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Perdieron el tren

En la década de los setenta los sueños del “nuevo hombre” comunista que parecía nacer en Cuba alentaron a grupos guerrilleros liderados por intelectuales y profesionales que quisieron cambiar el mundo. Fue el caso de muchas organizaciones de la región y de dos movimientos armados que aparecieron en Colombia.

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En la década de los setenta los sueños del “nuevo hombre” comunista que parecía nacer en Cuba alentaron a grupos guerrilleros liderados por intelectuales y profesionales que quisieron cambiar el mundo. Fue el caso de muchas organizaciones de la región y de dos movimientos armados que aparecieron en Colombia: el Ejército de Liberación Nacional, encabezado por Camilo Torres, y el M 19 dirigido por Carlos Pizarro y Alfonso Navarro Wolf, que dejó las armas en 1990 y se integró a la democracia. Varios de sus antiguos dirigentes encabezan el Polo Democrático, una izquierda moderna en Colombia, y otros colaboran con el gobierno del presidente Uribe.
Las FARC desde su origen fueron distintas a esos grupos más ideológicos. No nacieron en las universidades sino entre campesinos que respaldaban a los liberales en la guerra civil. No tenían intelectuales “esclarecidos” que los conducieran. La mayor parte de sus dirigentes y militantes fueron y son personas poco informadas que transitaron de tropas liberales, a castristas en los sesenta y a organización irregular vinculada a diversos delitos a partir del fin de la guerra fría. Los vertiginosos cambios del mundo en estos últimos veinte años impactaron poco en sus campamentos.
Secuestran, asaltan, matan, porque es lo único que saben hacer. Los problemas históricos trascendentes siempre tienen una explicación desde la cotidianidad. Cuando se habla de terminar con el conflicto colombiano hay que empezar por encontrar un empleo para decenas de miles de familias de integrantes y abastecedores de una organización que maneja un presupuesto de cerca de mil millones de dólares anuales. Los secuestros, asaltos, asesinatos parecían tener sentido cuando una fe decía que eran el precio a pagar por la construcción de la mayor utopía de la historia. Cuando ningún joven tiene retratos de Stalin o Mao en su casa y nadie lee ni El capital porque prefieren buscar videos en el YouTube, los combatientes sacrificados han perdido todo sentido. Las FARC, detestadas por el 95% de los colombianos, perdieron el aura que tuvieron en el tiempo de las ideologías.

*Estratega político ecuatoriano.

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