El 18 de noviembre de 1972, Ricardo Balbín y Juan Domingo Perón se dieron un abrazo. No fue un gesto más; eran enemigos políticos -todos lo sabían- y ese fue el más genuino gesto anti-grieta que se pueda encontrar en la historia argentina del siglo XX, hasta hoy.
"Había que dar ejemplos y amigar al pueblo y nada más que por eso fui a hablar a Perón. Entre él y yo no hubo ninguna alianza, pero el pueblo se dio la mano”, contó el mismo Ricardo Balbín varios años después de ese encuentro.
El de 1972, no fue un abrazo improvisado.
Todo había comenzado en 1970, con una conversación “casi” informal entre Jorge Paladino, entonces secretario de Perón, y el mismo Balbín que, desde 1959, era presidente del Comité Nacional del Radicalismo.
Balbín había querido ser presidente varias veces –y todavía no había renunciado a esa ambición que nunca alcanzaría- y, cuando hubiera podido serlo, dio un paso al costado y apoyó la candidatura del Dr. Arturo Illia, el médico cordobés.
Balbín y Perón: antes del abrazo
Durante la primera presidencia de Perón, Balbín presidía el bloque radical de diputados nacionales. Odiaba a Perón y la Cámara Baja logró quitarle los fueros y finalmente, llevarlo a la cárcel dos veces, en 1949 y 1950.
En 1954, cuando Perón renovó su mandato, Balbín volvió por tercera vez a estar preso, pero se vengó: apoyó la Revolución Libertadora que, en 1955, destituyó a Perón con un golpe de facto. Uno más en la historia argentina.
En 1956 tuvo oportunidad de subrayar nuevamente sus diferencias con su mayor enemigo político: fundó la Unión Cívica Radical del Pueblo (UCRP), el ala más dura contra el peronismo. Perón y Balbín seguían siendo enemigos irreconciliables.
Balbín, Perón y La Hora del Pueblo
En 1970, el país cocinaba a fuego lento uno de los peores capítulos de su historia. Roberto Marcelo Levingston era el presidente de facto de la autollamada “Revolución Argentina” de las fuerzas armadas.
Perón, que estaba exiliado en Madrid, terminó de escuchar de boca de Paladino, los planes que tenía Ricardo Balbín y fue a la máquina de escribir para tipearle con dos dedos una carta:
“Estimado compatriota: El señor Secretario General del Movimiento Nacional Justicialista, Don Jorge Daniel Paladino, me ha enterado de la conversación que ha mantenido con Usted y de las ideas por Usted sustentadas con referencia a la situación que vive el país y deseo manifestarle que las comparto totalmente.
“Tanto la Unión Cívica Radical del Pueblo como el Movimiento Nacional Justicialista son fuerzas Populares en acción política. Sus ideologías y doctrinas son similares y debían haber actuado solidariamente en sus comunes objetivos. Nosotros, los dirigentes somos probablemente los culpables de que no haya sido así. No cometamos el error de hacer persistir un desencuentro injustificado”, prosiguió el general en el exilio.
“Separados podríamos ser instrumentos, juntos y solidariamente unidos, no habrá fuerza política en el país que pueda con nosotros y, ya que los demás no parecen inclinados a dar soluciones, busquémoslas entre nosotros, ya que ello sería una solución para la Patria y para el Pueblo Argentino. Es nuestro deber de argentinos y, frente a ello, nada puede ser superior a la grandeza que debemos poner en juego para cumplirlo”, concluía Perón estrechando filas.
El 29 de septiembre, Roberto Levingston anunció por Cadena Nacional: “la disolución de los partidos políticos (…) es para este gobierno una decisión irreversible”. Y todo se aceleró.
El 11 de noviembre de 1970, con Jorge Daniel Paladino sentado a su izquierda, Ricardo Balbín firmó “La Hora del Pueblo”, un compromiso multipartidario (se sumaron el Partido Socialista, el Conservador Popular y el Bloquista de San Juan) para solicitar al gobierno de facto que convocara a elecciones democráticas. Cayó Levingston y asumió Alejandro Agustín Lanusse, pero finalmente hubo elecciones el 11 de marzo de 1973.
El 17 de noviembre de 1972, Perón volvió al país luego de dieciocho años de exilio. Al día siguiente, el 18 de noviembre, en la casa de Gaspar Campos 1065, en Vicente López se dieron el famoso abrazo. Dos personas que habían sido enemigos políticos acérrimos se abrazaron a pocas cuadras de la residencia presidencial de Olivos.
Cuando fue necesario tuvieron la grandeza de acercarse y dejar de lado sus diferencias personales para que ganara la unidad nacional. Para que los argentinos ganaran.
El 14 de diciembre, Perón estaba en Asunción y dijo desde suelo paraguayo: “Tenemos un acuerdo con la Unión Cívica Radical, con el doctor Balbín de manera expresa. Si nosotros triunfamos los llevaremos a compartir el gobierno con nosotros. Si ellos ganan, tenemos la promesa de que harán lo mismo”. Interrogado por la profundidad de los acuerdos, Perón fue categórico:
“Yo con Balbín voy a cualquier parte”, dijo Juan Domingo Perón
Demostraron el significado de “La Hora del Pueblo”
No fue un abrazo fingido ni un discurso para la hinchada, sino un verdadero gesto político.
Balbín recordó una vez que Perón “tuvo a bien no mencionar las barbaridades que yo le decía a diario”; y el general, por su parte, reconocía el calibre de su adversario: “Esta operación requiere ingentes sacrificios de ambas partes, y nadie en el Partido Radical es poseedor de mayor espíritu de abnegación que don Ricardo”.
Dos días más tarde, Perón, Balbín y varias fuerzas políticas se reunieron en el restaurante Nino, en Vicente López para discutir a puertas cerradas los pasos a seguir. Los únicos queno habían sido invitados fueron Alvaro Alsogaray, titular de Nueva Fuerza, Francisco Manrique, y los partidos provinciales que apoyaban a Lanusse.
El peronista Héctor Cámpora y el conservador Vicente Solano Lima fue la fórmula vencedora por el Frente Justicialista de Liberación Nacional (Frejuli) y una vez más Balbín era derrotado por Perón. Sin embargo, antes de asumir, Balbín visitó a Cámpora para comprometer “el apoyo de la UCR al futuro gobierno constitucional para que tenga el éxito que el pueblo argentino ansía”.
Balbín y Perón, del abrazo al “viejo adversario”
El 1° de julio de 1974, Perón tuvo dos paros cardíacos y murió. María Estela Martínez de Perón, que ejercía la presidencia desde el 29 de junio, dispuso velarlo en la capilla de la quinta presidencial de Olivos.
El 4 de julio de 1974, Ricardo Balbín fue al Congreso de la Nación y se paró delante del féretro de Juan Domingo Perón, custodiado por granaderos.
“Tenemos el compromiso de decirle al país que sufre, al pueblo que ha llenado las calles de esta ciudad, sin distinción de banderías, cada uno saludando al muerto de acuerdo a sus íntimos convencimientos -los que lo siguieron siempre con dolor; los que lo habían combatido, con comprensión-, pero todo el país recogiendo su último mensaje: “he venido a morir en la Argentina, pero he dejar para los tiempos el signo de la paz de los argentinos”, recordó Balbín y no hablaba solamente en nombre de la Unión Cívica Radical.
“Frente a los grandes muertos tenemos que olvidar lo que fue el error. Todo cuanto en otras épocas pudo ponernos en las divergencias en las distancias. Cuando están los argentinos frente a un muerto ilustre tiene que estar alejada la hipocresía y la especulación para decir en profundidad lo que sentimos y lo que queremos”, dijo antes de hacer una larga pausa.
“Los grandes muertos dejan siempre el mensaje. Habrán de disculparme que en esta instancia de la historia de los argentinos, precisamente en estos días de julio hace 41 años el país enterraba a otro gran presidente, el Dr. Hipólito Yrigoyen”, susurró Balbin con gravedad.
“Lo acompañó su pueblo, con fuerza y con vigor. En las importantes divergencias de entonces, colocaron al país en largas y tremendas discrepancias”, se lamentó Balbín.
“Y como un ejemplo de los tiempos, como una lección para el futuro, a los 41 años el país entierra a otro gran presidente. Pero la fuerza de la república, la convicción del país pone una escena distinta, todos sumados acompañándolo. Y todos sumados en el esfuerzo común de salvar para todos los tiempos la paz de los argentinos.
“Este viejo adversario despide a un amigo”, subrayó Balbín con su voz más grave.
Las viejas luchas que los habían separado habían quedado atrás, gracias al pacto de entendimiento que los había unido en sus últimos tiempos: "la paz de todos los argentinos".
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