Es un hecho: algunos sustantivos propios desplazan a los sustantivos comunes para siempre. La cinta Scotch se dice así y no cinta adhesiva. Y una hamburguesa es y será siempre un Paty entre nosotros. Lo afirmo especialmente en medio del Mundial, donde el concepto de soberanía se confunde y se malversa: Paty está en pie de lucha y de esa lucha puede ser que la palabra “paty” empiece a significar mucho más.
La noticia no ha tenido gran difusión. No es casual. La lucha de estos obreros de la carne está a la cabeza de otras que son la misma: los petroleros procesados de Las Heras, los obreros de la Zanón cooperativizada y otras que los medios eligen presentar como casos aislados para no poner en evidencia que la tendencia patronal responde a un modelo que pretende criminalizar la defensa de los puestos de trabajo y –en definitiva– la legítima soberanía de un país, que debería comenzar por poder abastecer de comida, petróleo o viviendas a sus habitantes.
Los obreros de Paty eran los que más ganaban. La dignidad de sus sueldos es una afrenta al sector empresarial, que sólo busca obtener una mayor ventaja y a la que cada crisis no hace más que aumentar sus chances de ganancia.
La historia es siniestra: la patronal ocupó la planta el día de Argentina contra Bosnia con personal vestido de Prosegur; sin dar preaviso ni indemnizaciones, echaron a todos los empleados. El plan es simple: Santa Fe ofrece ventajas estratégicas para mudarse allá. No se trata sólo de una ruta de acceso u otras ventajas geopolíticas que –amparadas en la coartada federal– no hacen más que distorsionar la realidad. La realidad es que Paty despedirá así a los empleados que han logrado una antigüedad y una dignidad casi ejemplares y llenará su nueva planta santafecina con obreros que cobrarán migajas. Los propios trabajadores han denunciado que Paty no tiene motivos para tal negoción: sus ventas han aumentado un 40%, al igual que sus inversiones en el mundo, y el lock out de la patronal –vestido de oportunismo futbolero y avalado por el silencio nacional– dejará sin pan a 250 familias.
Los obreros, desalojados por la policía y ahora mismo escandalosamente encadenados como Prometeos a los portones de Paty para evitar que se lleven las máquinas, no hacen sino subir la apuesta. Apuntan a una solución éticamente incuestionable: estatización sin pago y bajo control obrero, para producir alimentos baratos para los argentinos. El Estado tiene ante sus ojos una oferta que yo consideraría irresistible. Pero es cierto que este Estado ha sabido mirar para otros rumbos y perderse momentos de gloria incluso más grandes. Compró YPF a un precio oneroso, pagará a los fondos buitre con los ahorros de nuestros hijos y festejará probablemente en fiesta populista los pálidos goles que –encima– llegan con cuentagotas y no palian el hambre de bandera ni siquiera por una tarde o dos. Ojalá escuchen este rumor soberano y Paty empiece a significar de ahora en más una cosa de la que sentirnos orgullosos.