Alberto se diplomó en el clásico “Yo, argentino”: no me meto con los jugadores, no me meto con el fútbol, no me meto con la Justicia, no me meto con el campo. Prescinde hasta de otras exigencias naturales a su función. Inclusive, podría decir: “Hagan lo que quieran”. El Presidente le cedió la Casa Rosada y el mando a los responsables por la seguridad de la formidable muchedumbre que decidió alentar al seleccionado que conquistó la Copa Mundial de Fútbol. Poco sirvió: los jugadores decidieron no ir y resultó una tarea imposible controlar 4 millones de almas en una jornada de júbilo extraordinario en el que la política colocó bajo sospecha hasta la alegría popular que no dominan. Insólito.
Fracasaron Berni (Provincia) Aníbal Fernández (Nación) y Marcelo D’Alessandro (Capital) en ordenar el transporte del elenco futbolístico a pesar de que se reputan especialistas en el rubro. Y aunque por ese tipo de misión cobran jugosos emolumentos, realizan contrataciones, son más que prósperos, y durante dos días hilvanaron cabildeos inútiles con resoluciones aún peores. Basta citar el final: el aborto del viaje del micro, la agresividad de Fernández con un periodista al que increpó (¿qué hubieras hecho vos, genio?), la miope autoridad de Berni como líder de la comparsa para hacer 17 kilómetros en 4 horas, apenas un mínimo pedazo de la travesía, y enterrarse por último en un impenetrable desierto humano. A su vez, D’Alessandro ni llegó a intervenir: como se sabe está más para organizar viajes privados con jueces a Lago Escondido.
Solo un desatinado como el titular de la AFA, el Chiqui Tapia, podía bravuconear contra los que, según él, impidieron la llegada de la delegación al Obelisco cuando esta se había taponado en el medio del gentío y la inoperancia de los jefes de Seguridad discutía tres o cuatro alternativas igualmente bloqueadas. Podía echar culpas Tapia, carajear en público, maldecir a cuanto Fernández apareciera —como lo hizo con Macri en Qatar, con quien jamás se saludó en un mes—, gracias a su conversión en portavoz de los jugadores, en especial del trío protagónico: Messi, Di María y el DT Scaloni. Ellos primero insistieron en no concurrir a la Casa Rosada ni contagiarse de sus habitantes y, ya en el medio del último recorrido, fueron los que optaron por resignarse a volver de donde habían salido y suprimir también el Obelisco como destino.
Se perdió Tapia el momento de fama con el que soñaba, justo él que disfruta—gracias al legado de Humberto Grondona en la FIFA— de un Derecho especial, superior al de cualquier ciudadano del país que sea. Tiene bill de indemnidad. Por no hablar de su ascenso institucional en el país merced a pertenecer a la familia Moyano. Ni siquiera se le reprocha que nunca haya firmado contrato con Scaloni —como se escribió en esta columna— a pesar de que ambos dijeron que sí lo habían hecho. Ahora dicen que lo van a hacer. Claro, serán otros los precios.
La histórica concurrencia destapó otras costumbres: se desbarrancó el mito de las movilizaciones que siempre enarbola el peronismo, La Cámpora, los núcleos sociales, los sindicatos y la Junta Coordinadora desde los tiempos de Raúl Alfonsín. No juntan esas expresiones ni 3 o 4% de la multitud que desfiló y esperó al combinado nacional por las avenidas y rutas, sin llamado ni convocatoria, solo por la participación en una temporal felicidad. Nada que ver con las concentraciones políticas para cualquier reclamo, lejos de la protesta. Como si agradecer fuera más importante que demandar. Esa magnitud monumental de los festejos callejeros ha puesto en crisis los operativos por el negocio del choripán pago, los ómnibus pagos, de pasar lista de militantes o voluntarios sin trabajo, de repartir bonos por presencia, de obligar a las empresas a solventar transporte, vianda y trabajadores concurrentes a los actos. Entre otras bellezas de la codiciosa administración de los capos de distintas organizaciones.
Habrá discusión a partir de la negativa de Messi & Cía. por evitar mezclarse con organizaciones políticas —no tuvo más remedio que saludar al gobernador de Santa Fe, quien se le apersonó en la misma pista de aterrizaje—, sin discriminar ni repudiar, como si los jugadores solo quisieran ejercer su profesión, del mismo modo que la mayoría de estudiantes que van al secundario y a la facultad solo intentan internarse en los programas docentes y no detenerse en los centros universitarios que son mucho más que una Pyme. En rigor, Messi reitera la frase de un morocho uruguayo, Obdulio Varela, capitán del campeón mundial también (1950), quien asediado por un Brasil arrollador y alentado por 200 mil asistentes en el Maracaná, en la final arengó a sus compañeros con la famosa frase: “Los de afuera son de palo”. Para el crack argentino, la política es de palo.
Le costará entender este criterio a cierta miseria humana, a quienes trataron de “desclasados” a los jugadores por rechazar la concurrencia a la Rosada. Otros, les imputaron felonías varias, de mezquinos a gorilas. Son gente de gobierno, funcionarios, del mismo instituto que mendigaba una foto con el hombre más famoso del mundo, como si esa instantánea fuera a cambiar el mundo. Hasta el mismo Alberto confesó su desazón, les ofrecí todo, ni me contestaron, señaló contrito. Olvidaba que sus colaboradores habían jugado un partido propio, personal y autónomo, como La Cámpora con Wado, Muriel y la intendente Mayra Mendoza que se colaron en Ezeiza para un saludo con los triunfadores. O Sergio Massa hablando con su amigo Tapia para algún tipo de coincidencia. Cada uno en su negocio, escasa la grandeza.
Difícil para la muchachada de Messi compartir tantos intereses, mejor abstenerse deben haber dicho. Tampoco significó esa deserción una sonrisa para Macri, ni les interesa. A Messi por lo menos, aunque comparten relación con los cataríes dueños del PSG que en enero van a la casa del ex Presidente en Cumelén, como lo confesaba él mismo hace pocas horas en la hamburguesería “Pepino” (sobre Libertador, en San Isidro) junto a Miguel Pichetto, preguntando si la renuncia de Cristina a cualquier postulación era indeclinable. Alguien le dijo: “Si no sabes vos que te casaste tres veces, como vamos a saber nosotros con un solo matrimonio sobre la cabeza de esta mujer”.