Todo proceso electoral destinado a elegir presidente de la Nación define cuál de los candidatos asumirá como nuevo gobierno, y cuáles son los que no han alcanzado ese objetivo. A partir de esa definición se inicia otro proceso que, en general, se caracteriza por lo siguiente: la fuerza política triunfante se siente con la potestad de imponer sus políticas sin crear espacios de diálogo, mientras que los candidatos derrotados esperan mejorar su posicionamiento para las siguientes elecciones apostando al fracaso del ganador, con críticas, falta de apoyo y hasta obstaculizando su desempeño. Esta práctica, que nunca ayudó a resolver los problemas del país, resultaría nefasta ahora dado el cúmulo de desafíos a encarar.
En sus 12 años de gobierno, el kirchnerismo tuvo aciertos y errores, pero desde hace ya tiempo estos últimos superan largamente a los primeros, lo que se tradujo en una grave destrucción del aparato productivo, un aumento de la pobreza, de la delincuencia y del narcotráfico, así como daños a la cultura del trabajo por un asistencialismo clientelar abusivo, y a la convivencia social por una política de confrontación sistemática. La sociedad lo ha registrado y ha dado por cerrado el ciclo kirchnerista.
Las enormes tareas de reconstrucción que tenemos por delante exigen modificar aquella práctica tan nefasta, con cambios tanto en la conducta de la fuerza política triunfante como en la de aquellas otras que no alcanzaron el poder. La primera debe comprender que la situación no da para una soberbia que pretenda gobernar en soledad, imponiendo sus condiciones al resto de las fuerzas políticas. En cuanto a estas últimas, deberán aceptar que no es momento para especulaciones futuras, poniendo palos en la rueda al nuevo gobierno con la intención de posicionarse mejor en futuras elecciones. Los resultados del 22N deberán ser interpretados como un triunfo de la sociedad toda, del cual nadie puede apropiarse, pero menos aun boicotearlo. Una vez recuperado el país que estamos perdiendo habrá oportunidades para confrontar propuestas y modelos de sociedad a seguir.
De las fuerzas que llegan al ballottage, Cambiemos parece tener ventajas respecto del Frente para la Victoria, inmerso todavía en prácticas que lo identifican con un ciclo que la sociedad ha dado por terminado. Por otro lado, Cambiemos será también la fuerza a la que se le exigirá rendir exámenes más rigurosos. De ser así, el PRO (con sus socios asumiendo una mayor participación en las decisiones) deberá aceptar que la victoria no le pertenece por completo, y que los próximos cuatro años deben ser de acuerdos y de compartir decisiones en cuanto a las políticas de fondo, entendiendo que es mejor avanzar más lento pero con consensos, que apurarse con cambios que corren el riesgo de caerse por falta de apoyos. Por su parte, UNA y el peronismo ya reorganizado y liberado del contrapeso kirchnerista deben sentirse parte de la solución, no perdedores, pero tampoco con derecho a poner obstáculos a la tarea de reconstrucción que hoy resulta imprescindible. Entre todos deberán crear las condiciones para dar forma al mejor gobierno de coalición posible.
Este esfuerzo de privilegiar las políticas que unen en desmedro de las que separan debe servir además para neutralizar las posiciones más intransigentes en el interior de cada una de las fuerzas. En el PRO, la necesidad de apoyos servirá para contener a aquellos que piensan en políticas económicas sin tener suficientemente en cuenta los efectos de éstas sobre los sectores más vulnerables. En el radicalismo se deberá controlar la influencia del facilismo cortoplacista heredado de la tradición de Franja Morada. Y en el peronismo, ojalá unificado y modernizado, deberá sosegarse a aquellos que reducen la función del Estado a la distribución de riquezas, sin preocuparse por sumar a esa función la de crear las condiciones imprescindibles para producirla.
*Sociólogo.