Mazazo. Sí, fue un mazazo. El discurso del último premio Nobel de literatura, László Krasznahorkai, hundió a todos en la desesperanza. Un verdadero grito literario de alarma; con estilo, cadencia, arte y musicalidad. Pero también negrura, abatimiento, y alas cortadas. No quedó ni un ángel sobrevolando los cielos de Estocolmo. Acorde con su obra, su ponencia se compone de frases larguísimas, que se hunden en la condición humana como gusanos retorcidos. En uno de sus párrafos interminables desplegó los inventos y creaciones de la historia, desde el arte rupestre a Leonardo, el fuego, la electricidad, las palabras y el tiempo, llegando al presente, sin ilusión. Dirigiéndose a la naturaleza humana, concluye: “Y finalmente volaste al espacio, dejando atrás a los pájaros, luego volaste a la Luna, y diste tus primeros pasos allí, inventaste armas capaces de volar la Tierra entera muchas veces, y luego inventaste ciencias de manera tan flexible que el mañana tiene prioridad y mortifica lo que solo puede imaginarse hoy, y creaste arte desde los dibujos en las cavernas hasta La última cena de Leonardo, desde el mágico y oscuro hechizo del ritmo hasta Johann Sebastian Bach, finalmente, de acuerdo con el progreso histórico, tú, repentinamente, comenzaste a no creer ya en nada, y, gracias a los dispositivos que tú mismo inventaste, destruyendo la imaginación, solo te quedaste ahora con la memoria a corto plazo”.
¿Cómo puede haber futuro sin memoria? Es una pregunta que Krasznahorkai seguramente le gustaría hacer a Elon Musk, nombre que aparece en su discurso como una suerte de nuevo Lucifer, también ángel caído, llamado originariamente así como portador de luz, derribado por el orgullo y la megalomanía.
El escritor húngaro, autor de novelas hondas y feroces como Melancolía de la resistencia, incluso en la nouvelle El último lobo, goza del anacronismo del siglo XX. Podríamos considerarlo el último existencialista, cortado con la ironía posmoderna. Amante del cine y de la naturaleza, se retiró a las colinas de Szentlászló. “Vivo entre las tablas del abeto noruego y el aislamiento vergonzoso”, repite en varias ocasiones, como si fuera importante señalar dónde uno decide estar, verdaderamente estar; no como abandono del mundo, más bien rechazo del ofertorio de identidades a la carta, subsumidos en la web, consumidos en la adicción.
En un descanso del discurso, entre sus prolongadas ráfagas, se pregunta: “Ser humano –criatura asombrosa– ¿quién eres?”.
Quizá nunca lo supimos, y por eso seguimos vivos.