Desde el 10 de diciembre Argentina tiene un nuevo gobierno; sin embargo no está claro qué tipo de gobierno tendremos. Una primera mirada se interesa por el papel a jugar por Alberto y por Cristina; pero yendo más al fondo todo depende de cómo se resuelva la pugna entre el peronismo y el kirchnerismo.
Algunos pueden pensar que sólo se trata de dos formas en las que se expresa un mismo movimiento político. Pero la forma de ejercer el poder y su visión de la economía indica que estamos frente a dos fuerzas que, aún compartiendo un mismo espacio en algunos momentos del proceso político, han chocado frontalmente para negar cualquier identificación entre ellas.
La fuerza que hoy lidera Cristina y que fuera creada por Néstor, nació de la necesidad de un sustento ideológico para un proyecto de poder que se iniciaba muy débil al haber alcanzado apenas el 22% de los votos y por estar amenazado por su padrino Duhalde. Sustento dado por un “relato” que recoge las expectativas de mayorías que veían el peronismo de Menem y Duhalde como símbolos de neoliberalismo y de corrupción; y que para darle un tinte épico y revolucionario se identifica con la lucha de los montoneros, de quienes dicen tomar sus banderas.
En ese contexto, y quizás como venganza por la expulsión de esos jóvenes de la plaza (a quienes Perón llamó estúpidos e imberbes) los Kirchner llegaron a decir que se pasaban la marcha peronista por el lugar donde expulsaban su materia fecal. Y para adaptar ese relato a la época en que ejercen su gobierno, sustituyen el modelo cubano con sus valores y principios éticos por el Socialismo del Siglo XXI de Hugo Chávez, para terminar asociados con Maduro y su grupo de militares acusados de todo tipo de tropelías, de vínculos con el narcotráfico y de provocar una crisis humanitarias pocas veces vistas.
La otra fuerza en pugna es el peronismo, la que se apoya en el movimiento obrero, y a la que muchas veces se sumó la liga de gobernadores; fuerzas en las que Alberto se apoyaría para gobernar. El problema es que los jefes sindicales han dejado de lado lo que el movimiento obrero debiera aportar a la organización productiva; y por su parte muchos gobernadores han desvirtuado su función utilizando el subdesarrollo y la pobreza para mantenerse en el poder. Todo lo cual parece indicar la necesidad de redefinir el peronismo volviendo a las fuentes; pero no a 1945 sino a 1952. Perón, como muchos otros ideólogos, evolucionó en sus pensamientos, pese a lo cual sus seguidores se quedaron con la parte menos elaborada y más infantil de sus consignas. (Es lo que pasó con Marx, de quien se toma como su ideología básica, la del Manifiesto de 1848, y se ignora su prefacio de 1859).
Pocos recuerdan que Perón en 1952 toma conciencia de que las condiciones creadas por la segunda guerra mundial habían desaparecido y reformula sus postulados socioeconómicos. Remes Lenicov los recuerda en un artículo reciente: “incrementar la producción, austeridad en el consumo, fomento del ahorro, mayor productividad, más trabajo, y sacrificios compartidos por empresarios y trabajadores. La política macroeconómica puso eje en la concertación entre el estado, trabajadores y empresas por dos años, a partir del 1° de mayo de 1952. Los salarios aumentaron por inflación hasta el pacto y, luego, se congelaron; se enfatizó la disciplina laboral y el presentismo… y los salarios solo aumentaban por mayor productividad. Se suprimieron o redujeron subsidios al consumo, excepto en alimentos. Se bajó el gasto público real… más cupos, subsidios y exenciones impositivas para las exportaciones; mejoró el tipo de cambio, aunque continuó retrasado. Se sancionó la Ley 14.222/52 de Inversiones Extranjeras… y se firmó el acuerdo con la Standard Oil de California para explotar el petróleo… Seis meses después la economía crecía al 6 %, aumentaron los salarios reales y la inflación bajó del 40 % en 1952 al 4 % entre 1953 y 1954”.
Este es el peronismo que Alberto debiera retomar y la oposición no obstaculizar.
*Sociólogo. Club Político Argentino.