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Parece un chiste

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Hay dos analistas políticos que me encantan: son Tute y Diego Parés. Escriben (y dibujan) en el diario La Nación, más exactamente en la última página del suplemento de Espectáculos, también conocida como la de los chistes. Sus análisis de la realidad social son por demás incisivos, y uno tiene la sensación, al leerlos, de que responden estrictamente a sus más auténticas convicciones.
El otro día, por ejemplo, Parés propuso una escena típica (su humor es de escenas típicas): el marido irrumpe en su cuarto y descubre que su mujer tiene a un amante escondido en el ropero. Ella exclama, con apuro: “¡Te juro que lo iba a declarar!”. Hubo otro, unos días después, con otra escena típica: la del mendigo que pide limosna en la calle. El mendigo está totalmente empiojado, pero los transeúntes que van y vienen a su alrededor ya tienen algunos piojos también. El cartel del mendigo reza: “¡Bienvenidos!”. De Tute puedo mencionar un recuadro en el que vemos al empleador recibiendo a su empleado; escritorio de por medio, le dice: “No sólo me gané cada peso que tengo, sino además cada peso que usted no tiene”.
Bajo la óptica de otros analistas, de lo que se habla es de sinceramiento, de un culto a la transparencia. Como si no fuese tan cierto como evidente que las verdades se declaran a medida que otros las descubren. Bajo la óptica de otros analistas, encontramos intrincadas explicaciones de que una vez que los ricos estén del todo satisfechos con lo que acumularon, empezarán a distribuir algún sobrante para nosotros. Como si los ricos no fueran insaciables y no se hubiesen ya quedado con lo que es nuestro. Bajo la óptica de otros analistas, se promueve una especie de laboriosa esperanza, en la que habría que creer porque sí: que las cosas van a mejorar muy pronto (ahora mismo: en el segundo semestre) y ya no va a existir más la pobreza. Parece un chiste, ¿no? Parece un chiste.