“Nunca tantos les debieron tanto a tan pocos” es una de las frases de Winston Churchill que se repitieron cientos de veces para ejemplificar su perspicacia, junto a “sangre, sudor y lágrimas” (fluidos sin duda menos importantes para él que el whisky, al que tal vez debamos las muestras de ingenio), popularizada en uno de sus discursos, aunque ya había sido usada, por ejemplo, por Lord Byron, en “La Edad de Bronce”. Otras, interesadas en el mundo animal, como “Me gustan los cerdos. Los perros nos miran con admiración. Los gatos nos miran con desprecio. Los cerdos nos tratan como iguales” o “Es la primera vez que veo ratas nadando en dirección al barco que se hunde” pronunciada cuando algunos miembros de su bancada se pasaron a la oposición, también evidencian un esfuerzo, posiblemente desmedido, por engendrar sentencias para la posteridad, compartido por líderes de todos los tiempos.
Como sus herederos, estos prototuits podían ser agobiantes. Saki se burla de ellos en un cuento en el que una mujer recurre al suicidio para no seguir escuchando nuevas muestras de elocuencia por parte de su marido parlamentario, que es un poco como Churchill. Sin embargo, el tiempo hace pensar en que al menos una de sus ocurrencias tuvo menos de pase de factura epigramático tras la Segunda Guerra que de anticipación. Cuando fue pronunciada, “Nunca tantos les debieron tanto a tan pocos” era otro artilugio entre los tantos debidos a la Corona y sus ministros, pero terminó por consolidarse como una suerte de programa político sin fronteras que Churchill rubricó de antemano. Nunca antes el poder había podido concentrarse en tan pocos actores. Los monopolios, antaño cuestionados por izquierda y derecha, están legitimados desde el uso masivo incluso cuando algo como BlackRock, tan solo un tiempo atrás, antes de la renovación de paradigmas de la que tanto se ufana la progresía, hubiese sido visto como un enemigo principal de los ciudadanos. Las grandes organizaciones transnacionales como OTAN, ONU u OMS imparten, a su vez, medidas de alcance planetario cada vez menos escrutadas por quienes nos vemos en la obligación de soportarlas. Los partidos políticos, más desconectados que nunca antes de las demandas populares y más evidentemente aferrados a la idea de blindarse a sí mismos contra la intervención de actores periféricos e independientes, van por el mismo camino. Tanto en la política como las esferas militares y financieras, las decisiones se toman en grupos reducidos, y el precio lo pagan las mayorías. Es innegable que el viejo Winston ¡la tenía pre-clara!