Pasaron tres décadas desde que Alfonsín recitaba como un credo el preámbulo de la Constitución Nacional con el que, más allá de los efectismos del caso, apelaba a la necesidad de restablecer la democracia a través de sus instituciones en un país que venía de años sin Constitución, ni instituciones democráticas. Entonces, igual que ahora, la institucionalidad no sumaba votos y el recitado era una puesta en escena para el cierre de actos de campaña porque para otras cosas tenía la también célebre “con la democracia se come, se cura y se educa”. Esa muletilla, que le valió muchas críticas, intentaba instalar que únicamente en democracia podría darse esa pelea por mejor salud o educación, y que esas instituciones eran la base, condición indispensable.
Probablemente la reforma constitucional del 94, de la que fue parte, haya acortado más las urgencias políticas que los mandatos: de los presidentes electos, salvo el caso de De la Rúa, el poder le perteneció al mismo apellido por más de ocho años y no seis, como era antes. Esa necesidad de permanencia colaboró para que gobernantes y opositores se ocuparan más de buscar votos inmediatos, de medio término, que de la pobreza, las carencias educativas o la situación sanitaria, y llevó a que la clase política perdiera de vista lo institucional y se convirtiera en parte del problema.
De la calidad institucional habla un reciente informe de Cippec, que revela que sólo el 27% de los partidos o alianzas que se presentan en las PASO elegirá su candidato a presidente con la votación y sólo el 18% tendrá este domingo internas con más de una lista. O sea, los mismos dirigentes que la convirtieron en ley no cumplen con las PASO, que nacieron más como producto de una sobreactuación que de la convicción institucional.
¿Qué base democrática puede tener que un vecino esté habilitado a votar en la reunión de consorcio del edificio de enfrente? ¿Por qué razón democrática un socio de Racing tendría derecho a votar a quien quiere que sea candidato a presidente de Independiente?
El escenario 2015 de las instituciones nacionales aporta, además, que el candidato a presidente del oficialismo no tiene competidor ni primario ni abierto ni obligatorio, y que el opositor que aparece con más chances se procuró a dos sparrings para una interna formal, con menos expectativas por el resultado que por el ganador de la liga argentina de sóftbol.
Habla de la calidad institucional que el narcotráfico se haya incorporado a la campaña con naturalidad y que en la provincia de Buenos Aires, donde para el oficialismo sí rigen las PASO, el jefe de Gabinete nacional, apuntado por un supuesto vínculo narco, acuse al competidor de su propio partido –el titular de la Cámara de Diputados– de movilizar esa acusación y a su vez este último señale al compañero de fórmula de su rival interno como responsable de armar una operación en su contra desde un organismo oficial. Es revelador del estado de las instituciones que la sociedad tenga naturalizada la existencia de la trampa electoral y que esté instalada como nunca antes la preocupación por reclutar fiscales.
En ese sentido, no es poco dato la novedad de la elección Parlasur, en la que la dirigencia avala con su participación un voto futurista que no debe tener antecedentes en la historia y en el mundo: elegir hoy a quienes entrarán en funciones dentro de cinco años. ¿ Por qué no hicimos las PASO 2015 en 2010 entonces? Curiosamente, esta votación de hoy es criticada hasta por los propios candidatos, pero sin sacar los pies del plato de ese Parlasur que muchos ven como la AFJP de la clase política.
Hablaba de la calidad de vida democrática días atrás alguien que, mientras ayudaba a sus pacientes con las tareas de RPG (Reeducación Postural General), se lamentaba por el robo de su celular esa mañana cuando subía al colectivo rumbo al trabajo. Planteaba sin histerias el problema de la inseguridad y la inminencia de las elecciones, y recordaba que su pueblo natal, al norte de la provincia de Buenos Aires, está gobernado por el mismo intendente desde hace 25 años. “Yo tengo 28 años, no recuerdo a otro en toda mi vida”, decía.
La enumeración-descripción no pretende echar leña al fogón de los indignados ni sumar medio socio más al club del está todo mal. Puede que no sea tan drámatico.
Que después de tantas crisis y vaivenes, de tanta mala praxis, la democracia requiera unas sesiones de RPG para reacomodar su estructura y crecer mejor. Está claro que ese ejercicio tiene al acto electoral como condición innegociable, pero también que con el voto no alcanza. Tres décadas después tampoco sumará ponerse a recitar el preámbulo, pero parece más o menos evidente la necesidad de alguien capaz de observar a su alrededor, interrumpir su propio monólogo, reaccionar y pedir que acudan a auxiliar a esta democracia:
“Un institucionalista a la derecha, por favor. Y otro a la izquierda”.