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persuasiones

Para la libertad

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Tengo un capítulo predilecto en la larga historia de la lucha entre el fundamentalismo religioso y la libertad: es el de Galileo Galilei (en versión de Bertolt Brecht). Derrota y a la vez victoria: derrota porque Galileo fue perseguido y hostigado; victoria porque tenía razón.

La vez que más de cerca me tocó ese asunto fue cuando acudí a ver la muestra de León Ferrari en el Centro Cultural Recoleta, y resultó que había sido cerrada. Las presiones ejercidas por determinados sectores sociales, con el cardenal Bergoglio a la cabeza, consiguieron imponer la prohibición. Prohibir es menos grave que matar, por supuesto, pero a la libertad como tal de todos modos le hace daño.

Debo referir también las vivencias que tuve al visitar Moises Ville, provincia de Santa Fe, pueblo pionero de la colonización judía en Argentina. Después de entrar y recorrer dos sinagogas, y después de asomarme a contemplar otras dos, sintiéndome a un mismo tiempo interpelado y ajeno, convocado y muy distante, llegué por fin al Teatro Kadima: recinto laico, núcleo activo de la vida cultural de la zona, es uno de esos sitios en los que tengo la impresión de haber ya estado antes, incluso cuando llego por primera vez. Toda una parte de mi vida, y no la menos sustancial, se condensó para mí en esa tarde.

Por eso suelo seguir este tema con bastante atención, tanto en sus capítulos más brutales y dramáticos como en los episodios menores; en la firme persuasión de que los segundos ayudan a la comprensión de los primeros.