Como suele ocurrir, la escritura electoral de ayer confirmó el boleto de compra venta que había firmado la sociedad en las últimas PASO. Un trámite.
Confirmando, además, que siempre en una segunda vuelta los principales animadores obtienen más ganancias por el efecto riqueza, y a costa, además, de aquellos partenaires menores que fueron borrados por el reglamento al no obtener un número suficiente, al carecer también de resto económico para presentarse y desertaron sin siquiera presentar boletas o, simplemente, su propuesta ya no ofrecía sentido.
Un ejemplo: el influyente Francisco de Narváez denunció a Sergio Massa como cómplice del Gobierno, lo calificaba como un caballo de Troya en su justificación argumental de campaña, justo cuando el Gobierno, Martin Insaurralde y Daniel Scioli lo atacaban a Massa por ser el principal enemigo del “modelo”, quien venía a destruir lo que habían hecho los Kirchner. Incomprensible error.
Casi no hubo sorpresas en el comicio si se pensaba con sensatez el resultado anterior: si hasta el Gobierno previamente anunció su distracción de los guarismos apelando a explicaciones fatuas de la incorporación de más diputados a su bloque, como si ambas fueran monobloques permanentes y no volátiles construcciones; finalmente Cristina mejoraba en imagen desde la clínica, se reservaba para el matarife a Insaurralde y a Scioli. Para su entorno, el mensaje era sencillo: los que perdieron fueron otros. Ella no jugaba, no se la podía responsabilizar, olvidando quizás que hasta hace cuatro meses su protagonismo era estelar, tanto que coqueteaba con la esperanza de la re-reelección.
Ese objetivo imprescindible se derrumbó en las primarias, pero anoche se cerró a cal y canto, aunque ya había salido de la pantalla de los argentinos. Olvidos veloces, demasiado tal vez, hasta ni se recuerda que la arritmia y la hematoma no se produjeron ayer, se arrastran hace tiempo.
El kirchnerismo decapitado acaba de asistir a un fenómeno de dilapadición masiva: en dos años agravó el cuadro económico, impuso restricciones a pesar de que sumaba ingresos monumentales y tasas envidiables de crecimiento. A la vez, en política, lo de la víspera se asemeja a la prodigalidad extrema: por más excusas que se manifiesten, también en dos años el cristinismo kirchnerista obsequió adhesiones, perdió fervor, se amputó a sí mismo, hasta logró que una gran mayoría del país lo repudie en las urnas.
Lo que no significa que perdió la vida, sí en cambio su propia razón de ser: se desvanece el proyecto que personificaron Néstor Kircher y Cristina como forma de poder familiar; naufraga el presunto progresismo que exaltaban (Cristina, antes de su internación, recibió a Amado Boudou y al ministro Hernán Lorenzino para que paguen lo que había jurado no pagar); y por lo tanto se agujerea esa salvación burguesa y pretensión revolucionaria cuyos acólitos pregonaban.
Sucesos y sucesiones. Ahora, Ella no puede ser bajo ninguna condición y su deriva principal apunta sucesoriamente a Daniel Scioli. Al menos en una primera etapa —ya que esa herencia puede repartirse en mil cabezas, como la hidra—, casi un un implante ortopédico, ya que el gobernador fue un subalterno y servicial para el concepto de los K, un chiste ideológico para ellos como si alguna vez hubieran leído los tomos de El Capital y los Grundisse, como si hubieran sabido cuantos tomos eran.
De cualquier manera, lo de Scioli —a menos que rescaten a Boudou en una emergencia o se perfile con un brillo desconocido Sergio Uribarri— recuerda la poca estima que algunos irigoyenistas le deparaban a Marcelo T. de Alvear, un legatario poco deseado, a pesar de que el mudo (u hombre de pocas palabras, para no ofender a un partido en disolución) alguna vez le pidió a sus amigos que lo cubran a Marcelo, que lo rodeen. Que no lo dejen solo.
Igual, la lluvia moja, sea por la brutal distancia que acumuló Massa en la provincia —con asombrosas performances en territorios prohibidos— o debido a que algún especialista descubrirá que los favorecidos por los planes y subsidios, esa clientela hipotética, terminó votando en contra del oficialismo. Si el stress lastima a la Presidenta, nada bien le cayó la aplastante derrota.
Deben ser momentos duros, ya prevenidos inclusive hasta por sus hijos: basta saber que Florencia, alterada, le ha hecho cargos que el secretario general de la Presidencia, Oscar Parrilli, no ha sabido responder o no ha querido. Fue medianamente pública la monserga que le derramó la muchacha al dócil funcionario, seguramente por acercarle inquietudes a su madre que no corresponden con su reposo absoluto. Este tema de la salud presidencial, aunque se lo mencione tangencialmente, es parte de un enigma que genera todo tipo de versiones.
Ascendentes. Mauricio Macri como Hermes Binner presumen del dominio de sus feudos. En el caso del porteño es algo más complejo, debido a que la brecha de Gabriela Michetti con la lista de diputados es preocupante, fruto más del rechazo a los otros candidatos al Senado que de su propia expansión. Ambos festejan pero no se amplian, les costará en los próximos dos años invadir otras parcelas.
A José de la Sota, desde Córdoba, en cambio, la instalación como candidato al 20l5 se le complicó por el magro resultado en su provincia, quizás afectado —sobre todo en la capital de la provincia— por una denuncia sobre narcotráfico que involucró a su gobierno.
Massa, entonces, aparece como la figura a tomar en cuenta: por edad, enjundia, disposición al discurso extenso, como Raúl Alfonsín, mínima entrega al sueño como Carlos Menem, capacidad de armado como Eduardo Duhalde y, sobre todo, por parecer un hijo de Kirchner en más de un aspecto. No casualmente, alguna vez fue elegido por el santacruceño como jefe de Gabinete. Ha logrado, por otra parte, una hazaña indiscutible: con un equipo del ascenso, apenas conformado, venció por goleada al que se enorgullece de ser el más grande de todo el fútbol.
Ahora comienza otra etapa, en la que se presenta como conciliador y respetuoso, seguidior del Papa, artífice de la unidad sindical y de la aproximación con los gobernadores, mientras en su entorno se preparan disputas inolvidables, de las menores, como las que puede tener Roberto Lavagna y su hijo Marco con Ricardo Delgado, a otras más asperas como la del núcleo que odia y pide la separación de Alberto Fernandez. Delicias de la vida en ascenso.