De madrugada, en este horario adverso que ofrece Tokio para quienes vivimos en esta parte del mundo, Paula Pareto firmó su final. Como todo final duele, aunque también pone en valor su historia, un recorrido que es mucho más que la estación Tokio 2020+1.
Fue un cierre quizás distinto al que imaginamos en general los que nos acercamos a estos deportes solo en los Juegos Olímpicos, pero que ella venía avisando e intuía como una posibilidad latente: su físico ya no era el mismo que en Río de Janeiro 2016.
Disminuida por una lesión en el codo, uno de los tantos síntomas que ella sabía que podían aparecer en ese día intensivo que en el judo va de cero a cien, cuando Pareto conoció su derrota, estalló en lágrimas y salió a abrazar a su histórica entrenadora, Laura Martinel.
En su llanto confluyeron muchas cuestiones de las interiores y de las exteriores: se esfumaba la chance de subirse al podio, se cristalizaba el final de una carrera y en su cabeza aparecía –casi como el flashback de una película– los pasajes de su vida, que es también una vida destinada al deporte: el entrenamiento constante, la superación como horizonte, los sueños cumplidos, los momentos compartidos con su entrenadora, las frustraciones.
Pareto interpeló también nuestro exitismo recurrente en la arena deportiva: perder es lo ordinario, lo extraordinario es ganar.
“No se dio, pero es deporte. La tristeza es parte de tantas alegrías. No me veía compitiendo en estos Juegos, pero creo que fui fiel a mis principios de dar todo, hasta la última gota”, declaró minutos después.
Con 35 años, mucho más madura y reflexiva que cuando tenía 22 y apareció en el radar de la patria deportista con el bronce de Pekín 2008, Pareto ponía en palabras el sentido de un final, pero también daba una clase sobre el exitismo que nos envuelve de manera recurrente en la arena deportiva: perder es lo ordinario, lo extraordinario es ganar.
Las oscilaciones entre derrotas y victorias son parte de un todo, y el todo en definitiva es lo que importa, lo que perdura.
“Estoy convencida que dejé todo. A nadie le gusta perder, ya lo analizaremos un poco más en frío y veremos que no está mal”, explicó Pareto en TyC Sports, el canal que nos acompaña en nuestras madrugadas, en este frenesí que sucede cada cuatro años y que nos convierte en especialistas de cartón, en opinólogos de deportes de los que no sabemos mucho más que sus nombres.
Pareto, como dijo ella misma después, logró algo que se logra muy cada tanto: que deportes lejanos se acerquen a mucha gente. Que personas que no tenían idea del judo, gugleén qué es un tatami, un ippon o el waza-ari “Todo el mundo trasnochando por una judoca no pasa seguido”, se rió la Peque en el mediodía japonés, la madrugada argentina. En esa risa se encuentra el motivo de lo que ya se empezó a valorar. Y lo que perdurará en el tiempo.
El camino final
La estadística dirá que Paula Pareto cerró su carrera deportiva olímpica ante la portuguesa Catarina Costa, octava del ránking mundial, que la dejó sin chances de acceder por la medalla de bronce.
La Peque había arrancado ganando por ippon (movimiento de victoria automática) a la sudafricana Geronay Whitebooi y la eslovena Marusa Stangar. En cuartos de final se encontró con la local Funa Tonaki, actual subcampeona del mundo, que la superó de manera categórica: la japonesa la dominó casi desde el inicio y logró un ippon poco antes de los dos minutos.
En esa caída, el brazo de Pareto quedó mal posicionado contra el piso del tatami. “El problema es en el codo, necesito que me vea el médico”, avisó Pareto, que es traumatóloga, aunque minutos más tarde se confirmó que pelearía en el repechaje, que le daba la posibilidad, como máximo, de llegar a la medalla de bronce, la misma que ganó en Beijing 2008. En ese combate, la portuguesa Costa escapó de los agarres después de haber logrado la mínima ventaja con un waza-ari.