Mejor ni hablar del conflicto del campo. Miremos los de la Ciudad: los ocho meses transcurridos son la sexta parte, algo así como el diecisiete por ciento, del mandato concedido a Gabriela y Mauricio. Es como si los papás les hubiesen regalado un millón de dólares y hoy, al abrir al paquete, se encontrasen con apenas ochocientos treinta mil. En este plazo abrieron apenas un par de pliegues del paquete de la administración urbana y da la impresión de que ya no saben qué hacer con él.
En algún lugar del Ejecutivo porteño acaban de resucitar un proyecto de autopista que correría bien hondo por debajo de la avenida 9 de Julio. Recuerdo que la gente votó otras cosas, entre ellas, la inauguración inminente de varias estaciones y la construcción de tres kilómetros anuales de vías de subterráneos: ya tendríamos un nuevo tramo de mil setecientos metros, pero no hay nada, y, como hay en oferta complejas máquinas para este tipo de excavación, emerge esta inesperada autopista que acentuará las divisiones virtuales de la Ciudad, aumentará la polución, abrirá un nuevo capítulo en la accidentología urbana y un nuevo rubro para la operatoria piquetera y todo sin brindar beneficio alguno a los vecinos. En cambio, beneficiará a los motoristas de la periferia dándoles nuevas chances de atravesar la Ciudad sin ver cielo, ni gente pobre, ni los diversos indicios de decadencia argentina que brotan por el Centro.
Mientras se incuba este proyecto semifaraónico, no hay medidas sobre seguridad y tránsito que puedan compensar ni la obsolescencia del parque de ómnibus y subterráneos ni el crecimiento del parque automotriz que aumenta en unidades y en tamaño, y potencia promedio a una tasa anual alarmante e irracional para un país tan urbanizado y paradojalmente tan pobre el nuestro. Buenos Aires, que premia la obsolescencia y peligrosidad con mermas en el tributo de patentes, sigue sin instituir la revisión anual obligatoria y no contempla medidas para adecuar el parque a la Ciudad. En cambio, prevé inversiones para adecuar la Ciudad a un parque estructurado por factores tan irracionales y caprichosos como la moda y la publicidad de la industria. En una página de escritores parecerá un argumento de mala fe afirmar que lo que ocurre con el tránsito y el parque no es casual, en tanto el jefe de Gobierno proviene de la industria automotriz. Y, en efecto, incurro en un pequeño acto de mala fe al comentar otra jugada de mala fe que se suma a las tantas que vienen desdibujando las promesas electorales de Mauricio.