“Desde que papá se fue de viaje de negocios, el ambiente es muy raro. El abuelo, mamá, todos los que vienen a nuestra casa mueven la cabeza, tic-tac, como un reloj.”
Monólogo de Malik (Moreno de Bartoli), el niño de “Papá está en viaje de negocios” (1985), film de Emir Kusturica con guión de Abdulah Sidran.
Era raro ver la puerta de metal gris y vidrios de la calle Viamonte sin él, voz cavernosa, mirada desconfiada, acompañantes solícitos, preguntas al paso, frases cortas, irónicas a veces, el auto esperando. Daba impresión ver a esos pobres dirigentes desfilar hacia la primera reunión de comité ejecutivo en 35 años sin Julio Grondona. Desangelados, eran como una cofradía abandonada de Dios. Avanzaban incómodos, rostros serios, bocas cerradas, tensos como un adolescente de buen lejos que viste un traje que le queda muy grande, o ajustado, con zapatos nuevos y la garganta seca. Glup.
Horas antes, lo que en otro tiempo hubiese provocado la sonrisa despectiva del intocable dueño de casa heló la sangre de muchos: efectivos de la División Defraudaciones y Estafas de la Policía Federal allanaron la AFA, cumpliendo órdenes de la jueza Servini de Cubría. ¿Qué buscaban? Documentación sobre el contrato firmado con el Estado por los derechos de la televisación del fútbol para sumar a la causa iniciada por la legisladora porteña Graciela Ocaña. Ya nada parece inocuo en la fortaleza de Don Julio. Nada pasa.
Humberto Grondona, impiadoso, había arrojado su balde de nafta al incendio con una frase dura, como para marcar terreno. “Papá estaba muy angustiado y enojado con sus pares en su última reunión. Pero éste no es el momento para hablar. Deportivamente estamos bien y vamos a apoyar a quien quede al frente”, advirtió con algo de malicia el hombre que supo heredar en vida de su padre los destinos de las selecciones juveniles.
Parece que a Don Julio lo enfureció el affaire de la reventa de entradas en el Mundial –del que tampoco estuvo tan alejado su hijo–, y por eso habría caído en desgracia Juan Carlos Crespi, ese señor canoso al que vimos marcándose las charreteras con los dedos en el preciso instante en que el sorteo le deparaba a la Argentina una zona ridículamente fácil. “Je, el Jefe…”, le reveló al mundo a lo Marcel Marceau. La cámara oculta que mostró a Luis Segura tickets en mano, parado en el lobby del hotel, ya fue el colmo. El Jefe no podía creer semejante chiquitaje. Muy berreta, todo.
Fue justamente Luis Segura, el mismo que no hace mucho quería irse hasta de Argentinos Juniors, su club, quien quedó al mando del barco. Y para no volcarlo como el capitán Schettino, citó a Gerardo Martino para ofrecerle la selección nacional en la casa de… Julio Grondona hijo. Ahá. Las cosas claras. Y si son muy, pero muy claras, mejor.
El grondonismo sin Grondona, si tal cosa fuese posible, resiste y se atrinchera. Segura, Humbertito el locuaz, Julito II, Miguel Angel Silva –vice de Arsenal–, José Lemme –presidente de Defensa y Justicia–, Alejandro Marón, de Lanús, y lo que queda de Crespi han sido fieles espadas del Número Uno y hoy son la esperanza de la continuidad. No les será fácil.
Por ahora nadie los enfrenta, al menos públicamente; pero ya lo harán, más temprano que tarde. Hay muchos dirigentes que, con el Grand Sillón vacío, no están dispuestos a tolerar ese engendro infumable del nuevo torneo. Y los cinco grandes –mejor dicho: los clubes que más rating le pueden asegurar a la televisión– quieren cobrar como Brad Pitt o DiCaprio, no como un actor de reparto. Un reclamo previsible, latente desde hace años, que sólo el pánico grondónico mantuvo en apnea.
¿Debemos creerle al nuevo presidente de AFA cuando asegura que Martino era el único candidato y no existía plan B? Bueno, en fin... en circunstancias como éstas, lo mejor es recurrir a la fe. Digamos que sí; que era Martino o nadie, sobre todo porque había sido elegido por el sagrado dedo de Don Julio. Todo es posible, hasta lo bueno.
Martino es un muy buen técnico. Le fue maravillosamente bien en Paraguay, primero en Libertad y después con la Selección; volvió a Newell’s –su casa, que dejó de serlo mientras fue presidente Eduardo López–, armó un equipo que jugó en un nivel que pocos alcanzaron en Argentina, y así llegó al Barcelona. Tuvo la pésima suerte de dirigir a un plantel con jugadores en crisis, gastados, en caída libre; con la omnipresente figura de Guardiola todavía flotando en el Camp Nou y la larga agonía de Tito Vilanova haciendo lo suyo. Lo criticaron por su estilo de juego, por los cambios, por su remera verde pistacho. Por todo. No tuvo chances. Ningún otro, y mucho más siendo extranjero, las hubiese tenido.
¿Qué pasará ahora por la cabeza de Martino, un hombre transparente, frontal, sin vueltas? Dos cosas, antes que nada: a) me ofrecen la selección argentina, nada menos, con todo y Messi; b) ¿quién me la ofrece?, ¿dónde diablos me voy a meter?
Mmm… Difícil, ¿no?
Sobre todo revisando lo que pensaba un par de años atrás, con Don Julio bien apoltronado en su trono: “El fútbol argentino es apocalíptico, histérico, tramposo, ventajero. Hay una enorme improvisación. Me llevo mal con eso. Cuando uno trabaja aquí, no tiene que hacerlo pensando que se puede cambiar algo. Es inútil. Se entra o no se entra, pero siempre conociendo las reglas del juego. No sé si habrá sido tan bueno que Grondona esté tanto tiempo en la AFA…”.
Mientras la mesa chica de AFA se parece cada vez más a Ocho a la deriva, la película de Hitchcock, y Martino hace equilibrio como mejor puede, el circo del fútbol nativo reabre hoy su eterno show. Vuelve con polémicas, jugadores de cabotaje, chicos de oferta con pasaporte en mano, veteranos que buscan cerrar el círculo entre viejos afectos.
Pura pasión, muchachos. Nuevos temas que se engullirán a los de hoy, ese sinfín que tan bien reemplaza a la censura.
El fútbol de siempre, pero huérfano.