—Grondona, ¿usted dijo que determinado periodista les pedía a los hinchas uruguayos que dieran vuelta los autos con patente argentina en el Mundialito del 80-81?
—Sí, esa es la verdad.
—Pero ese periodista estaba contratado para debutar un mes más tarde en la Argentina. ¿No era una locura hacer eso?
—No me consta que estuviera contratado...
—Bueno, supongamos que no es así: entonces, ¿después de que cometió ese atropello, como premio, empresarios y periodistas argentinos lo trajeron al país?
—A lo mejor no sabían lo que había ocurrido. Ellos no estaban allá.
—¿Usted toma pastillas para mentir?
—Nunca me ayudé con nada. Ni aspirinas tomo. Siempre me valgo por mí mismo. Lo que te digo es así. Quizá lo sabíamos unos pocos.
—Pero nos atacaba por radio, escribía contra nosotros, ¿no era algo “oficial”, que todos debían conocer?
—Era algo mas psicológico. Pero yo me daba cuenta de cuáles eran sus deseos.
—Grondona: no fue usted uno de los que lo presentó en el país, y decía en los avisos de El Gráfico y de Clarín, que era un orgullo que ese periodista viniera a la Argentina?
—Me dio lástima.Tenía un solo traje, venía con lo puesto.
—Sí, eso dijo en la nota. Poco menos que era un muerto de hambre.
—¿Y vos crees que no?
—Don Julio, hacía seis años que era el principal relator en Uruguay...
—Se gana poco allá. Es más chico. Además, ¿quién dice que era el principal? Lo dirá él mismo, aprovechando que es el autor de esta nota...
—Bueno, pero si no era importante, ¿cómo influía tanto para que nos dieran vuelta los autos?
—Yo sé lo que te digo. Tengo todo clarito.
—¿Y esto lo denuncia ahora, un poco asociado al conflicto por las papeleras?
—Jamás haría yo algo tan cobarde, tenelo por seguro.
—Dice usted en esa nota que tiene asumido que le llamen “El Padrino”...
—¡Y qué le voy a hacer! Si les divierte, que lo digan.
—Le cuento algo: Corleone era un delincuente de lo peor, alguien que construyó su fortuna por fuera de la ley, tranzando con los medios, con la Justicia.
—Pero no es por eso el sobrenombre... me dicen eso porque él también estaba en la cabecera de la mesa.
—Rodeado de ladronzuelos que aprovechan un poco de todos los negocios, de timoratos que le besan el anillo, de otra gente que debe fingir que lo quiere...
—No es mi caso, está clarito. Vos entrás a la AFA y te das cuenta del respeto que me tienen. Pero mirá que igual me hacen la lucha, eh!
—¿Piensa en Gámez?
—No, a ese santurrón ya lo sacamos. Se corrió él solito, el honesto. No quiere contratistas, no quiere grupos inversores. ¿De qué la va? ¡Y quiere ser presidente de esta casa! Pobre Gámez: vos sabés lo que hay que embarrarse aquí? Los nenes con los que hay que tratar...
—¿Lo dice por los de la tele, los rusos, la agencia de viajes?
—Hay cosas que están bien. La agencia es una garantía y los rusos resultaron gente como yo. Saben de negocios. Por eso acordamos en seguida. Los de la televisión, en cambio...
—Eso va mal, parece. Se les fue la mano, piensa uno. Pero, ¿cómo hacer para que no quede claro que ha sido una gran estafa, si ahora aumentan tanto los precios del fútbol?
—Los tiempos cambian. Ya nadie se acuerda del corralito, de la crisis...
—En El Padrino, la banda se traiciona a veces. Está el tema de los derechos, quién manda en cada barrio, cometas que no fueron llevadas a tiempo. Andan a los tiros de vez en cuando. Algún líder fundador queda en el camino, sube otro jefe de zona.
—Ya ves que no es el caso de nosotros: metemos todos para adelante. Somos todo para uno.
—Todos, querrá decir
—Eso dije.
—Y entonces, ¿por qué lo de El Padrino?
—No sé. Los que lo dicen, sabrán por qué: a mí me tiene sin cuidado.
—¿Será por Marlon Brando, un parecido, un aura?
—¿Y quién te dice? —De repente...