COLUMNISTAS

Pasión por el rojo

28_11_2021_logo_ideas_Perfil_Cordoba
. | Cedoc Perfil

Sin saber si la piedra en el zapato en la demorada mesa de negociación con el Fondo Monetario Internacional (FMI) es el plazo pedido para la reestructuración, la tasa de interés libre de recargos, la flexibilización cambiaria o la oxigenación tributaria; lo cierto es que la cercanía de los plazos desnudó los argumentos argentinos y exhibieron como nunca la crudeza de las exigencias del organismo.

La verdadera razón por la que no están de acuerdo es el déficit fiscal o, con más precisión, el compás de espera hasta llegar a una cifra compatible con las posibilidades de financiamiento.

Punto más, punto menos, no hay mucha diferencia con lo que en otras negociaciones se le pidió a todo aquel gobierno argentino que tiró la toalla ante su propia limitación de no poder ser autónomo en el diseño y la defensa de sus propias políticas públicas. La mejor forma de ampliar los márgenes de libertad que puede tener un país es, justamente, la autonomía financiera.

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Es claro que, en ese campo, Argentina tiene ese margen más acotado que otros vecinos, incluso que aquellos que con mejor su posición estratégica o amenazados por una desestabilización inminente.

El país perdió su crédito hace rato, y no es porque lo dicen los recién llegados a Ezeiza dispuestos a radiografías severas para construir informes que son insumos básicos en las “conversaciones”. Los mismos ciudadanos hemos votado con los pies dinamitando la confianza en su propia moneda, algo bastante lógico luego de medio siglo de inflación casi constante, devaluaciones sorpresivas y políticas cortoplacistas que una y otra vez echaron mano de la emergencia como política de Estado.

Con el reloj de arena en marcha, el tiempo también pasó a ser una variable en juego. El problema del déficit no es su cuantía (3,5% del PBI como cifra estimada para un año tan irregular y, además, electoral, como 2021 no es un mal comienzo) sino lo que vino arrastrando. En particular, el rojo casi del doble durante el año anterior, el nulo acceso al crédito internacional, la productividad marginal descendente de alícuotas impositivas más altas o incluso hasta la creación de algún otro impuesto (170 serían los actualmente en vigencia), dejaron todo en manos de la única fuente de ingresos posible: la emisión monetaria. Y para no volcar todo ese desajuste en circulante y por lo tanto en el índice de precios al consumidor (IPC), la solución fue agrandar la montaña de letras con la que se intentaba contener al tsunami monetario

Esto fue creando otro monstruo, una bola de nieve muy difícil de deshacer de un día para otro que hace que, ante un módico rojo fiscal, la necesidad de financiamiento sea aún mayor. Por eso no son pocos los economistas que sostienen que la mayor virtud de un acuerdo (excelente, bueno o mediocre) sea tener un piso de confianza que impida que también se abra ese flanco “cuasi fiscal”.

Esto se agravaría si los ahorristas en dólares (el último bastión de las reservas monetarias del BCRA) deciden también desconfiar del mal uso que pueda hacer la autoridad monetaria y quieran, como proclamaba Tom Cruise en Jerry Maguire (1996) “show me the money” (mostrame la plata), ver para creer. Lo cierto es que fuera de la contingencia vertiginosa del parto de este acuerdo, la sociedad argentina debería revisar su ancestral pulsión por gastar más de lo disponible.

Desde las guerras por la independencia hasta nuestros días, el divorcio entre quién y cómo se gasta con las fuentes de recursos en notable. Aun en un país con 52% de inflación anual con controles de precios, cambio y tarifas, hay quien cree que no se pagan impuestos como en otras partes. Un presupuesto nacional que gasta casi 60% de sus recursos en jubilaciones y pensiones muestra que, en algún punto, alguien hizo mal las cuentas. O que el presente importó mucho más que el futuro, que ya llegó. La pasión por el Estado presente debería recostarse en una necesaria revisión integral de la política fiscal, si aquella consigna realmente va más allá del eslogan. Dotar a la educación, la salud, la asistencia social, la seguridad nacional, la Justicia federal y la infraestructura de más recursos implica asignar prioridades y comprender que cada peso obtenido se sustrae de la actividad económica.

¡Bienvenidos al universo de la escasez!