En mi columna del domingo 16 de junio pasado, que titulé de manera explícita “Predicción”, escribí: “… el Gobierno va a perder las próximas elecciones legislativas. Sospecho lo peor: que la propia Cristina está convencida de ello, y que en consecuencia ya está en plena profecía autorrealizante y va a cometer muchos errores”. La primera etapa de mi predicción ya se produjo. Desde ese punto de vista podría dormir tranquilo. Pero no, eso sigue siendo difícil: el festejo cristinista del fracaso, el mismo domingo de las primarias, y el discurso de la Presidenta en Tecnópolis, denunciando que los medios no habían informado del triunfo del Frente para la Victoria en la Antártida, sobrepasaron lo que yo, en todo caso, podía imaginar. Este último miércoles, altos funcionarios del Gobierno han comenzado a sugerir que los resultados de la elección serían usados para una suerte de complot de desestabilización. De la lógica democrática no queda nada, y en su reemplazo se dibujan gestos de locura. Preocupante. ¿Qué va a hacer la señora Presidenta cuando, en octubre, los resultados sean aún peores?
Tratando de salir del ida y vuelta de las polémicas, me gustaría señalar un aspecto perverso de esta última elección, en relación con el deterioro de la cultura política, al que me referí en mi última columna como el efecto más grave del kirchnerismo. De lo que se trata es de las características de la oferta electoral, y de cómo esas características afectan el comportamiento de voto. En mi anterior columna, hablé de la indiferencia hacia los procesos políticos, fenómeno muy generalizado en muchos países con democracias republicanas. Aquí quiero referirme a algo más específico, y me explico.
En situación de voto, cada uno de nosotros en tanto actores individuales que las instituciones políticas reconocen como ciudadanos, está llamado a tomar una decisión. Un factor esencial de esta toma de decisión es la configuración de posibles que tiene el actor para elegir, eso que podemos llamar la “oferta” política. En estas elecciones legislativas que culminan en octubre, la oferta carece de la más mínima estructuración en términos de posiciones alternativas. Como el famoso “relato” quedó hecho pedazos y no lo creen ni los que hasta hace poco lo repetían con entusiasmo, la oferta del Gobierno, por una parte, es una suerte de agujero tan negro y peligroso como los que andan por las galaxias. Los candidatos de la oposición conforman, por otra parte, un mosaico que no se parece en nada a los mosaicos italianos del Renacimiento, y ante el cual es casi imposible comprender lo que los une unos a otros, o lo que los separa. Se podría sin embargo argüir, más allá del fenómeno Massa, que los resultados mostraron que se han comenzado a dibujar perfiles más claros del socialismo, del radicalismo y hasta de Lilita Carrió. Todo el problema es cómo interpretar las cualidades de la relación de los candidatos con quienes los votaron, es decir, el grado de consistencia del vínculo: es probablemente muy bajo. Francisco De Narváez ha hecho una amarga experiencia en este sentido.
Cuando la oferta no muestra estructura propiamente política, el comportamiento de voto es fluctuante de una elección a otra. Y es probable que la decisión de voto se encuentre considerablemente afectada por el grado de tolerancia a la ambigüedad que pueda tener cada ciudadano. Desde este punto de vista, concuerdo con la conclusión de la última columna de Guillermo Raffo en este mismo diario el domingo pasado (“La elección de los monos”), según la cual elegir no es siempre la mejor manera de entender lo que uno quiere. El detalle es que los experimentos con monos a los que se refiere Raffo están mucho mejor organizados que estas elecciones legislativas. En términos de aprendizaje, para que los monos terminen prefiriendo lo que creen haber elegido, se necesita mucho refuerzo, mientras que en el caso de los procesos electorales de los que estamos hablando, la fluctuación del voto como resultado de la desestructuración de la oferta impide el refuerzo. Para decirlo mal y pronto, estamos mucho peor que los monos.
Lo más gracioso de todo (si se me permite la ironía) es que la desestructuración de la oferta política genera una situación de decisión de voto que, por su carácter fluctuante, constituye típicamente un factor que aumenta la probabilidad de que el discurso de los medios influya sobre el comportamiento electoral: el gobierno de Cristina ha terminado generando condiciones que favorecen, en suma, el accionar de sus más odiados enemigos.
*Profesor emérito de la Universidad de San Andrés.