Nuestro planeta, visto desde la Estación Espacial Internacional, es de una belleza tal que cancela todo pensamiento. Desde que el homínido primordial se irguió sobre sus cuartos traseros, somos los primeros seres humanos que nos podemos dar ese lujo.
Luego del deslumbramiento podemos ver el detalle de centenares de fenómenos meteorológicos simultáneos: tormentas, nevadas, vendavales de polvo, cielos despejados, espesas capas tropicales de cumulonimbos, límpidas imágenes de desiertos: Gobi, Sahara. Al pasar sobre las ciudades, acontece la visión asombrosa (y preocupante) de pulpos anaranjados de largos tentáculos, tales parecen las iluminadas megaurbes.
Por debajo, el estrépito de la realidad política internacional parece transcurrir en otra dimensión, desconectada de la majestuosa serenidad con que nuestra Tierra se mueve en su órbita dentro del sistema solar, a la vez que regula su propia perdurabilidad y el equilibrio de los distintos eslabones genéticos que aseguran los millones de ciclos de la vida de las especies.
Hay algo de mal agüero en esa desconexión, parcialmente remendada con las reuniones internacionales que algunas –pocas y débiles– agencias multilaterales convocan para alertar a dirigentes y poblaciones sobre la catastrófica inminencia de escenarios de destrucción que el cambio climático (además de otros once peligros graves) sembrará a su paso, como aquellos módicos “Cuatro Jinetes del Apocalipsis” de la novela de Vicente Blasco Ibáñez (1916).
Vale la pena hojear Colapso: por qué unas sociedades perduran y otras desaparecen, libro de Jared Diamond (2005) que examina las doce causales que, si se dieran reunidas, conducirían a la extinción de una sociedad o una civilización.
Pero entre un análisis que abarque el ángulo de la política internacional y otro que examine las causas histórico-culturales y antropológico-sociales hay dos diferencias de talla, ya que la primera incluye la puja por el poder y la propiedad de los recursos. Una segunda diferencia es la interconexión prácticamente instantánea entre cada decisión política, entre cada opción corporativa y el cuadro general mundial que se da en los núcleos mediáticos masivos y en las redes sociales.
La ligazón de los dos ángulos de visión está dada por el hecho de que ambos se complementan para resultar en un diagnóstico menos impreciso. Algunos eventos ilustran lo antedicho.
La Comisión de Acuerdos del Senado norteamericano le preguntó al próximo jefe del Estado Mayor Conjunto de las FF.AA. de los EE.UU., general de la Infantería de Marina (“Marines”) Joseph Dunford, cuál era la mayor amenaza a la seguridad nacional. El militar contestó: “El comportamiento agresivo de Rusia y su arsenal militar”. El mismo general dijo: “EE.UU. puede destruir el arsenal nuclear de Irán”, y: “aconsejo dar armas a Kiev” (Ucrania).
En el rubro “muros”, dos novedades: el “muro” que construye Hungría en su frontera con Serbia para evitar que entren refugiados (unos 60 mil hasta ahora) que huyen de Medio Oriente vía Turquía, Macedonia y Serbia; y otro que ha decidido levantar Túnez a lo largo de su límite con Libia para detener al flujo de terroristas de Estado Islámico que avanzan desde Tripolitania.
Un dato curioso de éste es que viene aderezado con una zanja, al estilo de nuestra “zanja de Alsina”, cavada para desalentar los malones de indios ariscos. Túnez no ha dado precisiones sobre si el muro también evitará la salida de voluntarios para EI que, en buen número, emigran de su territorio.
Sobre los dos temas (el “peligro ruso” y EI) se consigna lo dicho por el ministro de Defensa del Reino Unido, señor Michael Fallon, quien, con clarividencia de santón, afirmó: “Vladimir Putin es un peligro tan grande para Europa como Estado Islámico”.
Al mismo tiempo, en Suiza, el canciller de Putin junto al de Obama y Cameron llegaban, en postas agónicas, a un acuerdo sobre Irán. Aumentará la oferta de petróleo, el crupier exhorta: “¡Hagan su juego!” y las bolsas se entusiasman (mañana se descorazonarán). Hay una pérfida simplificación que merodea los subtítulos de las recientes semanas, insinuando una equiparación de todo lo musulmán con el terror de Estado Islámico; exageración perniciosa que equivaldría a querer enlazar el cristianismo con el Ku Klux Klan.
En Ufá, capital de Baskortostán (Rusia), en la cuenca del Volga, cerca de la frontera con Kazajstán y escenario de las correrías de Iván el Terrible, se celebraron tres reuniones internacionales: la de los países Brics, la de los vinculados por la SCO (Organización de Cooperación de Shanghai) y la de los Estados parte de la EEU (Eurasian Economic Union). De las tres participaron los presidentes de China y de Rusia, señores Putin y Xi, cuyos Estados integran el trío de organismos.
En la de la SCO se saludó el inicio de los trámites de accesión de Pakistán al vasto espacio de cooperación ya conformado por China y Rusia. La prensa “occidental” no suele informar sobre estas reuniones, imitando a los oftalmólogos que cubren un ojo del paciente para detectar cuáles letras no ve con el otro. En el caso de los galenos, es una ayuda para prescribir un lente que amplíe la visión; en el de la prensa, un ardid para restringirla.
Mientras, en Grecia (la amnesia general olvida que Europa es una palabra griega), los rentistas acomodados de Alemania, Reino Unido, Holanda y Rusia compran casas en las islas y en Macedonia a mitad de precio, y el hashtag (etiqueta) de Twitter de más rápido aumento en menciones es: “this is a coup” (esto es un golpe). Pablo Iglesias (eurodiputado podemista –por “Podemos”–), insertó: “Todo nuestro apoyo al pueblo griego y a su gobierno frente a los mafiosos”#ThisisACoup.
Entretanto, el segundo titular más importante de la prensa inglesa de la semana pasada cubre una iniciativa parlamentaria conservadora que apunta a soslayar la prohibición de cazar el zorro con jaurías...