competitiva que no tiene problemas para ganarse su lugar con su capacidad”. Ceccatto es doctor en física, y desde 2007 fue alto funcionario del Ministerio de Ciencia y Tecnología. ¿Qué significa rechazar una medida de acción afirmativa, por añadidura constitucional, para alcanzar la igualdad de oportunidades diciendo que no “cree” en ella?
Las mujeres tienen problemas, y muchos, para ganarse su lugar. Es inaceptable que sus argumentos prescindan de rigor e ignoren los ya 20 años de estudios sistemáticos sobre indicadores de equidad sensibles al género, situación desigual de las mujeres en el sector, conflictos entre responsabilidades desiguales en el ámbito del cuidado y falta de políticas públicas que perciban y subsanen estas de-sigualdades, diferencias en las conformaciones familiares de varones y mujeres que han alcanzado estratos superiores en la ciencia (que muestran el precio desigual de la competencia). Esos estudios dieron lugar a medidas concretas en Conicet vinculadas a los límites de edad en el acceso a las becas y a la carrera de investigación (que perjudican específicamente a las mujeres porque coinciden con el período reproductivo) y a los procedimientos y plazos vinculados a la entrega de informes que coincidan con la gestación y parto.
Las medidas de acción afirmativa no están destinadas, como sugiere Ceccatto, a favorecer a quienes no pueden competir, sino a no competir en condiciones que no contemplen las diferencias biológicas, y también las sociales estructurales de desigualdad. Si el punto de partida es profundamente desigual, la aplicación de una meritocracia formal sólo refuerza el beneficio a los privilegiados. Con este mismo espíritu de contemplar las de-sigualdades estructurales el Conicet dio lugar a prioridades regionales para generar polos de investigación en provincias desfavorecidas, y me consta que esa política ha sido virtuosa en muchos centros de investigación del interior, aunque para probarlo hay que hacer una investigación rigurosa en términos de productividad. No vamos a oponer el “no creo” al “me consta”, sino invitar a profundizar la investigación social profunda sobre la pertinencia y efectos de estas medidas de política científica.
La política científica, como toda política pública, debe diseñarse en un marco de derechos humanos y equidad de género. Es un mandato constitucional que interpela fundamentalmente a quienes intervenimos en el mundo académico y científico. Nos invita a repensar el sistema en su totalidad incluyendo no sólo en la distribución sino en el reconocimiento y la representación a todos los sujetos excluidos de una democracia imperfecta en su origen, cuyas alternativas surgirán de un debate colectivo e incluyente, donde esta vez las mujeres nos aseguraremos de estar presentes.
*Ragcyt – Red Argentina de Género, Ciencia y Tecnología.