SOCIEDAD
Efemérides 30 de noviembre

Winston Churchill fue un líder anti grieta y el político más influyente del siglo XX

Paternalista y feroz, se puso a los británicos en la palma de la mano cuando despertó en ellos el espíritu patriótico que necesitaban para enfrentar a Hitler. Las 16 frases del estadista más citado del siglo XX.

Winston Churchill
Winston Churchill | SHUTTERSTOCK

Winston Churchill nació el 30 de noviembre de 1874 y siempre será recordado como uno de los políticos más influyentes del siglo XX. Tanto es así, que pocos recuerdan a esta altura de la historia que sus escritos sobre la Segunda Guerra Mundial merecieron un Premio Nobel de Literatura en 1953.

Churchill es el autor de la frase “sangre, sudor y lágrimas” –en versión abreviada y que suena familiar para la agitada épica argentina-, advirtiéndoles sobre las negras tormentas que una de las contiendas más inmensas y penosas del siglo XX les tenía preparadas. Ese, que fue su llamado a la resistencia, despertó en los ciudadanos el espíritu patriótico que con razón flaqueaba.

El premier fue dos veces Primer Ministro del Reino Unido de Gran Bretaña, entre 1940 y 1945, y entre 1951 y 1955 en su segundo mandato. De todos modos, si es cierto que la vida siempre da una segunda oportunidad, Winston Churchill podría ser el mejor de los ejemplos.

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Winston Churchill, líder

Al inicio de su mandato, en 1940, la prensa británica más mordaz y sus propios compatriotas lo veían como un gordinflón de 66 años, empecinado en jubilarse habiendo limpiado su imagen de las fortunas gastadas en armarse hasta los dientes y de los exabruptos que había cometido cuando ejerció sus primeros cargos públicos (diputado; subsecretario de Colonias; ministro de Comercio, ministro del Interior; ministro de Armamento; ministro de Guerra y Aire).

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Winston Churchill y su respetuoso saludo a la reina Isabel II; se admiraban mutuamente.

Unos cuantos –empezando por sus primeros correligionarios conservadores- no lo tomaban en serio. Sin embargo, la determinación con que enfrentó el avasallamiento de Adolf Hitler sobre sus congéneres lo embistió del poder que una imagen paternalista hubiera reclamado para esos momentos de debilidad política.

Jamás disimuló que el cognac era una de sus mayores pasiones, superior a la afición por la pintura y la aviación. Sin embargo, escribió en una de sus líneas que “el gin tonic ha salvado más vidas y mentes inglesas, que todos los doctores del Imperio.

Cabe pensar que algunas de sus negociaciones políticas no hubieran arribado al mismo fin sin una botella sobre la mesa.

Nada menos que el líder soviético Iósif Stalin fue el responsable de haberlo iniciado en el enamoramiento del cognac armenio cuando le ofreció probarlo en la Conferencia de Yalta. Se dice que, desde entonces, el hombre más temido de la Revolución Rusa le enviaba a Londres cajas de su cognac favorito, el Dwin. Aunque resulte incomprobable, dice la leyenda que sir Winston Churchill se quejó una vez por el palpable deterioro en la calidad del doble destilado armenio de Ereván. Enterado Stalin, mandó a buscar a Siberia al hombre que solía preparar el elixir para el líder británico y, pese a haberlo declarado prescindible, lo devolvió a sus funciones.

Podría afirmarse que en materia de graduación alcohólica era muy exigente: “Conocer a Franklin Roosevelt fue como abrir tu primera botella de champán”, dijo Churchill de su mejor aliado para derrotar al Eje del Mal.

Winston Churchill y los habanos

Fumador empedernido desde los 20 años, tenía predilección por los habanos cubanos de tabaco bien negro, a tal punto que la Sexta Edición del Festival del Habano rindió homenaje a la figura de Sir Winston Churchill, bautizando con su nombre a uno de sus productos más conocidos: “el Churchill”, una bestial pieza de tabaco de 178 milímetros de largo y 18,65 milímetro de diámetro, fabricada por Romeo y Julieta.

churchill
Winston Churchill fue también pintor; Pablo Picasso elogió su talento.

Cuesta creer que haya fotos en las que apareciera con un puro enlazado entre los dedos, ya que llegó a fumar once por día hasta que murió a los 91 años. La revista especializada L"Amateur de cigare contabilizó que por sus labios se posaron 300.000 cigarros a lo largo de su vida. Y en una publicación enteramente dedicada a su enorme figura le atribuyen la frase: “bebo enormemente, duermo poco y fumo puros, por eso estoy al 200%”.

Se dice que su esposa, Clementine Hozier, una hermosa mujer once años menor que él, la madre de sus cinco hijos, le mandó a hacer un babero para que las cenizas de sus cigarros no quemaran sus pijamas de seda.

Y al mejor estilo Jorge Lanata, circula por ahí una foto del “viejo león” –como lo apodaban- en la que fumaba un puro mientras, recostado en una camilla, lo trasladaban a un hospital.

Megalómano, descreía de las encuestas y pillo como todo “buen” político, hubo veces en que mintió a sus compatriotas sobre la cantidad de bajas durante los enfrentamientos bélicos, entre otras cuestiones que han sido anestesiadas.

“Hay una cantidad terrible de mentiras sobre el mundo, y lo peor es que la mitad de ellas son verdad”, escribió el estadista en sus Memorias.

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Churchill logró que Rusia y Estados Unidos se unieran a los Aliados, para terminar con "el salvajismo" que representaba el Eje del Mal.

Churchill, político del siglo XX

Hijo de un lord inglés, Sir Winston Leonard Spencer Churchill nació entre algodones en un palacio, el Blenheim Palace. Como era de costumbre entonces –y aún ahora- su padre lo internó en un colegio de pupilos en Ascot, de los pensados para forjar dirigentes y emprendedores. Por entonces, lo único que forjaron en el pequeño Winston fue el mal carácter que lo acompañaría toda su vida. Como señal de rebeldía contra la decisión familiar inconsulta, escribió un texto en contra de la educación.

Ese panfleto fue innecesario ya que durante todo el ciclo escolar sus malas notas fueron a la par de su pésima conducta. Sí, era el peor de la clase. No obstante, su inteligencia lo hacía descollar cuando algún tema le interesaba y se lo proponía.

Su formación fue militar. Luego de dos intentos fallidos para ingresar a la Academia Militar de Sandhurst, fue admitido y, si bien su ferocidad no aminoró, al menos se graduó como uno de los más responsables de la clase. La frustración de sentirse rechazado obró el milagro.

“En el curso de mi vida, a menudo me he tenido que comer mis palabras, pero debo confesar que es una dieta sana”, escribió Churchill en sus memorias ejemplificadoras.

Su entrenamiento militar terminó de forjar su nula timidez y su carácter feroz. Al graduarse, ingresó en el ejército británico como miembro del Cuarto de Húsares, el regimiento de caballería. Eso le permitió participar de la Guerra de Cuba y luego representar a las fuerzas británicas en India (1898) y Sudán (1899).

Esas participaciones directas en los campos de batalla le dieron un conocimiento bélico que capitalizaría como estratega cuando se plantó con determinación ante sus enemigos durante la Segunda Guerra Mundial.

Churchill, líder anti grietas

En 1898, la fajina militar lo agobió y se afilió al Partido Conservador para postularse como diputado. Al no ser electo, se radicó en Sudáfrica y comenzó a cubrir periodísticamente la Guerra de los Boers para el Monring Post. Entonces ocurrió un hecho inesperado que le dio más gloria que los combates.

Fue encarcelado, pero logró escapar de Pretoria, regresando a Londres sano y salvo, luego de haber sobrevivido en una huida rocambolesca y a sangre fría por dos continentes. En su patria, se convirtió en un héroe popular con cobertura en todos los medios gráficos. Se postuló nuevamente por su partido y ganó un escaño en la Cámara de los Comunes. Tenía 26 años y comenzaba su carrera política.

Tan mordaz como elocuente, sus discursos eran los más esperados en el Parlamento británico –muchas veces, para ganarse más enemigos.

Casualidad o no, sus biógrafos destacan su especial don para predecir eventos y, en el confuso contexto de la Primera Guerra Mundial, sus vaticinios, aunque desestimados como “disparates” al menos en la primera etapa del enfrentamiento se cumplieron.

Esas profecías cumplidas le valieron un cheque en blanco para poder rearmar militarmente a su país por tierra, por aire y por mar, gastando inmensas fortunas del Estado.

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Churchill, carismático. Stalin le hizo probar por primera vez el cognac armenio y luego se lo enviaba de regalo a Londres.

Entre guerras, se llamó a silencio y si bien conservó un escaño en el parlamento se dedicó a pintar, con el seudónimo de Charles Morin, trasladando a las telas la fiebre que lo caracterizaba. "Si este hombre fuese pintor de oficio –comentó Pablo Picasso-, podría ganarse muy bien la vida".

Cuando muchos pensaban que su hora ya había pasado, Churchill retomó la escritura periodística para proclamar que el fascismo era una amenaza, Hitler un tirano, y que el Reino Unido debía abrir los ojos y rearmarse antes de que la tragedia se los tragara.

Winston Churchill, a sangre fría

Cuando en 1938 se firmó el Acuerdo de Munich, en el que Gran Bretaña y Francia no se plantaban ante el avasallamiento alemán, la gente recordó que Churchill era un viejo vate.

El 1 de septiembre de 1939, el ejército nazi tomó Polonia y el 3 de septiembre, el Reino Unido y Francia se unieron para declarar la guerra a Alemania. Ese mismo día, el primer ministro Neville Chamberlain lo convocaba para hacerse cargo del Almirantazgo, puesto que ya conocía.

Quienes lo ridiculizaban en el Parlamento y entre las filas militares cerraron el pico de inmediato. Era tal la desazón que muchas fuerzas recibieron y replicaron el mismo mensaje apoteótico: "Winston ha vuelto con nosotros".

Equivocado o no, era el único que no dejaba traslucir la menor hendija de duda ante las acciones que debían tomarse.

Alemania, Italia y Japón eran un bloque, el Eje fascista y los débiles aliados no tenían entonces esperanzas de que Estados Unidos se les uniera.

El 10 de mayo del año siguiente, en 1940, asumió como primer ministro y, en la Casa de los Comunes (Cámara Baja), arengó a sus compatriotas con una de las frases más famosas de su pluma:

“Digo a la Cámara, como he dicho a los ministros que se han unido a este gobierno: no puedo ofrecer otra cosa más que sangre, esfuerzo, sudor y lágrimas. Tenemos ante nosotros una prueba de la especie más dolorosa. Tenemos ante nosotros muchos, muchos meses de lucha y sufrimiento”." a sus conciudadanos. Su mensaje fue transmitido por radio a toda la nación.

"No puedo ofrecer otra cosa más que sangre, esfuerzo, sudor y lágrimas. Tenemos ante nosotros una prueba de la especie más dolorosa

En inglés, “blood, toil, tears and sweat” y ciertamente lo fue. La “especie más dolorosa” era el nazismo, una bestia desbocada que él mismo, años antes, ya había vaticinado.

Sus profecías, tenidas por disparatadas, se convirtieron en realidad y una vez más su clarividencia sorprendió a todos. Sumó a todos los sectores a la lucha y despertó la conciencia de que la patria estaba por delante de las mezquindades y grietas partidarias. No había opción y todos acataron sus decisiones.

“Sentí que caminaba con el destino y que toda mi vida pasada no había sido más que una preparación para ese momento y esa prueba”, escribiría en sus Memorias, recordando ese día histórico.

Churchill, el político más influyente

No hay mejor anécdota para comprender su temperamento. Cuando ardió Paris y Estados Unidos persistía en su neutralidad, Churchill reunió a su gabinete multisectorial de emergenciapara decirle: “Bien, señores, estamos solos. Por mi parte, encuentro la situación en extremo estimulante".

En esos días trágicos, trabajaba dieciocho horas diarias. En 1941, contra todos los pronósticos, logró que el presidente Franklin D. Roosevelt aceptara sumar a Estados Unidos a los Aliados. Y ese mismo año, hizo lo propio con la URSS, pese a su público desdén comunista.

“Bien, señores, estamos solos. Por mi parte, encuentro la situación en extremo estimulante", dijo Churchill cuando todo parecía acorralarlo

Ese regordete septuagenario movía en privado el tablero mundial y, en público alternaba la energía hipnótica con el optimismo durante la respetuosa alianza estratégica entre los grandes. Le tocó ser parte esencial en las Conferencias de Casablanca (1943), El Cairo (1943), Teherán (1943), Yalta (1945) y Potsdam (1945), en las que se discutían los pasos a seguir durante la guerra.

El 7 de mayo de 1945, cuando volvió a hablar ante la Casa de los Comunes para anunciar el rendimiento de las fuerzas alemanas ante los aliados, fue ovacionado de pie por el Parlamento entero. Las lágrimas que había prometido seguían su cauce y se permitió para su país y para Europa “un minuto de alegría”.

Isabel II y Winston Churchill

Cuando la reina Isabel II subió al trono tras la muerte de su padre, Jorge VI, Winston Churchill ya era primer ministro por segunda vez. El tenía 78 años y la flamante soberana, 25.

Lejos de ser un corderito, a él que no tenía las mejores opiniones sobre las mujeres, la determinación de Isabel lo deslumbró. El compromiso y la responsabilidad que ella demostraba en su rol justificaron su suspiro de alivio. Aunque todavía faltaba, ya podía irse en paz.

Isabel II le impresionó como una reina sin arrugas ejerciendo su poder ante sus súbditos (4 reinos británicos y 54 miembros del Commonwealth).

Esas cualidades lo encandilaban, resumen lo que para él debía ser un líder británico; sobre eso hablan todos sus escritos políticos. "Por supuesto, adoraba a la reina, la amaba", contó en una entrevista uno de los nietos de Churchill, Nicholas Soames. "Ella despertaba en él todas sus ideas románticas sobre la realeza y la monarquía, y una nueva era isabelina, como él la llamaba".

Winston Churchill en 16 frases

  • En la guerra solo te pueden matar una vez, pero en política muchas veces.
  • Si pasas por el infierno, sigue adelante.
  • La guerra es sobre todo un catálogo de errores garrafales.
  • El precio de la grandeza es la responsabilidad.
  • De nada sirve decir “Lo estamos haciendo lo mejor posible”. Tienes que hacer lo que sea necesario para tener éxito.
  • El éxito consiste en ir de fracaso en fracaso sin perder el entusiasmo.
  • Nunca llegarás a tu destino si te detienes a tirarle piedras a cualquier perro que ladre.
  • En la guerra, resolución. En la derrota, desafío. En la victoria, magnanimidad. En la paz, buena voluntad.
  • El esfuerzo continuo, no la fuerza o inteligencia, es la llave para desatar nuestro potencial.
  • Deberemos defender nuestra isla, cualquiera que sea el coste, deberemos luchar en las playas, en los campos de aterrizaje, en las calles, en las colinas, nunca nos rendiremos.
  • Un hombre hace lo que debe, a pesar de las consecuencias personales, a pesar de los obstáculos, peligros y presiones, y eso es la base de la moral humana.
  • Cuando tienes que matar a un hombre, no cuesta nada ser educado.
  • La lección más grande en la vida es saber que incluso los tontos tienen razón a veces.
  • El socialismo es como un sueño. Tarde o temprano despierta a la realidad.
  • La historia la escriben los vencedores.
  • Los fascistas del futuro serán los antifascistas.

mm/fl