Nunca quizás el Grupo Clarín contribuyó tanto al kirchnerismo como ahora. Ni cuando encabezaba los apoyos a la nominación presidencial de Cristina de Kirchner en 2007 ni antes, cuando alababa las condiciones del modelo a cambio de favores recíprocos con el ex mandatario (¿o alguien va a suponer que la responsabilidad de ese intercambio le correspondía en exclusividad al ex jefe de Gabinete Alberto Fernández? Salvo él, no hay nadie que le reconozca tanta importancia ni capacidad decisoria en aquellos tiempos). En esta ocasión se trata de un servicio involuntario del holding mediático, más bien el aprovechamiento que Hugo Moyano hace del odio generalizado, con venganza incluida, que el oficialismo y él mismo manifiestan sobre el emporio. Al presidir la convocatoria al acto del 29, en Belgrano y 9 de Julio, con la máxima consigna de luchar contra Clarín y los medios concentrados, el jefe de la CGT propone que nadie deserte de su propuesta –salvo algunas organizaciones sindicales poco felices con el protagonismo camionero y la limitada campaña dirigida contra un medio de comunicación– y que, en todo caso, quien lo haga se arriesgue a ser acusado de cómplice con el deshilachado bloque empresario. ¿Se resistirán a concurrir los sectores menos afines del Gobierno con el moyanismo? ¿Invocará Cristina algún contratiempo para rechazar el convite cuando el sueño del gremialista apunta a que su presencia le otorgue un lustre superior al acto y, tal vez, mayores dilaciones judiciales a las causas que lo acosan? De ahí que la invitación con letras de oro, enviada por un valet con librea y un bouquet de rosas exóticas, debiera ser la culminación del propósito del caballero para seducir a la dama.
Hay ambiente propicio para esta cumbre. Ella manifestó en un acto en el Luna Park, cada vez más pasional y pasionaria (condición que le exige a quienes le siguen), que no debe permitirse que los dividan. Insiste con una férrea unidad, aunque al mismo tiempo ampute las extensiones de sus fieles (caso Scioli). Lo dijo mientras impulsaba a su ministro Julián Domínguez, creador de una línea oficialista y campera –como las 4x4–, quien proviene de la juventud duhaldista y ahora, sin demasiadas exigencias, comulga en cierto geriátrico kirchnerista (para la visión de los camporistas). Igual sendero que Aníbal Fernández, descontaminado y bendecido luego de bañarse en el Riachuelo, como si fuera el Jordán.
Hablaba ella como Julio Piumato, otro del entourage de Moyano, quien encabeza la falsa acusación de que los “poderes concentrados” son los que alimentan las diferencias entre la CGT y el Gobierno. Como si las sospechas sobre la conducta del líder camionero, su acervo patrimonial, la ida y vuelta de exhortos, no hubieran brotado de la cercanía gubernamental, de un espíritu de limpieza étnica arrancado de los 90, con personajes de entonces y con un sector juvenil que dice estar lejos de la billetera. De ahí que Facundo Moyano y su corte sindical se dispuso a enfrentar, como en los viejos y mejores tiempos, a los detractores de su padre y su hermano, quien al mismo tiempo ventilaba con pesadumbre mortuoria: “La relación con Cristina no es la misma que teníamos con Néstor”. Por no hablar de la disputa declarada entre las partes, ofuscados unos para quedarse en los directorios de las empresas ahora rehenes de la Anses y, de paso, desalojar a los otros.
A pesar de ciertos deseos macabros, la sangre no llegó al río: siempre el amor puede más y, cuando no hay amor, la plata. Primero porque advirtieron la necedad de pujar por puestos que el Gobierno multiplica (¡hay tanto para repartir y condicionar en esas compañías!), más para quienes su primer trabajo representa una remuneración inimaginable y la posibilidad de negocios múltiples, mientras otros no querían perder la prosperidad alcanzada en menos de una década: de tener un gremio insignificante, un kiosco con ventana a la calle, ahora hasta disponen de lujosos salones de actos que le prestan a los propios camioneros. Así se convino en un interés común por el diálogo y la negociación. Finalmente, para Cristina, todos son militantes de una misma causa. Ella consintió la reunión en la cual Facundo Moyano protagonizó el trato con La Cámpora, en una tertulia festiva en un petit hotel sindical de San Telmo, donde el hijo del sindicalista hasta cantó algunas melodías con los Lepera de turno. Después de todo, esa es su especialidad profesional, en la cual podría destacarse si embocara un hit, la misma que le permite hablar sin pánico ante multitudes. Tras esta actuación especial vinieron otros contactos superiores, tarea de pegamento y afinación que al parecer le encomendaron a uno de los operadores más requeridos, Juan Manuel Abal Medina. Paz momentánea.
Se apoya esa tregua en una conveniencia de las dos partes, las instrucciones de la Rosada y ciertos antecedentes de confusa eticidad del pasado. Ocurre que los cultores de los 70, protagonistas algunos y discípulos poco enterados otros, deben admitir que si en algún momento participaron del Operativo Dorrego, con el general Harguindeguy como guía, no van a ruborizarse ahora por aplicarse a una mesa con el poder movilizador de Moyano. En esos tiempos ya había atentados, tormentos, secuestros, desapariciones y violaciones de todo tipo, pero una prioridad superior les bloqueó la memoria y entonces se abrazaron con militares, compartieron mateadas y asados, ansiosos los participantes por abrochar un proyecto. Común para ellos, claro. Capítulo breve de la historia que no aparece en los relatos, ni siquiera tampoco en el de los militares, quienes parecían esperanzados en asociarse con estos jóvenes bien, de apellidos y clase acomodadas (Montoneros), cristianos (Montoneros) y nacionalistas (Montoneros). No como los otros.
Del lado gremial, pegarse a La Cámpora y a sus maestros constituye, sin duda, una preservación de la libertad ambulatoria, de que los jueces dilaten decisiones y hasta revisen las composiciones escolares de Moyano, con la posibilidad implícita además de mejorar aun más el statu quo, sea en empresas, obras sociales y cargos electivos. Tal vez por cinismo, ni siquiera velan por el recuerdo de los asesinados en los 70 (Alonso, Vandor o Rucci), cegados por la furia de quienes los imaginaban millonarios, corruptos, traidores. Late quizás, ahora, la sospecha de que ninguna de las dos partes se olvidó del pasado, que por el contrario desean reivindicarlo con hechos, pero en el año electoral –por encontrar un justificativo eufemístico– hay que preservar los patrimonios, posicionarse.
De ahí que se integren, que eventualmente Cristina asista a la manifestación del 29 para disipar disidencias y que los grandes protagonistas de todo este intemperante proceso se distingan mas por la ignorancia que por la hipocresía. Algo así como los políticos actuales, que no solo evitaron leer a Vargas Llosa sino que mienten sobre sus textos (Pérez de la Coalición, la Conti del kirchnerismo) y hasta sobre los títulos, sin copiar siquiera a un periodista del montón, que seguramente tiene lectura de sobaco pero jamás se olvidará del nombre de un best seller.