COLUMNISTAS

Peor imposible

El conflicto docente no parece tener fin y empieza a traducirseen violencia física.

Scioli y Baradel | FOTO: Télam
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Puede entenderse la desesperación, la angustia y el desasosiego de una cantidad muy grande de maestros y maestras, profesoras y profesoras, pertenecientes a generaciones de educadores que se llamaban con orgullo docentes o directamente maestros. Hace no muchos años los sindicatos del sector tenían este nombre: “Confederación de Argentina de Maestros y Profesores”.

Algo extraño y pernicioso pasó con la educación en la Argentina, que determinó que, acompañando ese proceso de decadencia, el gremialismo docente se empezara a asumir voluntariamente como una categoría proletarizada, evadiendo o negándose a exhibir con orgullo la condición de educadores, para mimetizarse en una oscura categoría denominada “trabajadores de la educación”.

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Ese fue un proyecto ideológico. Eso fue un programa. Había en esa decisión un punto de vista claramente enmarcado en principios, criterios y opciones ideológicos.

Sin embargo, a veces hay una mensaje profundo en este tipo de episodios, porque la transformación de los docentes en “trabajadores de la educación”, como la de los médicos en “trabajadores de la salud”, y los periodistas en “trabajadores de prensa”, forma parte -a mi manera de ver- de una búsqueda de común denominador cada vez menos calificado. Es como si las propias categorías profesionales de mujeres y hombres que han elegido esa profesión padecieran un fenomenal problema de baja autoestima, una suerte de renuncia a la condición de maestros, médicos y periodistas.

Alguien ha tenido éxito en convencer a estos sectores de que proclamarse como maestros, médicos o periodistas es reaccionario, burgués o significa avalar conceptos excluyentes o aristocratizantes.

Hay una verdad profunda en esta degradación de la manera de verse a sí mismos, porque lo que ha pasado esta tarde del 20 de marzo en La Plata, además de que sea preocupante y censurable que se haya agredido a funcionarios de un gobierno con el que se está negociando, revela otro aspecto del fenómeno que va de la mano de la encendida ideologización de las conducciones gremiales. Esa ideologización, esa pretensión de convertir a cada reclamo sindical en una batalla por la toma del poder, ha implicado lo que hoy estamos viendo: la adopción de formas de conductas que se solían atribuir a otros gremios.

Seamos sinceros: no provoca sorpresa que los albañiles o los portuarios aparezcan a veces liados en batallas a balazos. Pero, ¿ladrillazos de “docentes” a una funcionaria de la provincia de Buenos Aires porque no acepta el Gobierno de la Provincia pagar todo lo que reclama el sindicalismo? No quiero que esto suene para nada como degradante o peyorativo de otros gremios, pero no parece que estos modos violentos se vinculen con la tradición de un gremio cuyos integrantes configuran, nada menos, que la tarea de educar a los niños de la Argentina, los seres humanos que aseguran la transmisión del conocimiento, testimonio vivo de una sociedad que quiere mantenerse alerta, despierta, cognitiva, seducida por el saber y estimulada permanentemente por el apetito de mejorar.

¿Qué lección, qué mensaje, qué proyección hacia los jóvenes que desde hace 12 días siguen sin clases, pueden ofrecer estas conducciones docentes sindicalmente organizadas en un clima de exasperación ideológica, cuando aparecen los ladrillazos y los empujones? Acá hay una exasperación que, a mi juicio, trasciende largamente el arrebato temperamental de algunas personas desesperadas. Me hago cargo, en cambio, del desasosiego de maestras, maestros, profesoras y profesores, que reclaman mejores condiciones, porque ha habido una desvalorización de la educación, que se ha depreciado. Todo eso es materia de análisis, pero nunca podrían estar de acuerdo ni coincidir con esta metodología que ha convertido al panorama de la educación argentina en un dislate.

Es necesario repetirlo: 12 días después de haber tenido que comenzar formalmente el período escolar en la Provincia de Buenos Aires, los chicos y jóvenes que van a las escuelas públicas siguen sin clases. Esos días son irrecuperables. Son pura pérdida. No para los docentes y la posibilidad hipotética de que se les deduzcan de sus sueldos los días de huelga, sino para quienes deben aprender, en una sociedad en donde el incremento del presupuesto educacional de los últimos años paradójicamente no ha logrado revertir la decadencia de la formación educativa de nuestros hijos y nuestros nietos.

El panorama es, en consecuencia, tenebroso. Ya no solo se advierte un maximalismo ideológico encaramado a la cabeza de las conducciones sindicales, sino que además se percibe acción directa,  agresión, ataque, ladrillazos. Lamento mucho decir, pero no puedo mentir, que en esta materia no podríamos estar peor.

(*)Emitido por Pepe Eliaschev en Radio Mitre.