En medio del candombe de estos días con los de mi oficio, me vino al oído una canción de Jaime Ross. ¿Recuerdan?: “Uruguayos/uruguayos/dónde fuimos/a parar...” Al llegar al momento de repetir el estribillo, afectado seguramente por el desasosiego que me provoca seguir las alternativas del escándalo entre colegas, me escuché murmurar: “Periodistas/periodistas/ donde fuimos/ a parar/antes éramos confiables/con data buena de verdad/hoy somos los sinvergüenzas/que caen a picotear...”
Esta es una columna de opinión y, como tal, debiera escribir algo que complemente el breve análisis hecho sobre “El Estado del periodismo”, publicado aquí hace dos semanas. Al fin, eso es lo que se espera, y lo que está de moda. Con una supuesta verdad por delante, dicha en alta voz, que pueda ser interpretada como a favor o en contra, nos damos por hechos. Opine, opine, que algo queda.
Con un poco de carne de chisme, si viene ya picada mejor, los foros abren sus fauces y a ese foso van a parar las babas furiosas, flambeadas, fóbicas. Y todos juntos allí, fundimos los cerebros fofos bajo fúnebres focos de TV. En un futuro cercano vendrá el personaje de aquel arqueólogo alemán que interpretaba Tato Bores a recoger los frágiles fósiles de un país demolido y se preguntará, fatigado, frente a las cámaras, mirando una foto de Magnetto: “¿Quién carajen era ésten?”.
De todos modos, la “no opinión” es también una, que será leída a su vez por el revés. Así es que no hay chance de zafar. Vamos, vamos. Juéguese. ¿Con quién está? Marque con una cruz sus odios, amores y rencores. ¿Fueron cómplices del choreo K los que trabajaron para Página/12 o los medios de Szpolski, Cristóbal López, Ferreyra de Electroingeniería? ¿Informaban? ¿Militaban? ¿Sí? ¿No? ¿Tal vez? ¿Andá a saber? ¿Y los que hablan de ellos, pero callan sobre el cierre de la agencia DyN y las fechorías de Clarín, Radio Mitre y TN? ¿Informan? ¿Militan? ¿Sí? ¿No? ¿Tal vez? ¿Andá a saber?
Vamos. No se haga el boludo, amigo, tache o marque con un círculo. Usted conoce todos los “canjes”. Menem pagó el apoyo de Clarín con la derogación del artículo 45 y le permitió acceder a los medios electrónicos. Duhalde, además de la devaluación, le dio la Ley de Bienes Culturales, llamada “ley Clarín”, para evitar que sus acreedores se cobraran en acciones. Kirchner le aprobó a Clarín la fusión de Cablevisión y Multicanal. Usted sabe de Belocopitt (Swiss Medical), socio de Manzano –“Robo para la corona”– y Vila en América TV, y de sus empresas offshore para evadir impuestos.
Las grandes corporaciones de medios –periódicos, radios, televisión por cable y negocios vinculados– son, en los hechos, propietarias casi exclusivas de la libertad de expresión. Apoyan figuras políticas, tienen sus “listas negras” de artistas o personajes públicos por razones personales o comerciales, participan en negocios que ocultan a sus audiencias, contratan “operadores” y “mercenarios”.
Aún así, repito lo dicho hace dos semanas: “la mayoría de los periodistas ejerce la libertad de expresión y el derecho a la información en nombre de los ciudadanos y es, la suya, una tarea de máxima responsabilidad, sometida a la ley y a los juicios éticos y morales. Sin periodistas y sin medios independientes que los respalden no hay Estado de derecho ni democracia plena”.
Es en esa frontera de la conciencia, en los bordes del riesgo a perder el trabajo, a ser manipulado por las fuentes de información, censurado por los editores o recortado por sus propios prejuicios o intereses, donde se define cada día la cuestión del ser o no ser del periodista profesional. ¿A quién y para qué sirve lo que hace? ¿Se trata de ser o de estar? ¿Se puede ser sin estar en un medio?
Aturde el ruido. Sobre el cacareo del gallinero vedetongo se escucha ahora Juguetes perdidos. A ver qué dice el Indio Solari, a ver qué inspira. “Cuanto más alto trepa el monito/el culo más se le ve”. Tal vez, los verdaderos, necesarios, buenos periodistas, sean esos “pájaros de la noche/ que oímos cantar y nunca vemos”.
*Periodista.