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Preguntas que no tienen respuesta

Acaba de estrenarse Infamous, otra película sobre la vida y la obra de Truman Capote –y, dentro de la obra, del libro que lo hizo más famoso de lo que ya era: A sangre fría.

Tomas150
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Acaba de estrenarse Infamous, otra película sobre la vida y la obra de Truman Capote –y, dentro de la obra, del libro que lo hizo más famoso de lo que ya era: A sangre fría. El film no ofrece grandes variaciones con Capote, que pudo verse el año pasado. De hecho la historia es, con mínimos desvíos, la misma: pero Tobey Jones está aún mejor en su rol que Philip Seymour Hoffman, y la trama es menos condescendiente con el escritor. Pero hay planos y secuencias que parecen filmados con papel de calcar. Tal vez lo mejor de esta versión es que muestra a un Capote más cínico y sufriente, tanto que por momentos su desesperación –cuando termina de escribir su libro, y debe esperar cinco años más para verlo publicado, hasta que la sentencia de los acusados del crimen de Holcomb los lleve a la horca– es tan palpable que uno espera, con él, que llegue la hora de la muerte. De ponerle punto final a la novela.
En una escena, el propio Capote, cuando ve esfumarse la posibilidad de editar A sangre fría, se atreve a deslizar en público la voluntad de que todo se resuelva de una vez. Para bien, o para mal. Una de sus amigas le pregunta, entonces: “¿Pero acaso creés que tu libro vale una vida humana?”. Y Capote casi no duda. Responde que la de Dick, sí –es decir, no la de los dos condenados pero sí, al menos, la de uno. La salida es tan cínica como todas las intervenciones del escritor a lo largo de la película –anécdotas transcriptas de relatos propios, publicaciones, entrevistas. Es decir: no se trata de un personaje, Capote era así.
Habrá, seguramente, quien opine que existen libros que valen no una sino varias vidas. Y debe haber muchos más –la corrección política es hoy un valor en alza– que opinen todo lo contrario. Pero lo que falla, en verdad, es la pregunta. Una pregunta, por así decirlo, que determina la respuesta.
En El oficio de mentir, María Fasce le plantea a Abelardo Castillo una situación similar, extraída de una película de Woody Allen. Allí, un grupo de intelectuales debaten qué elegirían salvar de un incendio: si un cuadro de Van Gogh o a un hombre. Y Castillo responde: “No existe, para la moral, ese tipo de alternativas. Y si existe, yo preguntaría de qué hombre se trata, y de qué cuadro. Entre un cuadro malo de Van Gogh y un hombre bueno, no hay mucho que pensar. Entre un cuadro bueno y un hombre malo, la cosa es un poco más polémica. Pero habría que plantearla así: entre el mejor cuadro del mundo y un chico. O incluso: entre la vida de mi gato Agustín y la Virgen de las Rocas, de Leonardo. La verdad, yo no sacrifico a mi gato por una pintura. Pero no me gustan esas alternativas. ¿Por qué? Porque sólo permiten opciones fascistas”.
No sé si viene al caso, pero Seix Barral acaba de reeditar un muy entretenido libro de reflexiones, irreverencias y opiniones de Castillo: Ser escritor. Allí están muchas de sus declaraciones más citadas (“Antes de tener estilo, hay que aprender a escribir”; “No intentes ser original ni llamar la atención. Para conseguir eso no hace falta escribir cuentos o novelas, basta con salir desnudo a la calle”; “Nunca pidas que te presten un buen libro. Los buenos libros se compran o se roban”). Un breve y gran libro de iniciación a la lectura, que merecería figurar como bibliografía obligatoria de cualquier taller literario.