Poder hegemónico

El sistema K tiene una naturaleza hegemónica. No reconoce mediaciones institucionales. Posee una característica peculiar, derivada de ese mismo déficit institucional: su condición de posibilidad es su propia fortaleza política. Cuando se debilita, tiende a diluirse. Eso es lo que sucede ahora.
En perspectiva histórica, se trata de un fenómeno similar a lo ocurrido entre 1955 y 1983, signado por la alternancia entre regímenes militares fuertes y gobiernos civiles débiles. En 1983, la asunción de Raúl Alfonsín había introducido un cambio cualitativo en esa alternancia. La legalización del peronismo implicó la aparición de un sistema de partidos que actuaba como amortiguador de las crisis. La alternancia entre gobiernos civiles y militares fue sustituida por un sistema bipartidista, que permitió superar de una forma no traumática el debilitamiento de Alfonsín y la hiperinflación de 1989.
El gobierno de Carlos Menem también tuvo características hegemónicas.
Pero esa hegemonía, al desarrollarse al interior de un sistema de partidos, en su fase de debilidad no llegó al punto de colapso. En 1999, el radicalismo, con Fernando de la Rúa y en el marco de la Alianza, funcionó como relevo institucional, también sin traumas. Pero ante la crisis de diciembre de 2001, el sistema de partidos no funcionó y la situación derivó en un colapso que arrastró al bipartidismo vigente desde 1983.
El fenómeno K es el resultado de ese vacío. Más que una carencia subsanable, la ausencia de oposición es entonces una característica intrínseca de ese sistema de poder, que en su fase de debilidad suele estallar por implosión.
Por eso, más que mirar a lo que ocurre en la oposición, conviene hoy centrar la atención en lo que suceda dentro del actual sistema de poder. En ese sentido, la iniciativa de Hugo Moyano, secretario general de la Confederación General del Trabajo (CGT), en relación con la investigación del asesinato de José Ignacio Rucci marca una tendencia.
*Analista político