Desde hace varios meses se asiste al embarazo de la entente UNEN-PRO que, sin fecha de alumbramiento, tropieza con dificultades diversas: cuestiones de identidad, filiación, ADN, reconocimiento, padres múltiples, varias madres, fertilización asistida. Lo curioso de esta miscelánea política, en el caso de nacer, proviene de la opinión convencida y general de que la criatura viene con un GPS incorporado: sabe cuál es su destino final en los comicios del año próximo (al revés de otras aspiraciones políticas, léase Daniel Scioli o Sergio Massa). Esa terminal presunta, según expresa la mayoría de expertos, depositará a la fórmula presidencial de la posible alianza encabezada por Mauricio Macri en uno de los dos primeros lugares del saldo electoral de la primera vuelta y tendría, según esta conjetura, altas probabilidades de vencer en la ronda definitiva. Un desprejuiciado amante del éxito se pregunta: si existe esa certeza, ¿por qué se suman las trabas, se multiplican las controversias, los participantes no se ponen de acuerdo? Hay un catálogo de explicaciones. Antes importa la pesquisa sobre el origen del engendro. Pueden investigarse amantes fecundos o, de acuerdo con los intereses personales, autores de intelecto, de Elisa Carrió a Gerardo Morales, de Enrique Nosiglia a Rodolfo Terragno, por citar unos pocos (hay muchos más que no disfrutan figurar) en la constitución de la probeta. Más que nombres, existe otra masa que precede a estos participantes: caudillos, intendentes, punteros y hasta gobernadores radicales que sueñan encumbrarse en su terruño si logran sumar a su expresión el porcentaje exangüe del PRO esparcido por todo el país. Contribución decisiva en ciertos distritos, suficiente para llegar a la victoria –8% de promedio, por indicar un número–, ya que en esos comicios específicos no hay doble vuelta. Por lo tanto, con un agregado menor, si formaran la coalición, imaginan triunfar en Córdoba, Mendoza, Entre Ríos, Corrientes, Santa Cruz, Tucumán, Jujuy, Capital, Santa Fe, Mendoza, hasta mejorar los guarismos en la provincia de Buenos Aires, donde no logran conciliar ni producir un aspirante plausible. Como dato previo, vale recordar que Eduardo Costa, en Santa Cruz, con serias posibilidades para la gobernación, desde hace varias elecciones ensaya su connivencia con el PRO. Se escuda esta iniciativa de los dirigentes radicales del interior en una singularidad: carecen, en su partido, de un candidato competitivo para la primera magistratura (todas las encuestas dividen, por ahora, en cuatros cuartos al electorado, tres con nombre y apellido, y el correspondiente a UNEN sin representante individual). De ahí la apuesta eventual a Macri. No parece en el pizarrón un proyecto menor, razón por la cual el señuelo de los fabricantes se configura con el verbo “ganar”.
Quien más propicia la entente en lo público es Carrió (ya planteó esta alternativa en su última campaña electoral), animada por el propósito de desalojar al corrupto cristinismo del poder, según sus palabras, más que por el amor a Macri. El jefe de Gobierno aparece rodeado de gente poco dispuesta a la coalición: no quieren compartir el distrito capitalino desde Horacio Rodríguez Larreta hasta Marcos Peña; se incluye la opinión de Jaime Duran Barba y su socio más activo y presente, Santiago Nieto, convencidos de que el ingeniero por sí solo puede llegar a la Presidencia.
Nadie sabe si el alcalde piensa igual, algo dubitativo siempre, orgulloso de que se afirme su postulación pero cargado de suspicacias ajenas. Tanto que canta la balada de que “nunca tomé un café con Elisa Carrió” en diversas versiones, pero no ignora que su caudal de votantes porteños hoy alinea a gente confesa de seguir a la Carrió. Por si no bastara esta ambigüedad, en su repertorio entona otra canción, la que dice “nada tengo que ver con Cristina de Kirchner” aunque le vota todo (ahora la moratoria fiscal), casi un Fito Páez despechado con su última novia. Otro a quedar descolocado es Miguel del Sel, quien confiaba batallar contra el socialismo en Santa Fe y, ahora, si se constituye el acuerdo, más que en ser gobernador deberá pensar en volver al escenario teatral (hay que admitir que lo legislativo no le sienta). Es que, cuando se adiciona una parte sobre otra, siempre quedan fragmentos. O la parte principal, como temen algunos.
Y eso se advierte en UNEN por el último cruce de Carrió con Pino Solanas, un reñidero insólito para figurar en los medios. También por las tribulaciones del dividido socialismo santafesino que, por ir a la Presidencia con Hermes Binner, quizás pueda perder en la provincia. Y, sobre todo, por diferencias en la misma UCR: Ernesto Sanz, señalado como colega de Macri en el binomio, aún sin persuadir del todo por su triple rol de candidato presidencial del partido, vice de la coalición y titular de la UCR; Julio Cobos, que no le alcanza pero que ha logrado avanzar en los sondeos; también Margarita Stolbizer entre otros, casi indignados de integrarse al macrismo y a la derecha, como siempre lo ubicaron (menos objeción, en su momento, aplicaron con el pacto Alfonsín-De Narváez). No debe ser grato comerse los renacuajos que alguna vez expulsaron.
Molestos también por aparecer conducidos casi a ciegas por una desertora del partido, la Carrió (¿cuál será su ubicación si llegan al gobierno?), y por una segunda línea provinciana que tal vez los rebase. Complejo cuadro, indefinido aún, algo urgidos todos por cierta consumación (se asustan de que Massa les tienta y captura punteros o dirigentes inquietos), sin la convicción del GPS y con referentes –como Coti Nosiglia– que tratan de evitar exclusiones y apartamientos todos los días por declaraciones o imposturas imprevistas. Pero a UNEN parece unirlo, en parte, cierta base común: la posibilidad de hacer un buen negocio político. Y cosechar el rédito. Sabiendo además que, en las elecciones, la gente vota más contra algo que a favor de algo.