COLUMNISTAS

Partículas narrativas

La crisis acelera las partículas narrativas de lo que suele llamarse la realidad, las historias se empiezan a suceder una tras otra, todo se vuelve posible, nada se puede prever, las tragedias personales se suman, se superponen, en un pedido de auxilio sin un destinatario claro.

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La crisis acelera las partículas narrativas de lo que suele llamarse la realidad, las historias se empiezan a suceder una tras otra, todo se vuelve posible, nada se puede prever, las tragedias personales se suman, se superponen, en un pedido de auxilio sin un destinatario claro. Qué suerte tenéis vosotros los escritores argentinos –me decía en 2002 un amigo periodista español–, la cantidad de cosas que suceden por allí, habéis visto el futuro. Ahora con el desempleo se está tragando sus palabras. En España, después del destape tras la caída del franquismo, no hubo mucho que contar, pero ahora los conflictos por la inmigración y la falta de trabajo están agitando de nuevo las partículas narrativas ibéricas. Es que la calma, los buenos tiempos, desgraciadamente, no son nada interesantes porque la gente deja de dudar, la tiene fácil, se queda quieta, disfruta o quizá apenas se deprime un poco hacia dentro, reclinada sobre el almohadón del superávit. Y esa quietud hace que lo fisurado no se rompa, que las posibles variables no se desencadenen, que la acción se estanque. Los buenos tiempos son siempre conservadores.

Sin embargo, no me atrevería a decir que fuera de la crisis no hay experiencia. Hace años en Ginebra vi un festejo de estudiantes que se habían recibido. Primero llegaron dos policías en moto, colocaron cuatro conos naranjas en la calle, y después llegaron varios estudiantes que hicieron su festejo tirándose cosas y levantando la voz (no llegaban a gritar) siempre dentro del perímetro autorizado. El asunto terminó, los policías levantaron todo y se fueron. Así funcionaban las cosas. La planilla de los trolebuses decía, por ejemplo, 7:49 pm, y efectivamente el trolebús llegaba a las 7:49. Dentro de ese reloj social viven los suizos. ¿Puede haber narración o periodismo de crónicas en ese contexto? Supongo que sí, aunque se me ocurre que la experiencia narrable debe estar en los bordes, en las piezas defectuosas y descartadas de ese gran reloj, en aquello que se termina resintiendo bajo el control opresivo, porque la violencia, aunque sea menos visible, es igual de omnipresente.

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Acá, un día de enero de 2002, en ese período donde tuvimos cinco presidentes en dos semanas, se colgó Internet en el lugar donde trabajaba. Alguien dijo: “Uy, se colgó para siempre”. Y por un momento pareció posible. El tipito resignado que llevamos dentro, ese hombre tabacoso y argentino, como dice Giannuzzi en un poema, pensó que había sido lindo tener Internet, mails y diarios on line, pero bueno, así son las cosas en este país, y fue bueno mientras duró. Si nos podían sacar los ahorros de toda la vida sin que eso fuera ilegal, por qué no iba a poder acabarse Internet. De hecho, se había colgado el sistema general, se había detenido un rato la máquina total del capitalismo y estábamos empezando a incursionar en el trueque.

Vivir en un país en crisis es no dar nada por sentado, es vivir en lo volátil, adaptando la esperanza y la voluntad a ese constante cambio de reglas y premisas. Los argentinos sabemos que todo lo sólido se desvanece en el aire. Somos paranoicos y tenemos buenas razones para serlo, siempre creemos que se va a cortar el chorro sin explicación y nos vamos a quedar afuera. Porque ya nos pasó. Por eso hacemos cola en la sala de embarque mucho antes de que salga el avión, porque sabemos que algo puede fallar, que puede estar sobrevendido el vuelo, y nos colamos porque estamos seguros de que ese que se nos quiere meter delante va a terminar sentado en nuestro asiento.

A días de las elecciones, esa sensación de lo volátil se exacerba hasta lo irreal. Las partículas narrativas se agitan enloquecidas. Pareciera que los candidatos testimoniales se mezclan en el imaginario colectivo con los candidatos del “Gran Cuñado” del programa de Tinelli. El personaje de Nacha en “Gran Cuñado” imita a Nacha Guevara que imita a Evita y simula ser una candidata política. Es difícil de desbrozar. Son máscaras sobre máscaras. Tiene algo de sueño todo esto, de pesadilla larga.

Si los candidatos son falsos candidatos, entonces el “Gran Cuñado” es la farsa de otra farsa, por eso se cruzan y confunden los dos planos, por eso puede influir el resultado de la votación televisiva sobre la votación real. Incluso aunque algunas imitaciones puedan ser injustas, los políticos son su imitación, se condensaron y resumieron en eso, en esa serie de frases o eslóganes. Se volvieron tan irreales y dudosos que sus propias imitaciones parecen estar más cargadas de realidad que ellos mismos.